El Correo de Burgos

La Virgen María acude en andas al Encuentro de su hijo Jesús

La procesión estrenó en un gran acto la remozada plaza del Rey San Fernando

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Burgos

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J. MAIQUES / Burgos

Dolor, pasión, emoción, respeto y un silencio sólo roto por aplausos de admiración cuando María se cruza con Jesús, cuando la madre se despide de un hijo al que están apunto de crucificar. La procesión del Encuentro volvió a demostrar ayer por qué despierta tanta admiración entre burgaleses y turistas. Volvió a demostrar por qué es especial. Y la de ayer no fue común, no fue igual a la de años anteriores. Por primera vez, la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y de Nuestra Señora de los Dolores sacó en andas a su virgen desde la parroquia de San Gil. La otra novedad fue el escenario: una renovada plaza del Rey San Fernando a la que le acompañó la íntima iluminación estrenada hace apenas unos días.

Desde la iglesia de San Cosme partía quince minutos antes de las ocho de la tarde, la Archicofradía de Jesús con la Cruz a Cuestas. Lo hacían al ritmo respetuoso de la música de los tambores y de las afinadas cornetas.

Una hora más tarde, el espeluznante sonido de los tambores retumbaba por la calle de La Paloma y el estomago se hacía un nudo en los miles de burgaleses que acudieron ayer, in situ, a la procesión.

Allí estaba María, con un puñal clavado en el corazón por el mayor dolor que puede sentir una madre: la pérdida de su hijo. De forma ordenada, los cofrades y capuchones se colocaban para esperar al Cristo Redentor.

A las nueve y diez de la noche hacía su aparición el paso  de Ildefonso Serra y que en su día donó Vicente Alfonso Ortega y Arnaiz para mayor gloria de la Semana Santa burgalesa. Una talla espectacular, cargada de sentimiento y expresión y que levantó la admiración con cientos de flases que se dispararon uno detrás de otro.

Entonces llegó el momento más emotivo y esperado. Jesús y María se cruzaban y, minutos después, la cofrade  Ana López de Sáez, de la Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y de Nuestra Señora de los Dolores, no podía expresar mejor el momento que se vivió hace casi dos milenios: «Es el dolor de ambos al saber que el otro está sufriendo».

Finalmente, el tiempo, en todo momento amenazante, respetó el acto y sólo unas tímidas gotas de lluvia aparecieron de forma anecdótica en la capital.

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