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LOS ROMANOS plantearon el disfrute y el regocijo como sus máximas de existencia, dándose la vida padre con las fiestas de invierno (Saturnalia) o las bacanales, sin imaginar que, éstas serían la base de lo que posteriormente se vendría a llamar Carnaval y que en su observancia, estaría implicada prácticamente toda la humanidad.

Con inicios estrictamente religiosos encontrados en la penitencia cristiana, el piadoso disponía desde el jueves lardero hasta el martes de carnaval para olvidar abstinencia en general y ya sería a partir del miércoles de ceniza para iniciar un largo período de ayuno y abstinencia, cuyo abandono caería bajo grandes penas y suplicios.

Tales autorizaciones de la autoridad religiosa regalaron un período de descontrol e indisciplina, tanto en los hechos como en las comidas, sabiendo en ello un acicate para que los fieles consiguiesen fuerzas para afrontar el duro camino cuaresmal que les quedaba por delante. La historia ha hecho el resto colocando la fiesta “carnavalera” dentro de las más vistosas del acervo costumbrista de las tradiciones nacionales.

El carnaval de Venecia con su sensibilidad y perfección. El carnaval de Rio con su belleza y esplendor. El Mardi Gras, bullanguero antes de la abstinencia. Incluso el de Notting Hill, aunque se celebre en verano, donde el calypso, el reggae o la soca recuerdan los orígenes caribeños de la fiesta.

Las ciudades han utilizado esta leve autorización para desmadrarse levemente y dejar de lado sus vergüenzas, disfrazándose de cualquier variedad que nos presente la actualidad o de lo que a cada uno le parezca. De “choqueiro” se decía en Galicia de aquel qué, disfrazado de algo, no quedaba claro su origen.

Pero los carnavales no son solo para tan magnas celebraciones, sino también para esas ciudades o pueblos qué sin una gran tradición carnavalesca, ponen toda la carne en el asador para que los ciudadanos sean conscientes de lo que es un carnaval en esos grandes acontecimientos.

En Burgos el programa estará vigilado por la mirada, no de Don Carnal sino de Don Clima que será quien, en última instancia, otorgue el empuje de la fiesta. Recuerdo un año en qué, concentrados en el sambódromo de la calle Laín Calvo, una troupe de bailarinas brasileñas se esforzaban para animar el carnaval a los sufridos burgaleses que allí estábamos aguantando el tirón de 4 o 5 bajo cero. Para compensar, las acompañaba un subalterno que les ofrecía un licorcillo para mejorar la temperatura. Vaya valientes. Veremos comparsas, chirigotas, fanfarrias, animales mitológicos, tarascas, cachidiablos, zamarracos, peleles o el propio Cid, pero además nos han prometido a Leticia Sabater y ‘El Sevilla’ para el Entierro de la Sardina y la Quema del Cacique. Iguálalo.

Además, como dijo el animador desde lo alto del palco situado en la Plaza Mayor: “joder que frio hace”, para inmediatamente arreglarlo con un “hacer un carnaval con 14 grados no tiene ningún mérito”.

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