El Correo de Burgos

RITOS, MITOS Y LEYENDAS DE BURGOS

Muerte en el azul profundo. El dulzainero y la bella dama de la Corte (y II)

José fue feliz durante un tiempo mientras pudo acompañar con su música a la joven doncella a la que idolatraba, pero el diablo y el pozo preparaban el triste desenlace a una historia de amor frustrado

Las aguas límpias del pozo azul invitan al baño, aunque son bastante frías. ISRAEL L. MURILLO

Las aguas límpias del pozo azul invitan al baño, aunque son bastante frías. ISRAEL L. MURILLO

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Soñaba el pastor que a su dama veía y soñaba lo que quería. Su único anhelo era volver a tocar su dulzaina en su presencia. Dejar sonar las notas de sus alegres cancioncillas en el silencio del pozo azul acompañando los pensamientos de su idolatrada cortesana.

Pero pasaron los días, las semanas y los meses sin ver cumplido su sueño. Hasta que el diablo vino a escuchar sus ruegos, siempre atento a convertir en dichas los lamentos de los enamorados por tener la oportunidad cuando más daño pueda hacerse, de tornarlos en llantos y desesperación.

Meses y meses soñando, imaginando, desgastando la cordura y engrandeciendo el amor a su mitificada doncella. Creía verla en los claros del bosque, sobre las aguas y hasta en las profundidades en cuyas aguas heladas sumergía su efervescente ingenio creyendo ver en el reflejo de la luna los rayos de oro de los cabellos de la joven cortesana que en tan breve tiempo le encandiló. Los vecinos le daban por perdido, su madre sufría al verle así.

En cierta ocasión, a la voluble Reina Isabel II, siempre en boca de sus súbditos por los muchos escándalos de su alcoba, protagonista de atrevidas historias picantes, coplillas y chascarrillos, se le antojó volver a darse baños de mar en Santander y encaminó a toda su corte hacia la capital norteña por el camino de Burgos. A la vuelta, bajando por el cañón del Rudrón se acordó de la agradable comida que habían compartido en una vereda de Covanera y mandó parar a descansar en el mismo punto.

Allí, como si hubiera sido convocado por un emisario real aguardaba al punto el pastorcillo pero la reina y su comitiva se habían adentrado hasta la orilla del pozo donde la guardia le impedía llegar. Sin atreverse a forzar la entrada, José, el pastorcillo sufría por acercarse para ver si la dama de sus anhelos acompañaba también en aquella ocasión a su majestad.

De nuevo la providencia o la habilidad del diablo tendiendo puentes para luego quemarlos y recoger a las víctimas en su caída vino en favor del joven dulzainero puesto que la reina y su corte tuvieron el capricho de hacerse amenizar su estancia con música. La bella dama que enamoró a José, efectivamente, viajaba con ella y se acordó de su destreza con la dulzaina, así que el pastor fue admitido al corro y gozoso interpretó su repertorio con la mayor de las habilidades. 

Tanta fue la dicha que insuflaba su corazón que nunca se escuchó un concierto semejante. La reina, asombrada de que un simple pastor guardase su talento para las cabras y las soledades del pozo azul le tentó con volverse a Madrid con su corte.

Dulce música para sus oídos. La magia del pozo azul nublaba sus sentidos, preparando el cebo para cobrarse su tributo de muerte. Las profundidades dan la vida y la exigen también.

Pero, cómo negarse, José viajó a Madrid con la corte y fue feliz mientras pudo estar cerca de su idolatrada doncella, tocando su dulzaina para la reina, la corte, los nobles y en todo momento en que su corazón derramase música, cosa que sucedía constantemente.

Fue bonito mientras el diablo se entretuvo jugando con su felicidad, pobre marioneta danzando al final de unos hilos que nunca vio. Pero la tragedia aguardaba y descargó en forma de epidemia, llevándose la vida de la frágil doncella. Una enfermedad consumía una vida joven y envenenaba el porvenir de otra alma a aquella dama dedicada. Ni un minuto más aguantó en la corte, la Reina accedió a dejarle marchar y José se volvió a su pueblo, a sus cabras y a sus noches de desesperación a la orilla del pozo azul.

Se le acomodó de nuevo de pastor en un pueblo cercano pero no hacían vida de él. Estaba ido, ausente, dolido y sonámbulo. Pasaba las noches persiguiendo fantasmas, cazando sombras, oyendo vocs de mujer que repetían su nombre. El rumor del agua removía su dolor, su pena, acudía el llanto y la música huía de su corazón. José penaba, sufría y se desmoronaba, arrancada su alma a pedazos cuando disfrutaba tocando el cielo con la punta de los dedos. Las aguas de los ríos, del pozo de color turquesa le abrían los brazos y se dejaba la salud y la sesera lanzándose para abrazar a su amada. La alegría se tornó desesperación, el diablo aquinaba y las aguas del pozo azul llamaban y llamaban insistiendo en calmar su desesperación.

El fatal desenlace estaba pronto. Cierta noche, igual a las demás, José sintió la llamada más fuerte y no pudo o no quiso detener su ansia. Se encaminó al pozo azul seguido de algunos pastores con los que velaba guardando el rebaño. ¿Dónde vas Jose, que te pierdes? No escuchó a nadie. Avanzó seguro y sereno hasta el borde el acantilado del pozo azul y siguió caminando viendo en los aires un sendero que recorrer que sólo existía en su cabeza. Cayó al pozo y las profundidades se lo tragaron para siempre. Desapareció rápido hacia el azul profundo del pozo, que había esperado demasiado tiempo para cobrarse esta víctima.

El amor del pastor, el candor de la doncella y las aguas más azules y misteriosas del mundo. Toda una leyenda.

 

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