«Estuve a punto de rendirme, pero el campo reconoce a quienes nunca bajan los brazos»
Rosana Arroyal, ganadora del Premio Surcos 2025 en la categoría ‘Agricultores Contra el Cambio Climático’, recuperó «desde cero y sin experiencia» las tierras abandonadas de su zona, en Santa Coloma del Rudrón (Burgos). A día de hoy, gestiona 200 hectáreas de cereal

Rosana Arroyal, agricultora burgalesa y ganadora del Premio Surcos 2025.
«Los cuatro primeros años fueron muy duros, no quiero ni acordarme». Pero hay que hacerlo, por mucho que duela, porque de todo se aprende. Y Rosana Arroyal, flamante ganadora del Premio Surcos 2025 en la categoría de ‘Agricultores Contra el Cambio Climático’, no reniega de sus comienzos. De hecho, se enorgullece de haber vislumbrado un «futuro distinto» para las tierras, antaño abandonadas, que actualmente gestiona en Santa Coloma del Rudrón (Burgos).
Sabía que era una «locura». Aun así, no se amedrentó sino todo lo contrario. «Empecé absolutamente desde cero y sin experiencia, sin que nadie me guiara», rememora esta intrépida agricultora burgalesa que, a día de hoy, gestiona 200 hectáreas de cereal en una zona «de bajo rendimiento y difícil». Al principio, se sintió «muy sola» pese a saberse respaldada por su marido y sus hijas. «Hubo muchísimas lágrimas y frustraciones», aunque tuvo la suerte de cruzarse en su camino con personas que se lo «pusieron fácil». Entre ellas, el alcalde pedáneo de Santa Coloma, José María Fernández, el regidor de Sargentes de la Lora y presidente de la Sociedad para el Desarrollo de la Provincia de Burgos (Sodebur), Carlos Gallo o el coordinador provincial de UPA, Gabriel Delgado. Tampoco se olvida de Jesús Alonso, un almacenista de cereal que no dudó en echarla un cable cuando más lo necesitaba.
Costó arrancar, de eso no hay duda, pero «con el tiempo empecé a aprender y a saber por dónde ir». De esta forma, puso los cimientos de una explotación que, en la actualidad, se nutre de cereales, leguminosas y oleaginosas. No en vano, tuvo que incorporar «semillas seleccionadas» y «eso marcó una gran diferencia en mi producción». Todo un logro, desde luego, porque «el trabajo se volvió más eficiente en esta zona tan difícil».
Si por algo se caracteriza el entorno de Santa Coloma es por la existencia de «tierras buenas y malas». De ahí la necesidad de atinar a la hora de trabajarlas y, cómo no, esperar que la climatología sea benigna. Según detalla Arroyal, con buen criterio es posible alcanzar una media de 4.000 o 4.500 kilos por hectárea. Cruzando «los dedos todos los años», eso sí. Y éste, por ejemplo, lo cierto es que «ha sido un caos porque no ha parado de llover, no podía entrar a mis tierras y es ahora cuando he podido sembrar unas hectáreas de girasoles».

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«Cada año es un mundo y aprendes una cosa distinta», remarca mientras hace hincapié en que «la clave es cuidar el suelo y no agotarlo». Además, considera indispensable compaginar la «rotación de cultivos» y el «uso de semillas de calidad» con algo que no todo el mundo tiene: «paciencia».
A base de ensayo y error, Arroyal no solo ha demostrado que la agricultura tiene futuro en su zona. Al mismo tiempo, ofrece garantías de viabilidad siendo «medioambientalmente responsable». En este sentido, presta siempre especial atención a la «aplicación de fitosanitarios, abonos y semillas de calidad». No queda otra, ya que «para buscar rentabilidad tenemos que controlar mucho los costes de producción, puesto que los precios que nos pagan en muchos casos son ruinosos».

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Queda claro, después de hacernos eco de la historia de Arroyal, que dedicarse a la actividad agrícola en la España vaciada no es coser y cantar. Sin embargo, el esfuerzo tiene recompensas como el Premio Surcos, que ella concibe como su propio «Óscar».
Cuando se enteró de que estaba nominada, lloró hasta la extenuación. Se acordó de su hermana, que por desgracia «ya no está», porque fue ella quien decidió apuntarla hace una década. Quién le iba a decir a que, tiempo después, acabaría ganando de la mano de UPA. Por eso, obtener un galardón tan prestigioso fue «como cerrar una herida». Y no dudó, al acabar su discurso, en lanzar un beso al cielo en señal de agradecimiento.
Antes de saberse ganadora, echó la vista atrás. Revivió los inicios y celebró, en silencio, todo lo que ha conseguido. «Estuve a punto de rendirme, pero ves que todo ha tenido sentido. Es una señal de que el campo también reconoce a quienes nunca bajan los brazos». Lo puede decir más alto, pero no más claro.
Volvió a llorar de pura alegría cuando se confirmó su triunfo en la gala. Ya estaba emocionada de antemano, según reconoce, al «conocer las diferentes historias de los ganadores, porque ves que todos pasan por momentos que has pasado tú y tienen algo en común contigo». Por eso, precisamente, todos y cada uno de los nominados son «ganadores del trabajo y del esfuerzo en el campo». De igual manera, dedica su premio a UPA: su «familia agraria».
¿Hay esperanza en el sector agrario más allá de casos puntuales como el de Arroyal? La hay. También «oportunidades» aunque «no es fácil». Lo fundamental, por supuesto, es «tomar una decisión valiente y hacerlo con convicción». Para ello, resulta imprescindible «dar valor al campo desde las instituciones» y garantizar todos esos servicios que tanto faltan en el medio rural. A partir de ahí, el camino será menos tortuoso.