El Correo de Burgos

MÚSICA

Melodías callejeras, una dulce sorpresa

El grupo ucraniano Carpatians anima el verano, aunque la crisis también se cuela en la funda de su violín

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

Sus pies se dirigen sin remedio hacia allí. No son los únicos. Un peregrino en chanclas, una mujer con un helado en una mano y una niña en la otra, dos chicas de vuelta de la piscina... Como si el flautista de Hamelín hubiera llegado a la ciudad, la gente que pasa por El Espolón se encamina hacia el Arco de Santa María. Allí tres músicos y una cantante crean un nutrido corrillo a su alrededor. Suena un violín, un clarinete, un fagot y una mezzosoprano. Es música callejera. La banda sonora del verano no vive solo de grandes festivales. El pequeño formato pide sitio.

El grupo Carpatians va camino de convertirse en un clásico del estío burgalés. Llegó aquí hace cuatro años y desde entonces no ha faltado a su cita. Durante julio y agosto anima a los, se dice, pocos turistas que están llegando a orillas del Arlanzón y a los burgaleses sin pueblo, sin vacaciones... Desde aquí se moverán contados días a algunas ciudades del norte. Pero su puesto de trabajo está en Burgos. En el Arco de Santa María los encontrarán, más o menos, de once a dos del mediodía y de seis a nueve de la tarde. La calle es imprevisible.

Pasan unos minutos de las once de la mañana del viernes y los tres Andreas ya están tocando. La ola de calor ya baña el casco histórico y la sombra de la que antaño fuera la principal puerta de la urbe sabe a gloria. Pasa una señora con una niña de no más de diez años. Saca la cartera. No hay suelto. Termina el tema, el Andreas que habla español -dice que poco pero miente- se acerca y las explica. Tocan unas piezas más. Brahms, Bach, Piazzolla, tangos o música española conforman su repertorio. Al público le gusta sacar su entrada al mediodía. Todavía hay tiempo para un cigarrillo.

Hablan maravillas de este lugar. Lo que dicen unos y otros lo traduce el violinista. Y se refiere a la frescura del espacio y a su buena acústica. «Es mejor que la de muchas salas», convienen estos músicos llegados de los Cárpatos que bromean con el vendedor de lotería y que no pierden la sonrisa ni cuando toca hablar de ese poderoso caballero llamado don dinero.

Él también se ha colado en la funda de su violín. La música no ha conseguido amansar a esa fiera llamada crisis económica. Se nota, claro que se nota. El tintineo de las monedas sobre este maletín suena con menos alegría que en temporadas anteriores, los discos también se venden menos. El público no ha menguado. Sigue siendo numeroso. Es el sonido de la voz de Lilyan en la calle la que más respingos provoca entre los viandantes y los turistas que transitan por la plaza del Rey San Fernando. Suena tan bien que se olvidan de que fue la imponente Catedral quien los atrajo hacia allí.

Cuentan que en alguna ocasión, cada vez menos por culpa de la innombrable, pasa alguien que no se limita a agradecer esos minutos musicales con unas monedas y los contrata para intervenir en una boda, una fiesta o cualquier otro evento.

Tras un mes en las calles burgalesas, afirman que están sacando menos dinero, a pesar de que hay menos competencia. Observa Andreas que este verano apenas han visto a colegas.

Alguna tarde o noche han sonado cerca, en La Isla o en el puente de Santa María, notas de música andina y, de vez en cuando, el nostálgico timbre del acordeón traza una pincelada bohemia en El Espolón.

Ritmos llegados de una u otra latitud. Da lo mismo. La calle presume del encanto de la música que la ha elegido a ella.

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