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LA GUERRA de los otros es una guerra nuestra y no es la de nuestros abuelos o las que han quedado grabadas en enciclopedias. Es la guerra y paz que estalla al este de Europa y no del edén. La que antes o después cesará y latirá dormida con la fiebre de un volcán, para que la hereden nuestros hijos algún día. Entra en juego un arma letal que nos traslada a otros tiempos, acostumbrados a llenar tanques de combustible y calentar nuestras casas. El fantasma invisible de la energía sobrevuela nuestras cabezas cuando para calentar hay que abrigarse o quemar. No es la primera vez que escuchamos que la riqueza de un país se mide por la cantidad de energía consumida. Siempre ha sido así desde tiempo inmemorial. El gran desequilibrio, creer que depender de otros se compensa intercambiando dólares por barriles de petróleo o euros por hectómetros cúbicos de gas natural. Más de actualidad que nunca, hoy los grifos cerrados en gasoductos y esto no ha hecho más que empezar. Quemar combustibles fósiles que hay que extraer de lugares recónditos y transportar miles de kilómetros, es tan arcaico como las hogueras de nuestros ancestros primates. La energía ya se extrae de otras fuentes casi inagotables como el sol o el movimiento de agua y viento. También sabemos sacarla de la corteza de la tierra que pisamos o de los reciclados. Placas solares, molinos de viento, turbinas en pantanos. Geotermia, aerotermia e hidrotermia. Cierto que hemos tardado en reconocer la necesidad de estas fuentes alternativas ante la comodidad y falso espejismo. Como una tela de araña, empezaron a cubrir las fachadas de nuestros edificios, tuberías que discurrían verticalmente hasta las ventanas de cocinas. Las compañías del gas que en Burgos se llamaron, Gas Burgos, Gas natural luego, implantaron el suministro en lo viejo y en lo nuevo. Fue, la panacea. No hubo un lugar de la ciudad ni de pueblos cercanos que careciese de este privilegio. Calor al instante y agua caliente para las manos, con sólo pulsar el botón o programar el termostato. Calidad de vida dijeron y supuestamente fuimos a mejor hace veinte años que han pasado rápido. Hoy hemos bajado el termostato un par de grados y rezamos porque aún dejen un poco más, abierta la espita siberiana y otras parecidas. Nuestra fría ciudad es un buen ejemplo de optimización de la energía. Abrigamos nuestros edificios y pronto se implantará una red alternativa de agua caliente que discurrirá por las calles y nos abastezca. Sonará, la Red de calor.

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