El Correo de Burgos

Me voy a la granja

Una pareja de burgaleses emprende una experiencia profesional en Doneraile (Irlanda) que les permite aprender un oficio y vivir sin estrés

Rubén y Cristina, en una señal, cerca de la granja que les ha cambiado la vida.-ICAL

Rubén y Cristina, en una señal, cerca de la granja que les ha cambiado la vida.-ICAL

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¿Se imaginan vivir sin móviles, casi sin Internet en un pueblo sin cines ni grandes superficies y pasear por frondosos parajes con el sonido de los pájaros tras una intensa jornada de trabajo en el campo? La estampa parece sacada de comienzos del siglo XX pero sigue siendo posible vivir sin redes sociales, sin televisión y casi sin leer la prensa por loco que nos parezca.Es la vida que llevan desde hace unos meses dos burgaleses: Cristina Gómez y Rubén Ordóñez, de 31 años cada uno. No es que hayan viajado en el tiempo como ocurre en algunas series de televisión, sino que han decidido darle un giro de 180 grados a sus vidas para iniciar la que definen como «la mejor aventura y experiencia de sus vidas».Todo empezó hace unos años cuando, contagiados por la experiencia de un familiar, decidieron comenzar a mirar «para marcharse fuera y aprender inglés». «Miramos de todo y tengo que decir que tardamos bastante en decidirnos porque no era fácil tomar una decisión que implicaba dejar trabajos en España y parar un poco nuestras vidas aquí», confiesa Cristina, empleada hasta hace unos meses en una clínica dental.Como ella, Rubén tenía un trabajo fijo, «de esos por los que se mata la gente», en la capital burgalesa pero «de repente un día se dio cuenta de que llevaba toda su vida trabajando en el mismo sitio y compartiendo las mismas rutinas». «Podemos decir que nos sentíamos algo vacíos y que nos veíamos demasiado jóvenes para decir ¿nos vale solo con esto de trabajar y pagar la hipoteca? La respuesta fue contundente por ambas partes: no», aseguran a la agencia Ical.Fue una casualidad la que puso en contacto a la pareja con Kilbrack farm. Una granja ubicada a 45 minutos en coche de Cork (Irlanda) donde les ofrecieron alojamiento y trabajo. «Lo primero que nos preguntaba la gente era si nos iban a pagar y se quedaban helados cuando les decíamos que no. Es algo que en España no se concibe», expresa el burgalés. Ellos vieron una buena experiencia en poder conocer otro entorno, vivir alejados del mundo, aprender un idioma, además de un oficio.Sin pensar demasiado, por aquello de que les pudiera frenar y tras dejar las llaves de su casa a sus progenitores para que cuidaran de sus mascotas- dos gerbos que aguardan en Burgos- ambos emprendieron un viaje hacia lo que definen como ‘otro mundo’.«El viaje fue algo más complejo de lo que pensábamos porque llegamos a Dublín, y de ahí un bus hasta Cork, y otro para el pueblo, y otro camino hasta la granja. Lo primero que nos dimos cuenta es de que íbamos a estar más alejados del mundo de lo que pensábamos. Pero eso nos gustó», confiesan ambos al recordar sus primeras horas en Doneraile (Irlanda).TRABAJAR COMO ANTAÑO

Sin mucha idea de agricultura y ganadería, Cristina y Rubén comenzaron a trabajar en las tareas agrícolas de Kilbrack farm y se dieron cuenta demasiado pronto que «aquello iba a ser más duro de lo que habían pensado». «Lo primero que hicieron fue separarnos para que no trabajáramos juntos y he de confesar que allí no miran si eres hombre o mujer porque todos hacemos lo mismo y eso me gusta», expresa Cristina, mientras enseña con orgullo el músculo que ha conseguido tras horas y horas de carretilla y azada. «Jamás hubiera pensado que sería capaz de hacer esto», señala mientras sonríe.Tampoco hubiera pensado que sería tan sencillo vivir sin estar atento al móvil o sin tener casi contacto con los medios de comunicación. «Allí nos enteramos de las cosas porque nos las cuentan los dueños de la casa. A veces estamos muy desconectados pero revisamos cada noche los wasaps de la familia por si hubiera pasado algo. Bueno si hay cobertura…», señalan. «Es que todo es tan distinto...es como vivir en otro siglo pero nos encanta», añaden.

VUELTA AL SIGLO XX

La vida de Cristina y Rubén en Irlanda se asemeja mu cho a la que pudieron tener sus abuelos. Se levantan temprano, desayunan y se ponen manos a la obra en las labores del campo. Este verano la tarea ha sido en los invernaderos donde llegaron a superar los 40 grados en los días de mayor sol y pudieron comprobar la dureza de una profesión a la que «algunas veces no se le ofrece el respeto que merece». «Nos hemos dado cuenta de lo duro que es ser agricultor y del sacrificio que merece. Pero estamos encantados de lo que estamos aprendiendo», aseveran.Pero no todo es trabajo. El cambio de vida de estos castellanos y leoneses les ha permitido conocer mucha gente en Kilbrack farm y en sus alrededores. El proyecto de la familia que dirige la granja es el de ofrecer alojamiento y manutención a cambio de trabajar para ellos en las labores ganaderas y agrícolas del complejo. Son muchos los europeos que han pasado desde que Cristina y Rubén decidieron sumarse al proyecto y muchos los que también han visto que aquello no era para ellos. «Nosotros no hemos tenido ningún mal día o rato pero hay gente que se ha ido porque veían que no era lo que buscaban o que era demasiado duro estar aquí».Ellos se encuentran encantados de caminar, de ir en bici cada miércoles hasta el pueblo más cercano (a varios kilómetros) para tomarse unas pintas con los lugareños. «Esto es como España pero aquí gastamos menos porque lo único que hacemos es venir una o dos veces al pueblo a tomar algo y charlar con los vecinos», añaden satisfechos.Tras pasar unos días en España y visitar su casa de Burgos donde han podido comprobar «lo bueno que es tener una ducha para uno mismo y no compartir baño» han decidido volver a Irlanda. La experiencia continúa y el billete de vuelta aún no lo tienen pensado. «No sabemos cuando volveremos. Tampoco nos importa…», finalizan.

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