El Correo de Burgos

TROTABURGOS / TORDÓMAR

Ojos pintados por el Arlanza

El puente sobre el río es el vestigio más imponente de un pasado romano en el que la localidad fue un importante nudo de comunicaciones por su cercanía a Clunia

La torre de la iglesia de Santa Cruz surge entre el arbolado.-LUMIAGO

La torre de la iglesia de Santa Cruz surge entre el arbolado.-LUMIAGO

Burgos

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Las aguas del Arlanza pintan los veintidós ojos del puente de Tordómar, el atractivo más llamativo de este pueblo situado a alrededor de 50 kilómetros de la capital burgalesa, el vestigio más imponente de su pasado como importante nudo de comunicaciones en la época romano debido a su cercanía con Clunia, centro jurídico, político y económico entre los siglos I y VII.

Cuentan las crónicas que fue mandado levantar por Trajano y que por allí pasaban quienes se dirigían a Cantabria, Segovia o Astorga. Se conservan aún dos miliarios, uno con una inscripción referente al emperador y a su año de construcción, el 98 d.C. y el otro con las millas que faltaban hasta llegar a Clunia. Treinta y cuatro marca este moderno cuentakilómetros.

El mapa de huellas romanas se completa con un tramo de calzada y una alcantarilla bien conservada de pequeñas dimensiones con tres coquetos arcos.

Pero los momentos de gloria de Tordómar no concluyen tras la época romana. El medievo alumbrará a un personaje de relumbrón que añadirá otro capítulo a su historia: Florencio de Valeránica.

En el desaparecido monasterio de San Pedro de Valeránica o de Berlanga, sito en el término municipal, dependiente de San Pedro de Arlanza, entre los años 937 y 978, bajo los gobiernos de Fernán González y García Fernández, habitó este monje, escriba e iluminador, autor de importantes documentos, entre los que destaca la Biblia Visigótica de León, conservada hoy en San Isidoro de León, que se une a otras como la Biblia de Oña o la donación de Fernán González y su mujer Sancha de Santa María de Cárdaba a San Pedro de Arlanza, el único documento original que se conserva del conde castellano.

Pasaron los años, a la meseta llegaron repobladores del sur y en la localidad se asentaron numerosas familias. Dicen que tal fue la bonanza y el esplendor de Tordómar que su nombre aparece en el Libro de las Behetrías mandado escribir por Pedro I de Castilla en el siglo XIV, donde se recogen aquellas poblaciones en las que sus vecinos podían elegir a su señor.

De unos años después, de los siglos XVI y XVIII, data la iglesia de Santa Cruz, en la que llama la atención su torre y el exterior de su ábside. Será el epicentro de la celebración de las fiestas de San Agustín, que arrancarán oficialmente mañana con el pregón de Óscar Ignacio Aparicio, autor de La historia de Tordómar, un libro esencial para ahondar en las raíces de este pueblo bañado por las aguas del Arlanza.

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