El Correo de Burgos

99 historias que merecen ser redimidas

Terminó la exhumación en La Pedraja, aunque todavía quedan fosas por localizar en el monte burgalés

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Burgos

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D. RIVAS PACHECO / Burgos

Miguel Ángel Martínez Movilla, representante de los familiares de los asesinados en el monte de La Pedraja, calificaba su trabajo en la fosa común como un «despropósito».  Y argumentaba el calificativo cuando decía que su labor durante los dos últimos años por encontrar a su abuelo «es como si el Estado te diera una subvención para que busques a un niño que se ha perdido». Pero esa labor ilógica que, según el portavoz de la asociación, exigió tanto tiempo personal, sin casi apoyos, llegó ayer a su fin con la exhumación de los huesos de 99 víctimas de la injusticia franquista. La Sociedad de Ciencias Aranzadi, con su equipo de más de veinte expertos, tuvo la responsabilidad de recuperar de la tierra, húmeda y ácida del paraje burgalés, el osario que yacía oculto tras 74 años de olvido. Y serán ellos quienes, en su laboratorio de San Sebastián, uno por uno intenten poner nombre y apellido a la identidad que se oculta tras el hueso.

Será una labor minuciosa, donde ordenarán también los testimonios de los familiares que grabaron durante su estancia en la provincia. Y, a partir de ese momento, tendrán que deducir, con todas las piezas del puzzle sobre la mesa, cómo darle sentido a las evidencias del delito. Habrá pruebas muy útiles, como el fajín y las botas de cuero que vestía uno de los fusilados. Incluso una cartera, donde se intuye un documento sellado por un Ayuntamiento, «aunque con la lupa especial que tenemos aquí no hemos podido ver el resto de la firma. Para eso, tendremos que restaurar el papel, y tratarlo para que no se deshaga», como explica Francisco Etxeberría, médico forense que coordina la exhumación.  

También hay un hombre abrigado con un chaquetón que se extiende hasta las rodillas, lo que podría ser un indicio de que fue enterrado en octubre o noviembre. Incluso, al remover la tierra, los arqueólogos descubrieron dos ojos de cristal, de dos personas distintas. La identificación gracias al ADN es otra posibilidad, pero el científico vasco cree que «por el deterioro de los restos será complicado extraer muestras de todos los cuerpos». Por eso, esperarán hasta ver si hay resultados positivos que permitan el estudio comparado antes de recoger material genético entre los familiares. «Así, además, no creamos expectativas falsas, porque esto es un proceso largo, que nos puede tener ocupados hasta Navidades, y por eso la paciencia es básica».

Paciencia

La entereza es una virtud exigible a familias como la de Miguel Ángel, que ha aguantado durante 74 años como la sociedad se construía a su alrededor para olvidar la historia. Y ve personificada la esperanza en el fajín y en las botas de cuero de uno de los cuerpos. Porque creen que podría ser su abuelo. Por eso, expresa que su único sentimiento en este momento es «alegría, porque la meta está más cerca, aunque ahora quiero descansar, y reunir fuerzas para buscar las fosas que siguen en La Pedraja». También tiene que tener paciencia Luis Carlos García, porque su tío también yace allí. Y Bernabé Sáez, quien espera a su hermano, mientras recuerda el destierro junto a su madre. Y, los cuatro años que vagabundeó por los caminos de Vizcaya y Navarra, hasta llegar a Logroño y vivir de la venta  de chatarra, durmiendo debajo de un puente. Porque la paciencia fue la única posición que Miguel Ángel encontró el primer día de exhumación para explicarle a tres peregrinas -dos extranjeras-, porqué en ese monte, junto al Camino de Santiago, hay aproximadamente 400 personas enterradas. Pero ese número mengua hasta los 99 cuerpos arrebatados a la fosa común. Una cifra que parece escasa con lo que todavía descansa en la tierra de La Pedraja, pero es casi un centenar de víctimas que podrán volver a tener nombre y apellidos, y una familia que los honre.

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