Los puentes del cambio a través del desarrollo local

Decía Arquímedes, y no le faltaba razón, que tan solo necesitaba un punto de apoyo para mover el mundo. Ahora bien, ¿cuántas palancas hacen falta para cambiarlo? Pregunta trampa, cualquier respuesta concreta es a todas luces inexacta. Lo que sí se puede afirmar a ciencia cierta es que el hecho de plantearse esta cuestión ya es un primer y gran paso en la dirección adecuada. Bajo esta perspectiva analítica y transformadora, siete jóvenes de acción y mente inquieta comenzaron a tejer «redes» y tender «puentes» entre la ciencia y el medio ambiente, entre el mundo rural y el urbano, entre el progreso y la «co-evolución» del ser humano.Al mismo tiempo, el nacimiento de Ábrego tuvo bastante que ver con el contexto de crisis, aún vigente, que obligó a toda una generación a reinventarse sobre la marcha tras estamparse de bruces contra el muro de la triste realidad. «La asociación se crea a raíz de una preocupación por la situación que vive el país, en la que el medio rural se presenta como una opción en la que plantear iniciativas de autoempleo», recuerda Carlos Jaén, uno de sus fundadores y miembro de la Junta Directiva, de la que hoy en día forman parte ocho personas.También les preocupaba, y «mucho», «el abandono de los pueblos y la pérdida de sus costumbres», expone Jaén, quien de forma paralela hace hincapié en «los ritmos frenéticos de vida y el consumo desmesurado que generan las ciudades y que afectan a la salud de las personas». Dadas las condiciones y ante la necesidad de impulsar cambios efectivos, los integrantes del colectivo pasaron de los dichos a los hechos con «el desarrollo local como respuesta a la globalización». Para ello, en 2014, se lanzaron a organizar el Encuentro Internacional de Desarrollo Sostenible, Medio Ambiente y Tradición (Artim), una ambiciosa y arriesgada propuesta que con dos ediciones a sus espaldas y una tercera en camino -del 8 al 17 de julio en Espinosa de los Monteros- ya se ha convertido en un referente de la agroecología dentro y fuera de la península.Con el número de artimers creciendo progresivamente -las redes sociales dan buena cuenta de ello- y a pesar de los quebraderos de cabeza que conlleva la organización de un evento de estas características, la asociación desarrolla otras actividades a lo largo del año. Desde un punto de vista más teórico, han celebrado «jornadas formativas y de ocio en pueblos, charlas y ponencias sobre consumo responsable y soberanía alimentaria». Sin embargo, donde mejor se mueven los artífices de este fenónemo grupal e innovador es a pie de campo. Lo demostraron recientemente en una plantación popular en Puente Arenas (Valle de Valdivielso).Otra de sus incursiones, actualmente en stand by pero no en el olvido, es la consolidación de una huerta en La Nuez de Abajo que «nos gustaría que en un futuro albergara jornadas de formación». Por si fuera poco, desde Ábrego se marcan grandes retos que, visto el empeño y dedicación de sus socios, se harán realidad tarde o temprano. La cosa, pese a lo difícil, promete: «nos gustaría crear una escuela de vida rural y comenzar proyectos de producción sostenible, como una planta de procesado de cereales».Paso a paso, pero siempre en firme, la asociación ha conseguido en tres años sorprender a propios y extraños. Y lo más importante, han encandilado a profesionales del ámbito académico, científico, agrícola o forestal para compartir sus conocimientos cada verano en su evento estrella.«Artim es un motor de cambio, es un referente a nivel internacional para jóvenes muy preparados que están necesitando un cambio en el paradigma ambiental, personas de todas partes, con ideologías y nacionalidades muy dispares, que se unen con un mismo objetivo: mejorar el mundo en el que viven con autonomía, sostenibilidad y respeto hacia las tradiciones», así lo define Bárbara de Aymerich, doctora en Ciencias, experta en sistemas antiplagas y una de las tutoras de la próxima edición.