El Correo de Burgos

RUFO CRIADO Artista

«¿La soledad? Con esa señora creo que cada vez me llevo mejor»

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

Sus pies le guían sin vacilar por las dependencias del CAB. No en vano Rufo Criado fue el primer amo y señor del Centro de Arte Caja de Burgos. Condujo sus primeros pasos y lo llevó de la mano hasta que cumplió tres años. Después le pasó el testigo a su fiel escudero, Emilio Navarro, que es quien hoy le ha vuelto a abrir las puertas de este espacio. El artista arandino confiesa que las cruza «con mucha responsabilidad». Es consciente de que lo hace con la ventaja de conocer «perfectamente» la sala, «pero la obra tiene que partir de cero».

En En la distancia verde, Criado ahonda en el trabajo que le ha ocupado desde hace muchos años, cajas de luz con referentes en la naturaleza. Y además comparte por primera vez una selección de fotografías que ha ido tomando en sus múltiples viajes por el mundo. Siempre viaja con una cámara a cuestas, aunque en vez de quedarse con la Torre Eiffel o el Taj Mahal de turno, él atrapa «fragmentos anónimos, nada espectaculares ni narrativos» en los que siempre confió como futuros aliados en su batalla creativa. El tiempo le ha dado la razón.

Esta obra es una estación más en el camino que Rufo Criado (Aranda de Duero, 1952) emprendió en los setenta, que transitó durante muchos años con el colectivo ribereño A Ua Crag, y que solo desde hace tiempo. ¿Pero que esconde el interior de este inquieto castellano recio de habla pausada pero torrencial?

Pregunta- La naturaleza siempre está presente en su obra. ¿Cómo y cuándo aparece en su mundo?

Respuesta- La naturaleza es una constante de mi trabajo de siempre. Desde un punto de vista de formación y de interés pictórico el primer referente que me viene es Paul Cézanne. Cuando empecé, que fue haciendo copias, utilicé varios cuadros suyos. Para mí es un artista que empieza a interpretar el paisaje con unos códigos nuevos, como luego me pasó con Mondrian. A partir de ahí he estado toda mi vida intentando interpretar la pintura de paisaje como tema, con secuencias de bandas de madera, con intentos de articular las sensaciones más expresivas con las más racionales... Y en un momento dado empecé a trabajar con ordenador, hablamos del 92, aunque la primera vez que muestro trabajos digitales fue en 2003 con la galería Evelyn Botella de Madrid. Fueron once años, primero de jugueteo, luego de experimentación y más tarde con la seguridad de querer hacer algo controlando la herramienta que tenía entre manos. La exposición Ojos de agua para el Instituto Cervantes fue ese intento de articular fotos de reflejos o de paisajes que están en un diámetro aproximado de mi estudio de Milagros con el Photoshop.

P.- Abraza las nuevas tecnologías, pero sin alejarse mucho del campo...

R.- Allí tengo mi estudio y si antes, cuando dirigía el CAB, tenía una función de terapia, por toda la tensión acumulada, ahora es una función de redescubrir, me parece maravilloso vivir dentro del entorno natural porque percibes ciclos, ves cómo los propios árboles van cambiando, qué pasa con las hojas cuando caen al suelo, en los jardines se tiene la manía de recogerlas, pero normalmente caen y se convierten en sustrato... Y eso lo ves cuando lo paseas día a día, cuando escuchas el río, cuando te das cuenta de las pequeñas hierbas… No hablo en plan franciscano, sino que muchas veces nos vamos a buscar no sé qué a no sé qué país y dentro de distancias muy cercanas y próximas está la naturaleza. Cuando uno se deja impregnar de todas esas sensaciones es un riego para el cerebro extraordinario. Aparte de que cuando estoy caminando y paseando es cuando mejor pienso en todo lo que voy a trabajar en el estudio.

P.- ¿En esta mirada tiene alguna importancia su infancia, el hecho de haber nacido en un pueblo?

R.- Lo he pensado en ocasiones. Aranda es una ciudad pequeña. En los cincuenta y sesenta era una comunidad socio agraria. Yo siempre recuerdo haberme bañado de pequeño en los canales y ya, por de pronto, aparece el agua, que lo tengo como una necesidad prioritaria. Luego llegó el río, el Duero, donde me bañaba cuando aprendí a nadar mejor. Incluso de los años setenta tengo apuntes por lo que sí hay un poso desde muy atrás de mi relación con la naturaleza.

P.- La exposición en el CAB es un homenaje al poeta japonés Kano No Choomei, Ojos de agua cogía su título de un verso de Octavio Paz... ¿Qué le lleva a invitar a la literatura a su proyecto creativo?

R.- Soy un entusiasta lector de poesía, todos los días del año. Una de las mejores cosas que hago es cuando por la mañana me tomo un café con leche y cojo un libro de poesía, en la cocina siempre tengo uno, dos, tres... Es una forma de empezar el día muy interesante y poetas hay para todos los gustos, niveles...

P.- ¿Qué poesía lee?

R.- Sobre todo del siglo XX, aunque también San Juan de la Cruz, Fray Luis de León, que funcionan de contrapunto. No me cierro a nada. Puedo tener 300 poemarios y a veces me gusta retomar a algún poeta concreto. Me interesa una poesía reflexiva y en castellano hay una poesía tan rica, aunque también leo traducida. A Pessoa lo he leído, releído... Es un autor fundamental.

P.- ¿De qué manera influye en sus creaciones?

R.- A nivel de sentimiento y de reflexión. Creo que hay un paralelismo bastante grande entre la poesía que me interesa y el tipo de pintura que intento hacer. Tiene una parte muy reconfortante y al mismo tiempo una carga de reflexión importante.

P.- Morton Feldman, compositor norteamericano cercano a Rothko y Pollock, es el elegido para ambientar la muestra. ¿Qué relación tiene con la música?

R.- Estupenda. Soy también un músico frustrado, tengo un oído terriblemente malo, aunque a una edad temprana fui a clases de piano. Es como la fotografía, yo en los años setenta tenía mi máquina de revelado y cuando en Madrid la fotografía no tenía, ni de lejos, el nivel que tiene ahora, yo visitaba las dos o tres galerías que la colgaban. A mí me interesa escuchar y por regla general suelo trabajar con música clásica contemporánea, fundamentalmente, y en los últimos años estoy escuchando mucho siglo XX, aunque si tuviera que hablar de un histórico sería Bach. Y el jazz, el fresco, de sonido intenso, nada de músicas ambientales. Aunque hay momentos para todo, yo prefiero algo más estridente.

P.- ¿Cómo se lleva con la soledad?

R.- Con esa señora, creo que cada vez mejor. No por nada, yo soy una persona abierta, no tengo pinta de huraño ni de persona poco comunicativa, siempre he intentado establecer comunicación con todos, pero lo de la soledad va unido también con los tiempos. Todo el día estamos rodeado de sonidos, de mensajes, cuando sales a la calle, cuando pones la tele... y a lo largo del día tiene que haber un espacio para reencontrarte, reflexionar, leer, escuchar… Todas esas cuestiones tienen que ser en soledad. Hay una que puede sonar a aislamiento o a esa distancia verde que yo planteo y está esa otra soledad que siente uno cuando viaja a una ciudad grande y la visitas, la recorres. Es muy interesante porque ahí es cuando tu capacidad de ser consciente de lo que ocurre a tu alrededor es muy grande, por lo que puede ser una soledad muy acompañada. En mi primer viaje a Nueva York pasé momentos literalmente solo y en una urbe como ésta, en esos ratos la cabeza es un hervidero, de sensaciones, de agobio...

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