ARTESANÍA BURGALESA / BOTERÍA LOS TRES D. D. D.
Cuatro generaciones dedicadas a la botería en cuerpo y alma
Jorge Domingo, bisnieto de Julián Domingo, hace un repaso por la vida de la histórica botería burgalesa ‘Los tres D.D.D.’ de la que se hizo cargo junto a su hermana cuando se jubiló su padre
Cuatro generaciones y más de 150 años de recorrido en tres siglos diferentes recogen la historia Botería Los Tres D. D. D., la única que aún resiste en la capital burgalesa y una de las doce que hay en todo el territorio nacional. Un lugar cargado de tradición, de imágenes en blanco y negro y de elementos que llevan a todo el que traspasa la puerta de la calle San Cosme, 15 a un tiempo en el que el trabajo manual era el predominante.
El inicio de la esta botería burgalesa se sitúa en 1870, con un chiquillo llamado Julián Domingo entrando a trabajar como empleado en la Botería Hermenegildo Barbero, situada en la calle Miranda, donde actualmente se encuentra el Museo de Burgos. Unos años más tarde, el hijo de ese niño ya adulto, Valentín, entraba como aprendiz en la misma botería demostrando gran habilidad y destreza en el oficio.
«Tal era su buena mano que las herederas de Botería Hijas de José Fernández le llamaron para hacerse cargo de su negocio». Así lo explica Jorge Domingo, nieto de Valentín y encargado del negocio junto a su hermana Rocío, conformando la cuarta generación de esta familia boteros.
Tres de los hijos de Valentín tomarían el relevo de su padre y de ahí nacería el nombre de ‘Los Tres D.D.D.’. «El último en retirarse del oficio fue mi padre y nosotros decidimos tomar el relevo», explica Jorge. No era su idea inicial. Tampoco la de su hermana, pues ambos estudiaron Informática. «A mí no me gustaba lo que estaba estudiando, prefería los trabajos manuales y artesanos y decidí tomar el relevo y mi hermana se unió a esta aventura», señala el botero.
Todo en la botería te transporta a un tiempo pasado. Todo salvo el ordenador que preside la mesa de madera que hace de mostrador. Y es que «el oficio se sigue haciendo como antes pero muchas ventas llegan a través de laboteria.es, la web del negocio», comenta el artesano, que lo tiene claro, «si no estás en internet, no existes».
Si bien la inmensa mayoría de las ventas de esta botería llegan del territorio nacional, Jorge explica que «nos han llegado encargos desde lugares como Emiratos o Australia y también para formar parte del atrezo de películas como ‘Los últimos días en el desierto’ protagonizada por Ewan McGregor y ‘Dioses de Egipto’ con Gerard Butler».
Fabricar una bota de vino requiere un tiempo de entre cuarenta y cinco minutos y una hora, sin contar los procesos de curtido de la piel, sobado y secado. Precisamente hace tres años, Jorge y Rocío decidían hacerse cargo también del proceso de curtido y sumar a su negocio la faceta de proveedores de pieles para otras boterías y negocios.
«Hasta ese momento las pieles que usamos para las botas se las comprábamos a un curtidor de Covarrubias, pero en 2018 lo dejó y nosotros decidimos animarnos y hacernos cargo también de ese proceso no solo para nuestras botas si no para vender a otros artesanos». Fue una decisión difícil pero «muy gratificante».
Sin embargo, solo dos años después llegaría la pandemia, «prácticamente recién salidos de la crisis de 2008». Han sido «momentos complicados» porque «durante las crisis la gente gasta su dinero en bienes de primera necesidad». Con la pandemia, además, «se suspendieron las fiestas y gran parte de nuestros pedidos vienen de las peñas». Afortunadamente «todo va volviendo a arrancar de nuevo».
EL PROCESO
Para hacer una bota se necesita piel de cabra. «Para mantener el pelo desarrollamos el curtido vegetal» que «lleva un proceso de un mes». Una vez esta lista la piel se mete en la troqueladora con las plantillas ya preparadas. Ya con la pieza cortada, la piel se moja «para que estire y darle forma».
El siguiente paso es «fruncirla para que quede redonda y se cose con trenza de algodón, una costura que puede ir por dentro o por fuera, dependiendo del modelo». La trenza «es lo que permite que luego aguante la presión». Ya mojada, la piel se queda «acartonada» y para reblandecerla «lo que hacemos es sobarla». Ese proceso se desarrolla en un tambor que las va moviendo.
Con la pieza ya lista es el momento de recubrir el interior. «Si es para vino se usa pez, mientras que para otro tipo de bebidas se pone látex» y es que «la pez se estropea con otras bebidas que no sea vino». Una vez se ha secado la pez «se coloca el brocal (la boquillas de la bota), que se inserta a la bota con tres atados».
Después solo queda personalizarla y es que en la botería «hemos hecho botas para particulares, peñas, con escudos, con la Catedral, etc». Actualmente la demanda se reparte al 50% entre las botas de pez y las de látex, pero el artesano cree que «tenderemos al látex porque es más cómodo y porque permite meter cualquier bebida en la bota».
Mientras Jorge relata la historia de la botería, su padre no pierde detalle. «Sigue viniendo cada día a hacerme una visita», explica, al tiempo que su progenitor asegura que «la bota es el recipiente más limpio e idóneo para estos tiempos de covid porque nadie chupa la boquilla. Nadie te dice que no a trago en bota».
Hablando sobre el futuro, Jorge cree que no habrá una quinta generación dedicada al negocio familiar, pero no es algo que le apene. «No al menos por ahora», explica y asegura que sus hijas «tendrán que hacer lo que les guste y por ahora no creo que sea esto». Apunta que «todo tiene su tiempo y si se tiene que acabar habrá que aceptarlo».