El Correo de Burgos

ARTE PLÁSTICO

El misterio se desvela

Fernando Arahuetes ultima 'Apocalipsis', la exposición con la que se estrena en el Arco de Santa María, donde figuración y abstracción estarán juntas pero no revueltas

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Burgos

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A.S.R. / Burgos

Vergonzosos lienzos que se esconden con la complicidad de otros, gigantes que se amontonan en un rincón, pequeños que buscan cobijo sobre las baldas de un estante; grandes cuadros que retan a su creador, que piden su última pincelada, con descaro, sin miedo a nada; obras terminadas que hacen bueno el título de la exposición y se ocultan detrás de un cortinón; retratos que desconocen quién los mirará; bodegones congelados; pacíficos guantes de boxeo bregados en mil y una batallas... El estudio de Fernando Arahuetes está vivo. Bulle. El pintor apura sus últimos días. La cuenta atrás ha comenzado. Las frías piedras del Arco de Santa María esperan la calidez de sus cuadros. Guateque de colores el 20 de diciembre.

Será su estreno en la madre de todas las salas de exposición de la ciudad. La solicitó hace tres años. Esperaba no sentir su martillo. Quería seguir disfrutando del jazz que baila sin apenas dejarse notar, de escribir los pensamientos que alimentan el silencio y la soledad, de viajar con el cuaderno y las acuarelas en la mochila, de cuidar los claveles rosas que crecen al lado de la ventana, de disfrutar al recordar las enseñanzas de verano del maestro Antonio López, de tomar un té con un amigo al calor de la estufa de butano que caldea esta vieja fábrica convertida ahora en estudio de artista...

A través de sus grandes ventanales se asoman pequeños tejados de pueblo en el corazón de la ciudad, árboles que ya se han quedado en los huesos y nubarrones que no ensombrecen la explosión de color en el caballete.

Se sienta en él un óleo de formato grande, abstracto, manchas de colores que cuentan historias a la carta al espectador. Uno ve una niña de piernas larguiruchas dando una patada a un balón ajena a que un fotógrafo anda presto a disparar la cámara, otro se deja engatusar por un payaso de sombrero rojo que ensaya su número de malabares y habrá quien solo vea un borrón.

«Los abstractos son mucho más difíciles de pintar, me dan más problemas, nunca sabes cuándo está terminado, aunque hay veces que sí, que empiezas a mirar zonas y dices esto me gusta, aquí falta esto, luego te levantas y vas resolviendo. Es mucho más… En una figuración lo tienes más claro porque se quiere aproximar a lo que muestra la realidad», comenta el artista uniformado, con su chaqueta de lana y sus pantalones salpicados de pintura.

Precisamente es Apocalipsis, que así se llama la muestra, un viaje de la figuración a la abstracción. Una aventura en espiral. «Tampoco me paro a pensar lo que pinto». El autor juega con una y con otra sin límites, sin normas, sin tiempo. Ahora coge un bodegón, ahora vuelve a ese óleo de charcos de color que pide a gritos atención, ahora alguien cruza la puerta y queda retratado, ahora da dos brochazos a un papel y sale una chica de labios sensuales...

Y Apocalipsis, que, señala, significa literalmente mostrar lo oculto, va a abrir el telón a estos personajes que empiezan a superpoblar su taller. Saldrán por la puerta medio centenar de acuarelas y óleos y una escultura que se explica con un relato escrito por él mismo y que también expondrá.

Los miles de pinceles, los tubos de pintura, las paletas, los trapos sucios y los limpios... Todos descansarán en breve. El artista se ha dado de plazo hasta hoy para escribir el final, aunque quién sabe, confiesa que son las propias pinturas las que deciden cuándo están terminadas.

«Hay veces que estás tiempo mirándolas y no hay forma y luego otro día la terminas sin más... El ego de los artistas destruye el arte, porque no deja que pase lo que es menester que pase, esa idea, esa iluminación, esa visión, cómo lo quieras llamar. Estás pendiente del estilo, de los gustos de los demás, piensas en el triunfo o en la fabada… Es la lucha diaria, pero si dejas que pase lo que debe pasar acaba siendo mucho más grande de lo que pensabas. El estado en el que tú estés influye en cómo lo ves, no solo en pintura, también en la vida».

Si se trata de ver la vida a través del pincel de Fernando Arahuetes esta es un tiovivo donde todo es posible. Gira para un lado, ahora para el otro, se da un capricho o dos, pero siempre vuelve al mismo sitio: a la pintura. Y en ese viaje el color es su compañero fiel.

En una mesita cercana a la estufa de gas descansa un libro, Hacia una civilización solar, de Omraam Mikhael Aivanhov.

Lo lee para explicar que ninguno es el niño de sus ojos, que en su paleta todos tienen cabida, que sus historias los buscan y los necesitan a todos. «Es curioso, el amarillo, que siempre ha sido el de los locos, el de la mala suerte, luego resulta que (lee) la luz amarilla, oro, es el espíritu de la sabiduría, con sus vibraciones empuja a las criaturas a leer, a reflexionar, a meditar, a buscar la sabiduría y a mostrarse razonables y prudentes», comenta y se pregunta por qué entonces esos prejuicios hacia este color, dominante en el cuadro que en ese momento ocupa el caballete.

Provoca su silencio, atrae su mirada lejana y siente que le pide algo... ¿Qué? Sigue leyendo páginas del volumen que mantiene entre las manos. «El rojo une a los humanos, el espíritu de la vida, gracias a él se animan, su suavidad aumenta, pero tiene millares de matices, el amor, la sensualidad, el dinamismo, la embriaguez, la cólera; el verde, el espíritu de la eternidad y la evolución, del crecimiento y el desarrollo; el azul es el espíritu de la verdad, desarrolla el sentido musical, calma el sistema nervioso, cura los pulmones y actúa favorablemente sobre los ojos que son el símbolo de la verdad».

Hoy elegirá este azul, mezclará ese amarillo para que brille más, cogerá una pizca de aquí, y dará un brochazo allá. Mientras ellos se secan, él irá construyendo su marco, los vestirá de bonito para que todos los vean. Lo oculto quedará desvelado. Apocalipsis.

Será el momento de que cada espectador escriba su propia historia. El pintor callará y el jazz llenará los silencios, los pimientos rojos ya arrugados sonreirán por poder vivir una segunda juventud, el obispo descansará en la bañera, el violinista callejero tocará una más sentado en el banco, la niña de piernas larguiruchas tal vez eche a volar... y los guantes de Tony Burton golpearán de nuevo.

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