Pequeñas revoluciones de pintura y poesía
Javier Arce, José María Guijarro, Jacco Olivier y Javier Calleja colorean la temporada de otoño del CAB
A.S.R. / Burgos
No es la primera vez -y ¡vive Dios! que no será la última- que el CAB saca pecho y se erige en ferviente defensor de la pintura. De la más clásica. Y de la que pega una vuelta al caballete y a la paleta. Este lado rebelde acapara la nueva temporada del Centro de Arte Caja de Burgos en las miradas de Javier Arce, y su Primera exposición prestada, de Jacco Olivier y de Javier Calleja, invitado en el proyecto Cuatro paredes. Baila en esta ocasión la pintura con el permiso de la poesía. La que escribe José María Guijarro a través de instalaciones, vídeos y pintura. Cuatro nombres propios para cuatro pequeñas revoluciones que se quedan hasta el 9 de enero.
Es el director de este espacio, Emilio Navarro, quien encuentra los puntos en común del cuarteto. Halla el primero en la letra inicial de sus nombres y, con guasa, se refiere al bloque como 'la exposición de las cuatro jotas'. Detrás de ellas se esconden más. Ve en el trabajo de los dos Javier y de José María una reflexión previa a su trabajo sobre el papel que cada uno juega en el mundo en el que vive, mientras que en el de Jacco advierte un ánimo más lúdico.
Este divertimento es el que recibe al visitante. Jacco Olivier aligera el sólido y serio equipaje de la pintura más clásica y le imprime movimiento. Pequeñas animaciones con superposición de pinturas, al asalto en el nivel 0. Más grandes, más pequeñas; al ras del suelo, al filo del techo. La naturaleza sorprende, sin esconder la figura humana. El placer del viaje en autobús con el vuelo de una gaviota o el rugir de las nubes que anuncian tormenta y obligan a un padre a apresurar al hijo para guarecerse. Serenidad, tranquilidad, sosiego... descanso en la última atmósfera. Mirador al crepúsculo.
Otro papel distinto interpreta la pintura en la propuesta de Javier Arce (foto). Sus esculturas de papel generan un viaje a la pintura del siglo XX. Se interroga el autor por el sentido de los museos, de los centros culturales, de la cada vez más dirigida cultura, más próxima a las franquicias que a su destino original... De todas estas cosas habla al tiempo que reinventa piezas de Damien Hirts, Gabriel Orozco y del pintor romántico Théodore Géricault. Creaciones que pinta a rotulador, estruja y deja tiradas.
Aclara Arce que la elección de las obras no se debe a su gusto personal, ni siquiera a las que más han marcado su camino, sino que obedece al interés que puede suscitar por ser vos quien sois, por el personaje que se encuentra detrás de ellas. El nivel 2 esconde esta pinacoteca de papel de la que escapa un cuadro, exhibido en la fachada del edificio, del alemán Gerhard Richter. El no retrato de su hija es otro tras pasar por el estudio del creador santanderino, quien ayer aseguraba que la del CAB es su exposición más importante, con la que quiere cerrar una etapa de su vida artística.
La ironía, la acidez, el humor, el pequeño y gran detalle... la pintura más pura y dura encuentra cobijo entre Cuatro paredes. El malagueño Javier Calleja es el último invitado a este proyecto, consistente en actuar sobre un cubo blanco y ya consolidado tras estampar su firma Rosa Rubio, Teresa Moro, Julián Valle y Gabriel Kondratiuk.
El creador reconoce que la llamada del CAB ha sido un reto para él, acostumbrado a las pequeñas piezas. Dice que su estudio se reduce a una mesa escritorio. Pero se ha divertido. Cogió una libreta en blanco y desde el primer día la empezó a llenar de dibujos, a invadir al espacio. Reflexiona sobre la situación del artista y su relación con los galeristas, sobre la posición del espectador frente a la obra, juega con él, le indica la senda para hallar las claves...
Y en ese camino, en el proceso en el que una obra de arte se convierte en tal, se centra José María Guijarro. En ese andar, en esos pasos, se regodea su propuesta en el nivel -1, convertida en picaflor por las disciplinas que abarca. El vídeo, uno con unos pies atrapados y otro, con una sucesión de caminos de pueblos con y sin destino. La pintura, ahí está. Y las instalaciones. La muy vistosa de la sala principal, sitiada por sillas de madera, más altas y más bajas, más sólidas y más frágiles... Como la vida misma. «Poesía visual a martillazos». Todas menos una. Infantil. Inocente. Distinta. Y las más cerrada a base de cuerdas que simulan la métrica de un poema de Höderlin. Cuatro nuevas huellas en el camino del CAB.