El Correo de Burgos

El pintor de cielos amarillos

Huerta Milán expone una colección de veintiséis acuarelas con Burgos y el paisaje castellano como protagonistas. En el Teatro Principal hasta el 7 de noviembre

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

Los cielos de Alberto Huerta Milán se escapan de la mano. Huyen de cualquier caricia. Retozan sin preocuparse de la mirada curiosa del espectador. Se esfuman presumidos sin decir adiós. El amarillo se hace fuerte en los celajes del acuarelista burgalés. «No es premeditado. Sale espontáneamente. Cada ser humano tiene una forma de percibir el color, el ojo cromático no responde en todas las personas igual y el mío, quizás sea un defecto, tiende al amarillo», explica el pintor con la mano tendida hacia una de las veintiséis acuarelas colgadas en las paredes de la sala del Teatro Principal. El artista regresa a esta estancia tras cuatro años de ausencia y en ella se queda hasta el 7 de noviembre.

Esa querencia al amarillo imprime una pátina de nostalgia y de melancolía a esta colección que se regodea en los otoños, pero en la que dominan los rincones más conocidos de la capital burgalesa y bucólicos paisajes castellanos. La pincelada exótica la ponen los canales de Venecia, donde el creador celebró sus bodas de plata.

El Arco de Santa María, la Cartuja de Miraflores, La Flora, la plaza de la Libertad, la portada de la Pellejería de la Catedral, y Santa María, y una imposible vista de las agujas con San Nicolás... Burgos obtiene un papel principal en el guión pictórico de Huerta Milán. Todos son a partir de apuntes al natural y fotografías. No se ve el viejo pintor con el caballete en medio de la Plaza Mayor espantando a los curiosos.

Las pinceladas al natural las deja para los campos y los pueblos castellanos. Baja la voz y confiesa tener una «relación íntima» con el paisaje: «Me entusiasma porque se presta mucho a la interpretación personal. Es libertad absoluta».

Una luz especial los envuelve. La misma que atrapa al visitante que piropea al padre de la criatura. «Me hacen engordar mucho. Se agradecen», se sincera Huerta Milán ante los halagos. A veces también se tiene que defender de quien le echa en cara que se ha comido tal elemento o ha inventado perspectivas. El creador lo tiene claro: «Muchas veces hay que sacrificar la realidad en beneficio de la composición y la armonía. La belleza manda».

Huerta Milán cumple hoy 80 años. En los últimos tiempos se ha batido en duelo con varios problemas de salud que se cruzaron en su camino y ha salido victorioso. ¿Y el sentido del humor? Bien gracias. Cuenta el acuarelista que se puso frente al caballete cuando su mujer le dijo que no pintaba nada. Lo dice en susurros. Luego, ya sin la sonrisa maliciosa del niño travieso, recuerda que fue el regalo de una caja de acuarelas el Día del Padre el que le acabó por arrojar a los brazos de la pintura.

Hace más de veinticinco años que la comparte con el público, pero en sus cajones todavía guarda muchos dibujos anteriores. «No me gusta tirar nada. Me sirven para la reflexión porque yo empecé en esto sin ninguna maestría, sin nadie que me enseñara. Me sentaba en una silla frente a mis cuadros y veía qué funcionaba y qué no para eliminar errores», comparte, aunque sí admite tener maestros en los que mirarse. El único nombre propio que da es el de Rafael Requena, compañero ya fallecido de la Agrupación Española de Acuarelistas y de la de Pintores y Escultores, con las que participa en colectivas y certámenes. A ambos les unía la misma debilidad por el color amarillo.

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