El Correo de Burgos
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Burgos

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C. MORENO / Burgos

Un cinturón verde se abre paso por la ruta que hace años abrió el tren.  La puerta por la que se asomó Burgos al mundo, gracias a un trazado jalonado de travesaños esculpidos en hierro, se sumerge ahora en una vía verde donde la naturaleza se impone entre pinos, robles y encinas.

La vía férrea, que irrumpió en las ciudades a finales del siglo XIX, al tiempo que abría las puertas a un nuevo modo urbano también se convirtió en frontera y frenó los sueños de expansión de capitales como Burgos. Pero nada es para siempre y llegado el tiempo en el que caen los muros y las fronteras saltan por los aires, las añejas vías se diluyen y se transforman en paseos que, como un círculo mágico, cierran el anillo verde de una ciudad que sueña y vive en verde.

El bulevar del ferrocarril, que transcurre por donde años ha circularon los convoyes que transformaron la imagen de Burgos y la acercaron a la era industrial, envuelve a la capital en un muro forestal que afianza su protagonismo de ciudad plagada de oasis y rincones verdes.

A lo largo de los kilómetros por donde discurre el bulevar se está levantando un muro verde gracias a los más de 6.000 pinos, robles y hayas que están arraigando en el paseo. El parque de la Nevera, que durante años durmió al abrigo de las vías, emerge y renace con nuevos bríos para asomarse sobre el bulevar cual balcón forestal.

Es la imagen del nuevo Burgos, el nacido sobre lo que un día fue barrera infranqueable. Callejones y vías estrechas se han volatilizado para dar paso a un cinturón verde que huye de la plantación alineada para sembrar de árboles la calle más amplia de toda la ciudad. Y a su abrigo, casi como enunciando el clima de esta tierra, la Nevera, un parque que ha tenido que saltar los raíles para asomarse a la ciudad.

Rampas y escaleras solventan las alturas divergentes de un enclave hasta hace unos años desconocido para la mayoría de los burgaleses y ahora erigido en testigo del nacimiento de una nueva ciudad libre de vías y fronteras. Senderos y terrazas se alternan para sumergir al caminante en un oasis a espaldas del fragor del tráfico del bulevar y animan a encaminar los pasos hacia las zonas de juegos o de aventura que incitan a detener el tránsito para retornar a la etapa en la que el juego era el principio y el fin.

La Nevera, que resurgió de sus cenizas gracias al adiós del tren en su tránsito por la ciudad, compagina especies autóctonas con ejemplares insignes procedentes de tierras lejanas pero cómplices como el Himalaya. Y en medio, un mobiliario renovado que aporta el toque de diseño idóneo para integrarse en una zona que implica futuro.

Es la foto fija de un Burgos que apuesta por el futuro. Eso sí, sostenible, verde y natural. Para seguir siendo una de las ciudades más verdes de Europa.

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