Un real sitio para la fiesta

C. MORENO / Burgos

Sus orígenes se pierden en la memoria. Los burgaleses lo adoptaron como escenario de una de sus fiestas más populares, el Curpillos, y ahí sigue, como vigía del devenir de una ciudad que cada año se guarece bajo sus árboles durante unas horas y después lo mira de soslayo ansiando una nueva fiesta.  Pero el Parral es mucho más que un día de fiesta o un parque más en la inmensa mancha verde de la ciudad.

Cercado por un muro de piedra ya indica desde el exterior que no es un jardín vulgar ni un paseo cosido a la ribera del río. Sí, se mira casi en el Arlanzón, pero fue sitio de reyes y ligado a uno de los emblemas de  Burgos como es el monasterio de las Huelgas, asentado a escasos metros y también salvaguardado por amplios muros.

El Parral es quizás uno de los grandes desconocidos de la ciudad. Los burgaleses se aposentan entre sus paredes un día al año y el resto lo mira de soslayo como al vecino de extramuros que envidia el ornato de otros paseos cercanos, más populosos y señoriales. Por eso aún persisten los secretos que aguardan al caminante que se aventura por sus senderos y a todos los peregrinos que en su devenir hacia Santiago tienen que atravesar el parque porque por él está trazada la Ruta Jacobea, esa senda milenaria que unió culturas y ahora es uno de los recorridos culturales más conocidos.

Uno de sus secretos es el origen, del que resulta imposible señalar una fecha aunque los expertos lo sitúan sobre el año 1199. No por capricho, sino porque ahí arranca la fundación del Hospital del Rey como habitáculo donde socorrer a los pobres y peregrinos. Amparándose en lo habitual de la época, todos señalan que es el origen del Parral, como finca aledaña donde los pacientes pudieran tener su convalecencia.