El Correo de Burgos
La bomba en la casa cuartel de Burgos reventó la fachada del edificio y causó 70 heridos.-I. L. MURILLO

La bomba en la casa cuartel de Burgos reventó la fachada del edificio y causó 70 heridos.-I. L. MURILLO

Burgos

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Después de 40 años de terror, asesinato, secuestro y otras mil fechorías resulta que el destino nos re cuerda que la primera y la última víctima de ETA eran dos personas nacidas en Burgos; dos jóvenes veinteañeros que perdieron su vida por culpa de una barbarie terrorista que siempre ha rondado cerca de la provincia. Burgos, con tantos lazos de cercanía y amistad con el País Vasco acabó siendo la provincia más afectada por lo que los abertzales llaman lucha armada y los constitucionalistas definen simplemente como terrorismo. No hay otra forma de nombrar a los intentos de masacrar a la población civil o los atentados contra varias casas cuartel y comisarías burgalesas.

En los 40 años que han transcurrido desde que ETA mató por primera vez, la banda dejó un centenar de heridos en Burgos y asesinó a tres burgaleses, además de mantener secuestrado durante 537 días al funcionario de Prisiones Jose Antonio Ortega Lara.

La nómina del terror de los etarras se salda con la triste coincidencia de que el primer muerto de la banda fue burgalés como también lo fue su última víctima, el guardia civil Carlos Saez de Tejada. 40 años de terror y salvajismo en los que Burgos fue rehén de la lucha antiterrista y protagonista involuntario de su final.

Primer ataque

Todo comenzó el 9 de abril de 1969 cuando un pistolero de ETA que huía de una redada contra un comando en el que militaban otros cuatro activistas, incluido Mario Onaindía, luego incorporado a la vida política, acabó con la vida de Fermín Monasterio, un burgalés de Isar que murió después de que el etarra le asestara cuatro tiros en un descampado después de que este taxista se negara a seguir proporcionándole los medios de fuga. Fermín Monasterio Pérez era taxista, nacido en Burgos en 1931 y murió en abril de 1969 de cuatro balazos a manos de un etarra que huía, y que no fue detenido hasta 1998. Dejaba esposa y tres hijas, una familia rota que hubo de conformarse con la colecta de 100.000 pesetas realizada entonces por el gremio de taxistas.

El 14 de septiembre de 1974, dos castellanos y leoneses perdieron la vida en el atentado de la Cafetería Rolando de Madrid. Una era la joven estudiante burgalesa María Ángeles Rey Martínez, de veinte años, que se encontraba en la capital para presentarse a un examen. Junto a otras compañeras, se acercó a la cafetería a comer algo cuando estalló la bomba. Su padre, Francisco Rey, cogió un taxi que le llevó de Burgos a Madrid para reconocer el cadáver y enterrarla. «Por apenas unos metros mi hija no se salvó», se lamentaba según recoge el victimario publicado por la fundación de víctimas del terrorismo del que se hace eco la agencia Ical.

La última víctima mortal de la banda criminal fue también un burgalés. El 30 de julio de 2009 el guardia civil Carlos Sáez de Tejada fue asesinado por ETA, que colocó e hizo explotar un artefacto explosivo colocado en el todoterreno que empleaba Sáez de Tejada y su compañero, que también perdió la vida en el atentado de Calviá, el último que reivindicaron los terroristas del separatismo vasco.

40 años de terror

El 18 de diciembre de 1983, la Comandancia de la Guardia Civil de Burgos sufrió un ataque, que fue cometido por una rama de ETA político militar que tenía que cometer varios atentados para poder ser admitida en ETA militar. Los terroristas colocaron entonces 12 kilos de goma-2 cerca de la sede del Instituto Armado, sin ocasionar daños personales.

Atentados

ETA eligió también las instalaciones de la Comisaría de la Policía Nacional para atentar el 17 de agosto de 1990 con un coche bomba cargado con 60 kilos de amonal, provocando daños materiales evaluados en mil millones de pesetas (seis millones de euros) y causando heridas a 30 personas. Más trágico fue el año 1992 porque la Comunidad sufrió en dos ocasiones el ataque de la banda terrorista. El 3 de agosto, perpetró un atentado contra el cuartel de la Guardia Civil de Lerma mediante la colocación de dos mochilas cargadas con 25 kilogramos de amonal que fueron depositadas junto a la verja que rodea el edificio.

La explosión provocó heridas de escasa consideración a una niña, aunque los daños materiales fueron importantes, tanto en la casa cuartel como en otras viviendas de las inmediaciones. En la ciudad de Burgos, el 24 de abril de 1991, fue desactivada una bomba lapa que había sido colocada bajo el coche particular de un capitán del Ejército. El vehículo se encontraba estacionado en las inmediaciones del Gobierno Militar cuando se localizó el artefacto formado por medio kilogramo de goma-2. También, en 2004, el 15 de agosto, la Guardia Civil destruyó una maleta y una mochila cargadas con explosivos en un descampado de Buezo, cerca de Briviesca, dejadas allí supuestamente por ETA.

Ese mismo año, el 24 diciembre, los técnicos especializados en la desactivación de explosivos (Tedax) intervinieron y desactivaron un paquete bomba con 15 kilos de explosivos en la estación de Renfe de Burgos. El artefacto con dos explosivos de 15 kilos cada uno fue embarcado en un tren Intercity que cubría la línea Irún-Madrid y cuyo destino era la estación madrileña de Chamartín.

El primer asesinado por la banda poco o nada sabía de ETA. Fermín Monasterio Pérez era taxista, nacido en Burgos en 1931. La víctima murió el de abril de 1969 de cuatro balazos a manos de un etarra que huía, y que no fue detenido hasta 1998. Dejaba esposa y tres hijas, una familia rota que hubo de conformarse con la colecta de 100.000 pesetas realizada entonces por el gremio de taxistas, como recogía el diario ABC.

Fermín Monasterio se resistió a seguir las indicaciones del etarra malherido que llegó a su coche. Era Miguel Echeverría Iztueta, que ante la resistencia no dudó en descerrajarle cuatro tiros. Lo echó al suelo, se puso al volante y continuó su viaje de Bilbao a Burgos.

Historial de terror

Desde ese día de 1969 hasta el fatal 30 de julio de 2009, cuando Carlos Enrique Sáenz de Tejada, con 28 años, se convertía en el último asesinado por la banda, el rosario de víctimas mortales se ha ido sucediendo. Carlos, también de Burgos, y guardia civil de profesión, murió junto a su compañero Diego Salvá en el último atentado de la banda, en Calviá (Mallorca).

Años antes, el 14 de septiembre de 1974, dos castellanos y leoneses perdieron la vida en el atentado de la Cafetería Rolando de Madrid. Una era la joven estudiante burgalesa María Ángeles Rey Martínez, de veinte años, que se encontraba en la capital para presentarse a un examen. Junto a otras compañeras, se acercó a la cafetería a comer algo cuando estalló la bomba. Su padre, Francisco Rey, cogió un taxi que le llevó de Burgos a Madrid para reconocer el cadáver y enterrarla. «Por apenas unos metros mi hija no se salvó», se lamentaba.

Hay que remontarse hasta el 26 de junio de 1977 para encontrar la tercera víctima mortal de ETA en Castilla y León. Valentín Godoy, miembro de la Policía Armada, fue asesinado de tres tiros sin testigos. Su cuerpo apareció dentro de su coche en la localidad de La Puebla de Arganzón, recuerda Ical.

En total, la huella de ETA ha quedado grabada en Castilla y León en 138 familias, las de las 138 víctimas mortales nacidas en los pueblos y ciudades de la Comunidad. Son 138 muertes que convierten a Castilla y León en la segunda Autonomía que más ha sufrido la violencia abertxale terrorista, si es que esta comparativa es posible, por detrás del País Vasco, donde se han llorado 178 muertos.

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