El Correo de Burgos

Más de 700 personas se quedan en tierra al no poder despegar sus aviones de Villafría

El Consorcio cancelaba los cuatro vuelos programados a Praga y a Milán tras varias horas de incertidumbre l Los pasajeros de uno de ellos llegaron a facturar el equipaje

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Burgos

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L. B. / Burgos

Fueron por un día maletas con piernas. Así se sintieron ayer los aspirantes a pasajeros en el aeropuerto de Burgos. Con apenas dos años y medio de vuelo, Villafría superaba ayer su primera gran turbulencia en la que se vio envuelto por causas ajenas, tanto, que poco podía hacer su tripulación -el Consorcio- por resolverlas, ni siquiera por esquivarlas. Optaron finalmente por indicar la salida de emergencia.  Las maletas, las de verdad, reposaban ajenas al conflicto. Así, más de 700 viajeros se quedaban en tierra al cancelarse los cuatro vuelos chárter con destino a Praga y a Milán.

La decisión retumbó en la sala de espera del aeropuerto pasadas las dos y media de la tarde. Mientras una voz masculina leía el comunicado conjunto del Consorcio para la Promoción del Aeropuerto y la empresa mayorista de viajes Marsol, los centenares de pasajeros pendientes de unas vacaciones finalmente frustradas guardaban un silencio sepulcral.

Muchos imaginaban el aterrizaje forzoso que su puente festivo iba a protagonizar, antes incluso de llegar a despegar.

El rostro serio y cansado de la gerente del Consorcio, María Jesús Lope, llevaba impresa una madrugada sin fin que amanecía con una dura decisión. «Ante las últimas noticias facilitadas por el Ministerio de Fomento de mantener cerrado el espacio aéreo español y no garantizar que se pueda volar en las próximas horas del día de hoy y posiblemente de gran parte de mañana el Consorcio se ve obligado a suspender los cuatro vuelos programados», explicaba Lope, visiblemente afectada, casi con lágrimas en los ojos.

Culminaba así una jornada que arrancaba a las seis de la mañana, con la llegada de los primeros pasajeros burgaleses en su inmensa mayoría, dispuestos a emprender su vuelo aunque inquietos por las noticias que ya en la tarde del viernes apuntaban a un paro encubierto de los controladores de todo el país. Comprobaron al llegar que sólo uno de los dos aviones -de las compañías Strategic Airlines y Neos- que debían partir a las 8 de la mañana rumbo a la capital de la República Checa se encontraba en la pista. El otro, esperaba aún en un aeropuerto italiano el permiso para volar a Burgos.

Los que pudieron, es decir, los 186 cuyo transporte aguardaba a escasos metros, facturaron el equipaje, ilusionados con ocupar sus asientos apenas se solventase el conflicto desatado entre los controladores aéreos y el Gobierno central.

No sería hasta dos horas después de la prevista para partir cuando la megafonía les comunicara que el espacio aéreo estaba cerrado y que su restablecimiento dependía de la voluntad de los controladores. El de Burgos, no obstante, sí había acudido a su puesto de trabajo.

La sombra de una larga mañana en la terminal era cada vez más alargada y cobraba forma de fila de pasajeros dispuestos a formalizar una reclamación.

Poco antes de las once, se apelaba a la paciencia de los presentes pues hasta la una no podría facilitarse más información. Mientras, les anunciaron que el Consorcio serviría un refrigerio para hacer la  espera más llevaderas.

Arreciaron entonces rumores, cálculos y augurios. Nadie sabía a ciencia cierta el rumbo que aquella situación podía tomar, ni siquiera los responsables de algunas agencias de viajes que, preocupados, se personaron en el aeropuerto para apoyar a sus clientes.

Poco aclaraban las noticias de última hora que algunos cazaban en radios y móviles de última generación. Ni la rueda de prensa del portavoz del Gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, en la que anunciaba el estado de alarma, lograba despejar las dudas.

Tampoco el esperado mensaje de la una, que se limitó a explicar que de confirmarse la apertura de algunos sectores aéreos podrían reprogramarse los vuelos.

Al tiempo, algunos de los que tenían previsto volar a las tres de la tarde, bien a Praga, bien a Milán, se dejaban caer por la terminal dispuestos a recabar más información. Muchos se marchaban de nuevo con las mismas aunque más preocupados. Otros decidían ponerse a la cola para reclamar. Hubo incluso viajeros de la primera tanda -con salida a las ocho de la mañana- que prefirieron volver a casa y esperar allí noticias, buenas o malas.

Las novedades llegaron pasadas las dos y media tras algún que otro silbido aislado como muestra de impaciencia y hartazgo. Y con ellas, de nuevo, la decepción y el trasiego de maletas. El puente terminaba antes de comenzar. O no. Queda ahora recuperar el importe íntegro del viaje que el gerente de Marsol, Mariano Esteban, garantizaba.

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