El Correo de Burgos

Monte de La Pedraja / Exhumación de la fosa común

«Un hombre se escondió 8 años en mi casa. A esa edad, descubrí que era mi padre»

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Burgos

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D. RIVAS PACHECO / VillafrancaPor la N-120 entre Burgos y Logroño los camiones suben a trompicones el monte de La Pedraja. Como un fantasma que arrastra su bola, coronan los transportes la cima, antes de bajar hasta Villafranca Montes de Oca. Y esa misma travesía fue lo último que vieron, desde el furgón, los centenares de ciudadanos asesinados que la tierra guarece desde 1936. Porque entre los pinos, la Agrupación de Familiares de las personas asesinadas en los montes de La Pedraja, calcula que pueden yacer casi 400 fusilados.De esta manera, el primer paso es recuperar la memoria y la dignidad de casi ochenta vecinos de Burgos y La Rioja que pueden encontrarse en el área delimitada desde el domingo por la Sociedad Aranzadi. El equipo de veinte científicos desplazados hasta la provincia rastrearán, durante dos semanas, los casi 30 metros de largo y 2 de ancho de la fosa común donde están excavando. La tarea se extenderá en el tiempo porque, como explica Francisco Etxeberría, médico forense que coordina el grupo, «los restos están disgregados en un espacio amplio, y su extracción será difícil por el tipo de terreno. Además hay huesos en mal estado lo que puedo impedir la identificación posterior de ADN». En esa cuadrícula, bajo la superficie esperan para ser revividos los relatos de injusticia que cada familia aguanta como un lastre. Como la experiencia que narra a pie de fosa Luis Carlos García Hernando. Él espera que La Pedraja otorgue, desde sus entrañas, «la ilusión por recuperar el cuerpo de su tío y de un amigo del mismo. Y, así, sentir que he hecho todo lo que he podido por su honor».En sus palabras no hay rencor, ni odio, sólo tranquilidad. Y en su pupila, en la galería donde se cuelgan los momentos más importantes de la vida, sólo palpita la imagen de su madre vituperando a los asesinos de su tío ‘Pepe’ en la casa familiar mientras cocinaba. Porque la malicia de los falangistas había cercenado el futuro del hermano de su padre, con 27 años, cuyo único cargo ante la justicia franquista era ser concejal de Santa Olalla de Bureba. Y de su amigo, que murió abrazado a él con sólo 17 años. Aunque García Hernando no conoció a ninguno de los dos, porque nació en 1937, cada vez que pasaba por La Pedraja hablaba con ellos desde la cabina de su camión. Quizá también era una manera de contar que su padre se encontraba a salvo, aunque en los primeros años de la posguerra tuvo que vivir oculto en el hogar familiar. Como narra su hijo, «a los ocho años descubrí que el señor que vivía escondido en nuestra casa era mi padre; hasta entonces, me habían dicho que era otro tío mío, para evitar que yo dijese algo en el pueblo».Por el camino de acceso a la fosa asoman los bastones de peregrinos tres chicas, que vienen desde Vitoria, Alemania e Italia. Y Miguel Ángel Martínez Movilla, el representante de la agrupación, explica ante sus caras compungidas, lo que ocurrió en ese paraje hace 74 años. En la exhumación está buscando a su abuelo, y en esa tarea le acompañan también su hermana y su tía. A los pies de la fosa, muestran una carta anónima que recibieron en 2007, cuando empezaron a plantearse la idea de fundar su sociedad. En ella, les piden que recuerden el mérito de los mayores que han sabido olvidar las heridas del pasado. Pero a esta familia le parece imposible reabrir el dolor de la Guerra Civil, cuando nunca se ha cerrado porque su familiar descansa en una fosa común.

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