El Correo de Burgos

Latidos de pintura en mantel de papel

Luis Alberto Portilla comparte su día a día con la necesidad de crear y expone sus últimas obras en el Colegio de Aparejadores hasta el día 30

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

Las historia escrita en las páginas de un libro, el sonido de una melodía en el tocadiscos, la conversación con un amigo delante de un vino, un paseo por las calles de la ciudad, una reunión con un cliente, una comida, a poder ser servida en mantel de papel... El pintor no descansa. Desconoce cuando un cuadro empieza a ser. El pintor es Luis Alberto Portilla (Santander, 1960). Y vuelve a la agenda cultural burgalesa con una exposición en el Colegio de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, que ahora da nombre a la que siempre fue la plaza de las Bernardas, hasta el 30 de junio.

Envolventes formas, sugerentes volúmenes, espacios buscados y encontrados con la ayuda de una rica paleta cromática y un nostálgico carboncillo dan vida a la nueva muestra del artista, ausente de las salas desde 2007, año en el que compartió el Arco de Santa María con el poeta Manuel Llorente.

«El volumen me apetece, no quiero que la forma sea una abstracción pura de mancha, sino que exista un cuerpo en el que fijarnos», comenta Portilla, quien reconoce la pertinaz influencia de su trabajo como arquitecto técnico y diseñador gráfico.

Como tantos y tantos otros, a Portilla le cuesta ponerse frente a uno de sus cuadros y hablar de él. «Si tuviera las palabras suficientes para comunicarme no necesitaría los pinceles para hacerlo. Pinto las cosas que siento, las que me salen, las que intuyo, lo que me apetece, me parece insinuante y me provoca», se lanza el artista al tiempo que juega con las gafas que lleva colgadas al cuello. Si esas patillas fueran capaces de marcar algún trazo ya hubieran garabateado el papel más próximo. Como hace cuando habla por teléfono, cuando presenta un proyecto a un cliente, cuando tiene una servilleta de papel a mano...

«El proceso es muy amplio, no vale solamente con pintar, es verdad que al final te tienes que poner frente al lienzo, frente al caballete, pero esa parte es la ejecutiva, porque la creación, pensar el dibujo, va más allá. Muchas veces es mayor el tiempo empleado en los intervalos que el propio trabajo», cuenta el pintor que en esta colección comparte sus creaciones más recientes, en las que ha flirteado con el acrílico sin abandonar el óleo.

Y cuando llega el momento. Y cuando la pintura ya ha llamado a su puerta, ya está en su cabeza, para él es un placer coger el coche y plantarse en Susinos del Páramo. Allí pinta los fines de semana y si puede juntar dos o tres días laborables ya es todo un placer. A veces se pone frente al caballete, otras lo tira en la hierba y se siente Pollock y en alguna ocasión coge sus bártulos y se planta en medio del campo. Incluso le gusta hacer un guiño al paisaje, a las técnicas académicas. «Lo que se dice hacer mano. Prefiero no quedarme en lo que me resulta más sencillo y recuperar el dibujo». Los vecinos del pueblo ya lo conocen. Como para no hacerlo después de casi treinta años.

Ponerle la última pincelada es lo más difícil. La madre del cordero. Cuando Portilla siente que una pintura pide su fin se la lleva a casa o a la oficina. «Veo cómo madura, cuáles son sus necesidades, qué debería tocar... Me la vuelvo a llevar hasta que llega un momento en el que el cuadro vive y ya puede andar solo», explica el autor, que después de tantos años con el pincel en la mano se reconoce más convencido de sí mismo, su seguridad ha espantado a la incertidumbre y sabe que el camino elegido es el bueno.

Y no es que le inquiete lo que piense el público. Tampoco las ventas. No son preocupaciones. Y nunca lo han sido porque para Luis Alberto Portilla la pintura es simplemente una necesidad.

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