El Correo de Burgos

EMILIO GUTIÉRREZ CABA Intérprete de 'La Muerte y la Doncella'

«Una obra de teatro no debe dejar indiferente a nadie, para bien o para mal»

Burgos

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A.S.R. / Burgos

La búsqueda de la verdad, la indeleble presencia del dolor, la delgada línea entre la locura y la cordura... La Muerte y la Doncella presenta a tres personajes que se enfrentan desde distintos puntos de vista a su pasado dominado por la dictadura de las armas y del terror. Paulina Salas (Luisa Martín) cree reconocer al médico que asistió impasible a sus torturas en su época de estudiante. En ese momento Roberto Miranda pasa de verdugo a víctima. Con la piel de este jugoso y duro personaje se viste Emilio Gutiérrez Caba, que regresa hoy al Teatro Principal (20.30 horas), un auditorio no ajeno al actor vallisoletano, cuya memoria guarda los buenos momentos vividos en su escenario. Recuerdos en color que se suman a otros en blanco y negro en el Avenida y Gran Teatro.

Pregunta- ¿Con qué espíritu se enfrenta a este personaje?

Respuesta- Es un personaje con todas las características de una personalidad atractiva para representar en el escenario. No es grato al público pero tiene un peso interesante y decidí interpretarlo porque vale la pena que no olvidemos nunca que esta tortura y violencia está ocurriendo todos los días y debemos intentar no caer en ella.

P.- ¿Es más difícil meterse en la piel de una persona impasible a la violencia o en la de alguien secuestrado, ambas situaciones vividas por Roberto Miranda?

R.- Cada persona tiene su verdad. Yo creo que la verdad no existe en abstracto, existe en concreto, tantas verdades como sujetos, lo que ocurre es que es muy difícil que visto imparcialmente, fríamente, alguien defienda la postura de Roberto Miranda, aunque él como personaje la tiene: 'a mí no se me ha muerto la gente en los interrogatorios y total si yo violaba a una o a todas las víctimas, bueno, es un pecado venial dentro de los pecados mortales'. La moral que tiene esta gente es la de pensar que está haciendo algo recto, que es así y no hay posibilidad de que nada ni siquiera la propia conciencia le diga si esto está bien o está mal.

P.- ¿La Muerte y la Doncella es un relato muy actual...?

R.- Efectivamente. Es una obra que, por desgracia, nos recuerda que en otras partes está pasando. Es desolador ver que en el mundo en el que estamos viviendo hay regímenes absolutamente dictatoriales que hacen su capricho.

P.- ¿Y la historia se repite una y otra vez? ¿No se aprende de los errores del pasado?

R.- No aprendemos porque realmente las generaciones lo que hacen es leer lo que ha ocurrido en el pasado, pero no lo viven y al no sentir el horror de la guerra, de la tortura, es evidente que estamos condenados a que cada nueva generación tenga que aprender a que eso no se debe hacer.

P.- ¿Cómo responden los espectadores que han ido a alguna de las cien funciones que ya han representado?

R.- El público se queda sobrecogido. Lo más positivo del montaje es que no deja indiferente a nadie. Una obra de teatro no debe dejar indiferente a nadie, ni para lo bueno ni para lo malo. La Muerte y la Doncella lo consigue por la profundidad de la temática y de los personajes, que se pueden cruzar con nosotros cada día por la calle.

P.- Esa emoción en directo es el elemento de distinción del teatro...

R.- Una de las mejores vías que tiene el teatro es este tipo de textos que muestran unas cosas terribles, pero que impactan mucho más que leer una simple noticia en la prensa y que hacen reflexionar sobre la condición humana y el esfuerzo que tenemos que hacer para domesticar al animal que llevamos dentro.

P.- Ahora que el resto de la sociedad está en crisis, se dice que el teatro se recupera. ¿Se percibe así también desde dentro?

R.- Eso de que el teatro no está en crisis... El ser humano está en crisis, el teatro está en crisis, la sociedad está en crisis, pero siempre lo ha estado. Hay problemas que van variando según las generaciones y según los tiempos que pasan. Yo creo que el teatro sí está en crisis si no de espectadores, sí de ideas. No hay una cantidad de textos tan notables y tan interesantes como para poder representarlos cada día y eso es malo para nosotros, para el público... Sólo hay que preguntarse cómo está la sociedad en la que vivimos, si está como está, la situación del teatro, que forma parte de ella, tiene que corresponderse con esa realidad, nosotros no somos unos privilegiados que vivimos en nuestro paraíso, formamos parte del tejido social del país y por tanto tenemos nuestras dificultades, altibajos...

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