El Correo de Burgos

SOLIDARIDAD

El «viaje a la inversa» de seis refugiados ucranianos y 1.300 kilos de ayuda humanitaria desde Burgos

Sergio, Tati y Miguel han compartido el dolor de la guerra con quien la sufre desde la distancia y quiere volver a casa. Salieron de Burgos el 23 de mayo, a 1.000 kilómetros por día, en dirección a Polonia. Pasaron la noche en un centro de acogida temporal custodiado por militares y voluntarios. Aún así, no tardaron en descubrir que los robos, las violaciones o los secuestros están a la orden del día. Sus vidas, irremediablemente, han cambiado para siempre
 

Sergio de la Fuente, Tati Sastre y Miguel Sevilla, en Burgos, tras llevar a Polinia ayuda humanitaria para Ucrania. SANTI OTERO

Sergio de la Fuente, Tati Sastre y Miguel Sevilla, en Burgos, tras llevar a Polinia ayuda humanitaria para Ucrania. SANTI OTERO

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Regresaron a España con una «sensación agridulce», satisfechos por cumplir con su misión pero con un «nudo en el estómago». En un momento dado, a Tati Sastre se le quiebra la voz. «Arrancamos una bandera que llevábamos pegada en el coche. Escribimos ‘Burgos’ y por detrás, en ucraniano con el traductor, ‘mucha suerte valientes, os queremos’. Firmamos los tres y se lo guardaron como amuleto».

Intenta contener las lágrimas aunque a duras penas lo consigue. Sus compañeros, Sergio de la Fuente y Miguel Sevilla, también se emocionan. No es para menos. Su experiencia en Przemysl (Polonia) les ha marcado para siempre. Con unos 1.300 kilos de ayuda humanitaria para Ucrania y un sinfín de contactos establecidos de antemano, jamás hubiesen imaginado que harían un «viaje a la inversa» con seis refugiados.

De estar a salvo a la boca del lobo. Cuesta entenderlo, pero después de escuchar el relato de estos tres burgaleses la historia cobra todo el sentido. Mientras ultimaban los preparativos de su viaje, recibieron el mensaje de Luis, un vecino de Férez (Albacete) que acogía en su casa a siete personas de una misma familia.

Con las ayudas del Gobierno en saco roto, hay familias que gastan «una media de 1.500 euros al mes» para mantener a las personas que tienen en acogida. 

Entre ellas, Olga y su hermana, que acababa de perder a su esposo por culpa de la guerra. «Eran de clase media y, de repente, no tenían nada. Rusia se ha encargado de devaluar su moneda para que no sirva ni en su propio país». Ante este panorama, y con las ayudas comprometidas por el Gobierno español en saco roto, «Luis se gastaba una media de 1.500 euros al mes para poder mantenerlos». Sin embargo, la operación retorno nada tenía que ver con motivos económicos.

La expedición burgalesa con Olga, su hermana y dos de sus hijos.

La expedición burgalesa con Olga, su hermana y dos de sus hijos.

«Sus padres están enfermos. Como no hay medicinas y hay escasez de todo, querían estar con ellos», relata Miguel mientras precisa que Olga también ardía en deseos de reencontrarse con su marido. Obviamente, «les costó muchísimo tomar esta decisión» Sobre todo porque la hija de Olga, de 6 años, «no quería separarse de su madre por nada del mundo».

Algo parecido sucedió con su sobrino, de 13. Entretanto, las dos hermanas dejaron bajo la tutela de Luis a tres hijos de 17 años porque «cuando sean mayores de edad les obligarán a alistarse en el Ejército», explica Tati.

«Ya no hay guerra» les decía Vasili, de la comunidad ucraniana en Burgos, cuando le llamaron para recoger material. «Como si ayudar ya se hubiese pasado de moda».

Un día antes de partir, el director de la academia de idiomas BiCortexÍñigo López, les facilitó el contacto de Vasil, de la comunidad ucraniana en Burgos, para recoger material en una nave habilitada en su día para ayudar a la población civil que sufre los estragos de la guerra.

«Le sorprendió nuestra llamada porque hacía muchísimo tiempo que nadie iba a recoger nada. ‘Ya no hay guerra en Ucrania’, nos decía; como si ayudar ya se hubiese pasado de moda», recuerda Tati. Sus amigos asienten, muy a su pesar, y Sergio lamenta que «la sociedad ya no va a responder igual».

El caso es que le comentaron a Vasil su intención de trasladar a cuatro refugiados desde España. Para su sorpresa, éste telefoneó de inmediato a Iana, que quería viajar junto a su hija Lena, de 17 años, para instalarse en Polonia junto a unos familiares.

Dicho y hecho, ambas hicieron las maletas y se despidieron entre lágrimas de unos amigos al día siguiente en la puerta del hostal Arlanzón. Lo tenían muy claro y ya no había vuelta de hoja.

En el campo de refugiados

Tal y como estaba previsto, la expedición partió el pasado 23 de mayo a primera hora de la mañana. «La carretera nos ha marcado mucho», reconoce Sergio. Y no es de extrañar porque una media de 1.000 kilómetros diarios entre atascos, retenciones por obras y fronteras resulta agotador. Aún con todo, llegaron a Przemysl el miércoles 25 por la noche.

Según lo acordado, el convoy de ayuda humanitaria -en una furgoneta de gran tamaño cargada hasta los topes- se repartiría en varios vehículos para su posterior entrada en Ucrania. Dadas las horas, pensaban que la operación se pospondría al día siguiente, pero todo se precipitó.

«La voluntaria ucraniana con la que estábamos en contacto habló con una persona de una organización de Varsovia para que nos acercásemos a un antiguo colegio». Y tenían que hacerlo de inmediato porque «llevábamos una furgoneta extranjera y podía haber problemas al estar en la frontera». Pese al «desconcierto» inicial, Tati se quedó con las familias ucranianas gestionando el alojamiento en un centro de refugiados mientras Sergio y Miguel seguían a un SEAT sin recibir «explicaciones».

Secuestros, abusos sexuales, robos... Hubo quien intentó raptar a un bebé. «Aunque esté el Ejército hay poca seguridad porque es muy difícil controlar a tanta gente».

«No fue una acogida calurosa», confiesa Miguel sin el más mínimo atisbo de reproche porque, dadas las circunstancias, este tipo de operaciones suelen hacerse de noche para que «no ataquen los hangares» en los que se guarda la ayuda humanitaria.

Por otro lado, a Sergio le llamó la atención diesen tanta «prioridad» a los medicamentos, hasta el punto de enviarlos «directamente» a Ucrania porque «no quieren arriesgarse a que se los roben». Sea como fuere, no se lo pensaron dos veces y depositaron todo el material, valiéndose de una camilla, en el punto de recepción al que les guiaron.

Sergio y Miguel junto a dos voluntarias entregando el material.

Sergio y Miguel junto a dos voluntarias entregando el material.

Mientras tanto, Tati logró acceder al centro de refugiados gracias a la intermediación de Olga. Se encontraban en un antiguo centro comercial custodiado por militares de distintos países y un sinfín de voluntarios. A primera vista, el lugar parecía en cierto modo hasta confortable. Con sala de cine, rocódromo, actividades para los más pequeños... No en vano, pronto descubrieron la otra cara de la moneda.

Secuestros, abusos sexuales, robos... De hecho, hubo quien intentó raptar a un bebé. «Aunque esté el Ejército hay poca seguridad porque es muy difícil controlar a tanta gente», explica Miguel tras rememorar que había carteles de advertencia para que todo el mundo estuviese ojo avizor.

En este contexto, todo el mundo duerme con sus pertenencias más valiosas bien escondidas y el equipaje a mano. Nadie puede arriesgarse a que le roben la documentación y conciliar el sueño no es tarea fácil. Además, las luces permanecen encendidas todo el rato porque «hay movimiento y ruido las 24 horas».

Según cuenta Miguel, «duermes hombro con hombro y te dan una manta con la que te tapas la cara o los pies porque no te cubre entero». Todos vestidos, por supuesto, y la gran mayoría con un ojo abierto por si las moscas.

Centro de refugiados ucranianos en Przemysl (Polonia).

Centro de refugiados ucranianos en Przemysl (Polonia).

Sobre aquellas hamacas en las que pasaron la noche, los tres burgaleses charlaron hasta las tantas con sus acompañantes valiéndose del traductor de Google. Fue entonces cuando Olga les contó lo que le había pasado a su hermana, «en bajito para que no lo oyese la niña». Y también les confirmó hacia donde se dirigían. Nada más y nada menos que a Járkov, ciudad que días después sería bombardeada por las tropas rusas. «Igual no lo dijo antes para no preocuparnos», intuye Miguel.

«Vinculo de agradecimiento»

Durante su breve pero intensa estancia, la expedición burgalesa arrimó el hombro todo lo que pudo. Después de movilizarse para receptar productos de primera necesidad en Burgos, Villariezo o Madrid y organizar una Gala Solidaria en el centro cívico Río Vena, estaban dispuestos a seguir dando lo mejor de sí mismos a miles de kilómetros de distancia.

Miguel, por ejemplo, utilizó sus dotes de mago para amenizar la estancia de los refugiados con un amplio arsenal de trucos. No tardó en comprobar que «había pocas ganas» de entretenimiento. Algo comprensible porque «aunque es un lugar de paso, hay gente que lleva mucho tiempo».

Tras cuatro días de intensa convivencia, tocaba despedirse. Entre lágrimas y abrazos, Olga, su hermana y los chavales se montaron en un autobús con destino a la ciudad polaca de Lviv. Una vez allí, cogieron un tren directo a Járkov sabiendo perfectamente que una vez dentro no podrán volver a abandonar el país con el estatus de refugiadas.

Miguel y Tati con los seis refugiados ucranianos de camino a Polonia.

Miguel y Tati con los seis refugiados ucranianos de camino a Polonia.

«Prefiero estar mal en mi país», aseguraba esta mujer, resiliente hasta la médula, que acabó convirtiéndose en «la argamasa que nos unía con el resto de la familia». Gracias a ella, se ha generado un «vínculo de agradecimiento» mutuo, apostilla Sergio. 

De vuelta a la normalidad, los tres mantienen el contacto -cuando se puede- con Olga. «Hemos hecho tan poco de una montaña tan grande...», concluye Tati con la esperanza de que el conflicto llegue a su fin lo antes posible. A expensas de que eso ocurra, que sería lo suyo, no deja de pensar en esa bandera que les sirve de amuleto. Y cuando lo hace, varias veces a lo largo del día, no le cabe la más mínima duda de que «van a estar bien»

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