>EFEMÉRIDES / Las consecuencias de un asesinato
Melodía truncada de madrugada
El director del Orfeón Burgalés, Juan Gabriel Martínez, y el compositor Alejandro Yagüe analizan la aportación de Antonio José a la cultura en el 75 aniversario de su muerte
A.S.R. / Burgos
«Hacia las doce de la noche del jueves 8 de octubre, un grupo de Falange Española uniformado y armado llega a la Prisión Central, como en noches anteriores, con una orden del gobernador civil disponiendo la 'libertad' de veinticuatro detenidos. Los funcionarios recorren las distintas brigadas ordenándoles bajar al patio. Al entrar uno de los funcionarios en la tercera brigada, llama a Antonio José Martínez. Nada más oír éste su nombre, serenamente se incorpora, se arregla la ropa y el pelo, y se despide de sus compañeros.
Entre el patio y la puerta principal en la entrada de vehículos de la Prisión, se colocan unas mantas en el suelo y se les ordena a los veinticuatro detenidos a echar en ellas todo cuanto posean. Entonces comprendió Antonio José, como el resto de sus compañeros, que no les trasladarían a otra prisión por mayor higiene o seguridad, como se decía, ni menos aún se les pondría en libertad, sino que irían directamente a la muerte y sin juicio previo.
En la misma saca que Antonio José iba también su amigo Antonio Pardo Casas, director de la revista Burgos gráfico, en la que aquel colaboraba, y afiliado a la Izquierda Republicana. Parece ser que les esposaron juntos a los dos. En ese momento, mientras esperaban para subir al camión, Antonio José volvió a decir plenamente consciente de su terrible destino final, lo que ya había pensado, dicho y escrito muchas veces durante sus dos largos meses de encarcelamiento: 'Así me paga Castilla lo que he hecho por ella'.
El camión con los veinticuatro detenidos y la fuerza de Falange sale del penal, cruza el río Arlanzón y gira a la derecha en dirección a Valladolid. La escasa media hora que tardará en recorrer los veinte kilómetros hasta llegar a Estépar se les hará inacabable a las víctimas. Quizá a Antonio José le dio tiempo de repasar su vida -'consagrada exclusivamente al estudio a la exaltación de Burgos'-; tiempo de lamentar sus acariciados proyectos inacabados, como el de la ópera; tiempo de pensar en sus seres queridos; tal vez tiempo de pedir una justicia divina que le compensara por tanta injusticia...
Al llegar a Estépar, el camión tuerce nuevamente a la derecha en dirección a Villanueva de Argaño. A pocos metros, se detiene en el monte. Los falangistas les obligan a bajar y a colocarse delante de una fosa ya cavada. En la madrugada del viernes 9 de octubre, a los 33 años, Antonio José cae asesinado junto a sus compañeros. Desde entones su restos yacen en alguna fosa común del carrascal de Estépar, sagrado camposanto de tantas víctimas inocentes.
Y dicen que murió gritando un potente '¡Viva la música!'».
Miguel Ángel Palacios Garoz reconstruye las últimas horas de Antonio José en el libro En tinta roja, editado por el Instituto Municipal de Cultura en 2002 con motivo del centenario del nacimiento del compositor burgalés. El musicólogo se asienta en documentos, pero también se permite la licencia de elucubrar sobre sus pensamientos, su estado de ánimo y sus sentimientos ante la seguridad de la muerte.
En el 75 aniversario de aquel asesinato, escuecen sus palabras 'Así me paga Castilla lo que he hecho por ella' y '¿Es posible que mi vida consagrada exclusivamente al estudio a la exaltación de Burgos merezca ahora este odio, este desprecio y este espantoso trato?'. Y es que nadie duda de la importante contribución de Antonio José a la vida cultural de la ciudad del Arlanzón y más allá. Lo ponen de relieve el actual director del Orfeón Burgalés, Juan Gabriel Martínez, y el catedrático del Conservatorio de Salamanca Alejandro Yagüe, uno de los compositores burgaleses en la cresta de la ola en la actualidad como en los primeros años del siglo XX lo estuvo el músico fusilado.
Martínez, que tomó la batuta de la centenaria masa en 2007, se quita el sombrero ante su predecesor. Sin reservas. «Sin duda, Antonio José fue lo mejor que le pudo pasar al Orfeón Burgalés», sentencia.
Recuerda que en 1929 el compositor se hizo cargo de un Orfeón al borde de la desaparición. «Muchos problemas económicos y diferencias de criterio hicieron que en la primera década del siglo XX se quedara en stand by y, aunque hubo diferentes intentos, sin duda la refundación se produce con la llegada de Antonio José. Su altísima preparación, su genialidad y su dedicación más absoluta hicieron que el coro abordara obras de una categoría impensable hasta ese momento. Antonio José se dedicó casi en cuerpo y alma al Orfeón».
Y, según Martínez, supo aprovechar la mayoría masculina para arriesgar en el repertorio con el que consiguió dos objetivos claros: dar a conocer el folclore burgalés con un tratamiento compositivo que nunca antes se había logrado y dotar al centenario conjunto de un repertorio al que muy pocos coros podían acceder.
Pero la contribución de Antonio José fue más allá y abarcó la vertiente social. «Aprovechando que los orfeonistas eran mayoritariamente gente trabajadora, sin estudios musicales, estableció turnos gratuitos para que acudieran a adquirir las primeras nociones musicales. Fue el germen de la primera Escuela de Música que hubo en Burgos y que estuvo en los locales de San Lorenzo, 32», destaca el actual responsable.
Ilustrativa es la definición que Alejandro Yagüe hace de su colega, del que dice que es un bicho raro dentro de la música burgalesa.
«Se trata de una personalidad que rompe totalmente con la idea de una ciudad conservadora que solo se preocupa por seguir las tradiciones», amplía y le alaba que a lo largo de su corta pero intensa vida creativa nunca se contenta con el mismo estilo.
Sobre el papel que pudo jugar en los compositores que luego llegaron, uno de los más laureados de los mismos afirma que cada uno de los actuales tiene una estética diferente. Han seguido caminos distintos, han ido por libre. Una posible causa de esta realidad es la falta de una escuela de composición en la capital burgalesa, a pesar de que siempre fue rica en músicos con una presencia más que destacada en los campos religioso y militar.
Y ahí resurge la figura de Antonio José, cuya proyección y contribución real a la cultura de su ciudad se quedó en una fosa común del monte de Estépar una madrugada del 8 al 9 de octubre de 1936.
Las elocuentes palabras de Ravel
Setenta y cinco años después de su muerte, son unánimes las conjeturas sobre lo que podría haber llegado a hacer Antonio José si no lo matan. Tanto Juan Gabriel Martínez como Alejandro Yagüe se hacen eco de las palabras del compositor francés Maurice Ravel para dar cuenta del futuro que deparaba al burgalés.
«Estuvo con él cuando vivió en París una temporada y en uno de sus documentos, al hablar de Antonio José, vino a decir algo así como 'probablemente acabo de conocer al segundo mejor músico español del siglo XX después de Manuel de Falla'. Creo que con esto está dicho todo», expone la actual batuta del Orfeón Burgalés y ratifica, en conversaciones distintas, el catedrático, quien no solo echa mano de los halagos del autor francés para conjeturar el éxito que se quedó enterrado en el monte de Estépar.
«Solo viendo la cantidad de composiciones que tenía a su edad ya se puede decir que es un autor muy destacado. Si encima analizamos sus obras y vemos su calidad nos reafirma en la idea de que es un grande. Si además observamos que él está en Burgos y ha tenido que desplazarse a Madrid y a París y trabaja mucho por su cuenta, le damos más importancia. Y si luego asistimos a la capacidad de análisis, que es lo que más me llama la atención, de las piezas, muy importante en este campo, llegamos a la conclusión de que no es un compositor cualquiera, sino que se trata de una personalidad destacada dentro del panorama musical español», enumera Alejandro Yagüe, que ayer compartió programa con su colega en una noche de recuerdo en el Patio de la Casa del Cordón.