El Correo de Burgos

La Historia contada a través de los aviones y vehículos protagonistas

El aeródromo de Burgos mostró joyas -españolas y extranjeras- del aire y la tierra

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Burgos

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D. RIVAS PACHECO / Burgos

Diego Marín Aguilera observó cómo el viento movía los molinos de su pueblo. Y la contemplación se convirtió en una obsesión: volar. Y cazó águilas y buitres para estudiar el movimiento de sus alas, su manera de planear... Pero, tras mucho esfuerzo, en su primer intento se precipitó sobre el suelo. Había recorrido 360 metros desde su posición de inicio: el castillo de su tierra, Coruña del Conde, cerca de Aranda de Duero. Era 1793, y este burgalés de origen humilde se convirtió en uno de los pioneros de la aviación con su planeador de madera y hierro, cubierto con telas y plumas de las aves que capturaba con cepos inventados por él.

Con el espíritu de Marín, los aviones clásicos aterrizaron en Burgos para mostrar la belleza de sus arrugas. Han venido desde París, León o Valencia para participar en la I Concentración de aviones y vehículos históricos. Además, el aeropuerto local también tiene sitio para exponer joyas de las cuatro ruedas, como un Rolls Royce, un Mini Cooper de 1972 y un semioruga militar M-2, que si se lo plantea puede convertir el brillo anterior en chatarra. Los aficionados al cine bélico lo reconocerán en la mayoría de las películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Y también el jeep Willy, el coche que volcaba en la introducción de los capítulos de El Equipo A.

Volar sigue siendo una obsesión vigente, como se argumenta con la visita de -aproximadamente- 1.000 personas al aeropuerto. Y, allí, los aficionados tienen la oportunidad también de conocer los aviones que se usaron en el pasado para el entrenamiento de los pilotos, como el Bücker ‘Jungmann’ (hombre joven, en alemán), que formó a los cadetes burgaleses; o el T-6 Texan, su homólogo norteamericano. Los aeroplanos expuestos sirven también para narrar un fragmento de la historia del siglo XX. Los principios de la centuria se personifican con el Blériot, una joya restaurada aunque no puede volar, con la que se cruzó por primera vez el Canal de la Mancha. Y sólo 30 años más tarde, se construyó el DC-3, el más grande de los aviones de la muestra, y que todavía sobrevuela por África o el Caribe. Su tamaño impresiona, y, por eso, los visitantes se cobijan del sol bajo su ala. Ha venido volando desde París, la ciudad de la que huye Humphrey Bogart en Casablanca, y es que este aeroplano se parece un poco al de la película.

A la sombra del DC-3 también se resguarda el Piper L-14, un avión único en el mundo: de los catorce que se fabricaron sólo queda el expuesto en Burgos. Ha venido volando hasta nuestra ciudad, aunque, como reconoce su piloto, «los coches van más rápido que él». El aparato se pensó como herramienta médica, porque puede aterrizar sin apenas espacio, y su cola está diseñada para guardar una camilla. Pero la Segunda Guerra Mundial hubiese sido demasiado para su escasa velocidad, y los alemanes lo hubiesen abatido sin pestañear. Además, el helicóptero le robó la función. Por eso, el Piper L-14 fue una idea fallida. El que aterrizó en Burgos antes había sobrevolado el cielo norteamericano, después Cuba, hasta finalizar en León, en las manos del Marqués del Mérito. Y, a la muerte de este, su viuda lo vendió.

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