El Correo de Burgos

Ahmed, Damaha, Dahan, Limam...

Treinta niños de los campamentos de refugiados de Tinduf pasarán el verano en sendos hogares burgaleses dentro del programa Vacaciones en paz de Amigos del Pueblo Saharaui, al que este año se suman doce nuevas familias

Familias y niños participantes en el programa Vacaciones en paz compartieron la primera foto en la iglesia de los Dominicos antes de partir cada uno a sus casas.-Santi Otero

Familias y niños participantes en el programa Vacaciones en paz compartieron la primera foto en la iglesia de los Dominicos antes de partir cada uno a sus casas.-Santi Otero

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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Ahmed llega aturdido por el viaje. Prefiere no hablar aunque entiende el español perfectamente. Deja el peso de la conversación a Amparo Santiago, con la que pasará todo el verano como ha hecho en los últimos seis años. Ahora es uno más en la familia. Pero recuerda cuan angustiosa fue la primera vez. Estaba mareado, cansado, se acostó y cuando se levantó no paraba de llorar. Traía el teléfono de una tía suya que vive en el País Vasco. La llamaron. Pero el llanto siguió hasta que el marido de Amparo y su hijo Manuel, de su misma edad, 14 años, sacaron un balón de fútbol y salieron a jugar a la calle. ¡Ay, milagroso fútbol!Parco en palabras, sí dice que se lo pasa muy bien, que le gusta la piscina y el pueblo, Mudá, en la montaña palentina. Ahmed, además, aprovechará esta estancia, como hace cada año, para pasar por la consulta del doctor Merino y seguir el tratamiento para su asma.«Es un regalo que viene del Sahara todos los veranos», concluye Amparo y anima con entusiasmo a acoger a estos niños saharauis que llegan desde los campamentos de refugiados de Tinduf en Argelia.Limam (11 años) se resiste a que sus lágrimas salgan de sus ojos. No lo consigue. Es su segundo verano en España, pero estar tanto tiempo sin ver a la familia de uno es duro, aunque Rosa Saiz le mime como esa madre que deja atrás. «No llores mi vida», le dice mientras le seca las lágrimas con una gran sonrisa. «Es muy calladito, es muy sensible», apunta y reconoce que el año pasado ambos lo pasaron mal. La barrera del idioma es frustrante.Confía en que la piscina, los juegos en el pueblo, Escobados de Abajo, con Guillermo, su hijo, la esgrima que aprenderá este año o comer fruta, que le encanta, le ayuden a disfrutar de esta sociedad tan distinta a la suya. «Le sorprenden las tiendas con tantas chucherías y que la gente sea tan individualista, que se encierra en su casa y no comparte su tiempo con los vecinos como hacen ellos».Una enorme e imborrable sonrisa, sin embargo, luce el rostro de Dahan (8 años). Pasará el verano en Villasana de Mena con Esther Tapia. Es una de las veteranas. Hace diez años, un día su hija llegó del instituto con la cantinela. Y hasta hoy. «La experiencia es muy buena. Yo creo que ellos nos aportan más que nosotros a ellos: su forma de ser, que no tienen nada y lo dan todo, su sonrisa...», enumera segura de que esta ocasión no será una excepción.El lazo es tan fuerte que Esther sigue manteniendo el contacto con las niñas que han estado en su casa. «Hablamos por teléfono. Te hacen una llamada perdida y te preguntan por todos. ¡Hasta por la de la pescadería!».Ahmed, Limam y Dahan son tres de los 30 niños entre 9 y 14 años, un número que se mantiene, que participan en el programa Vacaciones en paz orquestado por la Asociación de Amigos del Pueblo Saharaui. Su coordinadora, María Ángeles Herrero, llama la atención sobre la incorporación de 12 nuevas familias.«Este año, con el problema de los refugiados sirios, la gente está más sensibilizada y hemos dado muchísimas charlas en los colegios que han calado», explica.A ese récord contribuye la familia Menéndez-De las Nieves. La campaña llegó al cole de sus dos hijos pequeños, Rubén (12 años) y Marina (10 años), y ellos se lo propusieron a sus padres, Julio y Toñi, y a su hermano mayor, Sergio (16 años). Todos fueron fáciles de convencer. Y todos están expectantes ante esta nueva experiencia. Que empezó ayer muy arriba.La madre se emocionó tras el abrazo sincero, sin miedo, con confianza, de Damaha, la niña de 11 años que vivirá con ellos hasta el 3 de septiembre. «Realmente no nos conoce de nada y esa bienvenida me ha superado. Nuestros hijos no se van con cualquier persona, ni muestran su cariño de esta manera y me ha pillado desprevenida. Creía que iba a extrañar más y ha sido...», acierta a decir tras esa congoja inicial.Damaha la mira con sus ojos grandes y sin perder la sonrisa, aunque no entiende qué cuenta. A veces, las palabras sobran.

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