El Correo de Burgos

Semana Santa

La agónica y triste espera de una madre

La Virgen y Jesús se encuentran a los pies de la Catedral en una noche de emociones

La belleza gótica de la Catedral enmarcó el encuentro entre madre e hijo en la plaza del Rey San Fernando.-Raúl Ochoa

La belleza gótica de la Catedral enmarcó el encuentro entre madre e hijo en la plaza del Rey San Fernando.-Raúl Ochoa

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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La cita era a las nueve. Ella llegó pocos minutos después. No lo vio. No la importó. Esperó tranquila. Con el corazón roto. Partido en dos mitades por un puñal. Pasaron los minutos. Él no llegaba. Ni la muchedumbre que había acudido a acompañarlos, ni los entusiastas vivas a la Virgen de los Dolores de los cofrades y de los costaleros que la mantenían erguida sobre el trono labrado por Maese Calvo para ella, ni los pétalos recibidos en Avellanos ni las sobrecogedoras melodías de las cornetas y tambores aliviaban su angustia. Pasaban quince minutos y Él no llegaba. Desconocía que en ese momento alguien le cantaba una desgarradora saeta antes de entrar en el Arco de Santa María. Versos con duende para quien va camino del Calvario. Ajena a ese grito de dolor, ella bailaba sobre su trono. Buscaba a su hijo por todos los lados. Y en ese momento. Mientras la angustia la acechaba. Él entró. Con la cruz a cuestas. Y con una amarga alegría se acercó a Él. Sus ojos se encontraron. Madre e hijo se vieron frente a frente. Y el público arropó ese mágico momento con sus aplausos.

Al filo de las nueve y media de la noche, la Virgen, que había salido una hora y cuarto antes de la iglesia de San Gil, y Jesús con la Cruz a Cuestas, que hizo lo propio de la de San Cosme, protagonizaban El Encuentro, uno de los momentos más celebrados y más emocionantes de la Semana Santa capitalina.Madre e hijo vivían el suyo. Pero entre todos los cofrades que participan en esta procesión, especialmente de sus anfitriones, los de la Archicofradía de Jesús con la Cruz a Cuestas y de la Real Hermandad de la Sangre del Cristo de Burgos y de Nuestra Señora de los Dolores, también es momento para la emoción, para la angustia y para el recuerdo.Mientras los ojos de la Virgen y de Jesús se encuentran, los ojos de Rebeca Arroyo a buen seguro que se empañan detrás del capirote crudo que distingue a los cofrades de San Gil. Ella se acuerda irremediablemente de su abuelo Benito, del responsable de que ella haya participado todos los Jueves Santo desde hace treinta años -salvo durante sus dos embarazos- en esta procesión.

Mientras los costaleros -la Real Hermandad de Nuestra Señora de los Dolores se distingue por llevar su talla en una carroza conducida por fieles bajo sus faldas- preparan a la Virgen en la calle San Francisco, Rebeca viaja tres décadas en el tiempo. Tenía once años. Su abuelo, que no había dejado ni un año de intervenir en este acto, estaba enfermo. No podía salir en procesión. Ella le tranquilizó, le dijo que no se preocupara, que ella lo haría en su lugar.Recuerda que estaba muy nerviosa. Era una niña y en aquellos años ochenta aún había pocos -ahora la banda de tambores y cornetas hipnotiza y atrae a los pequeños hasta la cofradía-. Pero no podía fallar a su abuelo. No quería. Y desde entonces salió año tras año. Y año tras año hasta su muerte, él salió a ver a su nieta seguir la tradición. Una tradición que no concluye con Rebeca. Ella animó a su madre, Mariasun, a participar. Y su hija, Paula, de nueve años, la pidió hace ya algunos ir con ella. Quizás Alejandro, de cuatro años, lo haga en un futuro. De momento no lo ha hecho y Rebeca no le obligará. «Esto tiene que salir de la persona. No se puede obligar. Es algo muy personal», dice esta joven mamá que no encuentra palabras para explicar lo que siente cada Jueves Santo cuando llegan las ocho de la tarde. «Es un sentimiento muy espiritual, muy íntimo, de felicidad, de paz...», acierta a decir antes de que su madre y Pilar, una amiga que recorrerá la procesión descalza, con la cruz a cuestas, la apremien para ocupar posiciones delante de la Virgen de los Dolores.Al otro lado del río ocurre otro tanto de lo mismo. Cada cofrade tiene su historia. Pero también cada persona del público vive ese encuentro, ese momento mágico, más todavía ayer tras la larga y agónica espera de la madre, tanto que dos personas necesitaron la asistencia de los servicios médicos y dieron un buen susto a los presentes. Se quedó solo en eso. La muerte anoche solo acechaba a Jesús. Él solo pudo recibir el consuelo de su madre. Que no es poco.

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