El Correo de Burgos

CALLEJERO CON NOMBRE PROPIO

Cuando la luna se refleja en el empedrado

La tradición y la modernidad se funden en la coqueta calle Valentín Palencia

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Pasó el amor, la luna, entre nosotros / y devoró los cuerpos solitarios. / Y somos dos fantasmas que se buscan / y se encuentran lejanos. La calle Valentín Palencia aparece como el escenario perfecto para esta cita que pintó Miguel Hernández. La luna, coqueta, se refleja en el empedrado que siembra los escasos metros que unen Fernán González con San Esteban. La tradición y la modernidad se funden en esta subida, o bajada. Juntos pero no revueltos.

La iglesia consagrada al santo que da nombre a este barrio de la zona alta de la ciudad, sede del Museo del Retablo, con sus líneas góticas, su macizo ábside de sillares regulares, se trata de tú a tú con el Centro de Arte Caja de Burgos (CAB), contenedor de la creación actual, pintura, escultura, fotografía, instalaciones... de artistas que recogen la pulsión del siglo XXI. Conviven sin tiranteces, con más suerte el segundo que el primero, que tiene sus puertas abiertas todo el año, mientras el templo solo da la bienvenida en la época estival.

Pero ese premio, ese festín que sienta en la misma mesa a la familia más tradicional y a la más moderna, no se consigue hasta el final.

Para deslumbrarse con esta calle, que pasa por el casco histórico de puntillas, humilde, acogedora, sin meter bullicio, el curioso debe iniciar el camino en la más principal de Fernán González. Allí la luna, o en su defecto, las farolas de anaranjada luz, le guía por el empedrado. Y esa dualidad entre el ayer y el hoy le abre la senda.

Conviven las sábanas que bailan en los tendederos de la ventana con una pintura mural de la serie Sushi de Burgos del artista burgalés Miguel Maestro Cerezo. Sube una pareja de modernos, con su decidido aire british; baja una señora mayor y menuda, ágil, que se para a hablar con otra, vecinas ambas del barrio, no de la calle, pero sí de aquí al lado.

Recónditos espacios se confabulan con la noche para abrazar a los enamorados, ser marco de confidencias entre adolescentes o escenario del maullido de gatos.

La calle Valentín Palencia es mágica de noche. Mucho. Pero también de día. Cuando el azul del cielo sortea los tejados para dejarse retratar por los peregrinos que la descubren al alba, cuando los grupos de escolares que visitan el CAB chospan por las escaleras, y se ríen, y se abroncan...

Algunas de estas casas lucen en sus fachadas la placa que las reconoce dentro del Área de Rehabilitación del Casco Histórico (ARCH), un reciente lavado de cara, que no las ha salvado, sin embargo, de la indiscriminada y nada artística firma de los vándalos que no saben empuñar el spray; otras guardan la esencia del pasado con pequeñas y rotundas puertas de madera, que invitan a mirar por el ojo de la cerradura y llegar a través de ella al país de las maravillas.

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