El Correo de Burgos

BERNARDO ATXAGA Escritor

«Una persona sin memoria sería un vegetal»

Joseba Irazu, su verdadero nombre, enlazó varios oficios antes de lanzarse a los brazos de la literatura, que le regaló su primer gran éxito con ‘Obabakoak’. Luego llegarían ‘El hombre solo’, ‘Dos hermanos’, ‘El hijo del acordeonista’...

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A.S.R. / BurgosUn goteo constante de gente se sienta a charlar con Bernardo Atxaga. Porque el escritor vasco sobre todo conversa con sus lectores. Los firma el ejemplar de su libro, sí, incluso con florituras, pero sobre todo habla con ellos. Lo hace en euskera con dos generaciones de la familia Uranga -la tercera apenas tiene dos meses, aunque también asiste al momento-; en castellano con Juliana, que es de Irún y a los dos se les hace la boca agua recordando los pasteles y helados de Aguirre; y con Alberto, con el que comparte confidencias sobre Julio Medem; y con José Ignacio, que se ha escapado con su corbata del despacho con Dos hermanos en el bolsillo...«¡Qué bien, qué día tan bonito hace!». Bernardo Atxaga es feliz en El Espolón, un paseo por el que ha caminado muchas veces, aunque no con la Feria del Libro como marco, como es la ocasión, y con nuevo título recién salido, Días de Nevada, que escribió en Reno (Estados Unidos).Le gusta, cuenta, cambiar de lugar a la hora de escribir y, aunque esta vez se ha ido más lejos, durante un tiempo eligió Castilla. Estuvo en Villamediana del Cerrato (Palencia) y también en Santa María del Campo, durante unos cuatro meses. Aquí escribió el final de la célebre Obabakoak, la que le encumbró en las letras españolas. Con una sonrisa plácida evoca las magdalenas que hacía el panadero los fines de semana, las tardes en alguno de los dos bares que había, las palabras en euskera que cuando llegó el verano empezó a escuchar a los emigrantes hijos del pueblo «que para hacerse los interesantes hablaban en vasco a voz en grito», el frontón de Mahamud, donde iba a jugar, o aquel paseo por el páramo en el que se cruzó con Miguel Delibes y «un señor relacionado con la revista Hola, que debía tener una casa no muy lejos de allí».«Siempre he tenido una relación con Castilla, he leído mucho sobre ella, he tenido muchos amigos castellanos que conocí en la Facultad de Económicas en Bilbao», recordaba y esperaba encontrarse ayer con uno de ellos. «Me gustan mucho los lugares despejados, abiertos. Soy muy sensible al espacio, me he dado cuenta con el tiempo, seguro que tiene algún nombre técnico, y por eso persigo los lugares abiertos y, a poder ser, silenciosos. Forma parte de mi aliento vital y Castilla me convenía», ahonda.Pregunta- Con silencio empieza también Días de Nevada. ¿Cómo gestiona los silencios?Respuesta- Entre el silencio y la cháchara hay muchos estados intermedios y hay que jugar con ellos. Me gusta tomar café en los bares y el ruido, pero al igual que necesitamos dormir, yo necesito esa parte de silencio y en Nevada hay mucho.P.- Escribe el libro en primera persona y el lector se mueve entre la realidad y la ficción...R.- Pero yo aviso siempre. No soy partidario de mezclar lo real y lo ficticio o eso que llaman autoficción. Soy contrario. Yo aviso con el tono. Cuando narro el encuentro con Hilary Clinton y Obama lo hago como una crónica exacta y periodística, sin concesión, porque estuve allí, aunque si hablo de la muerte de un familiar sesenta años antes lo vuelco como una memoria, un recuerdo, pero ya no es una crónica. Aviso en cada momento si es realista o fantasmagórico.P.- ¿Qué sería un escritor sin memoria?R.- Nosotros somos solo memoria. No tenemos otra cosa. Llámalo memoria, psique, alma, espíritu... Una persona sin memoria sería un vegetal. El cuerpo duerme, la memoria no. Se despierta uno por la mañana y el espíritu lo coloca en el mundo. Pero es verdad que el escritor desarrolla una forma de memorizar y parece que tenga más, pero no creas...P.- ¿Y sin experiencia?R.- Eso es diferente. Yo soy de los que no escriben nada si no tengo una experiencia que lo refrende. Eso no me pasaba de joven, tenía menos idea de la vida, menos escarmiento y había una fabulación. La experiencia es la aritmética de la realidad, los detalles, y me parece muy importante. En este libro, todo lo que digo para mí es poéticamente exacto, no he saltado, no he hecho surf, todo está pensado, repensado, los apuntes, lo he vivido...P.- La mirada de las niñas...R.- La mirada infantil es muy importante para mí. Considero que la mejor poesía es la de quienes han tenido esa mirada como William Blake, Emily Dickinson e incluso Gloria Fuertes. Tiene un elemento de sorpresa hacia lo real que hace que esa visión tenga brillo.P.- ¿Cómo es tratar con niños en la literatura?R.- Tratar con niños tiene mala fama porque en general el ideario literario está redactado por los snob, pero casi siempre es producto de cafetería, alimentado por vulgaridades o chistes, pero en la vida literaria real, de la gente que escribe, los niños son elementos de la misma importancia que los ancianos, sheriff o ladrones, pensar lo contrario es ridículo, es creer que en una obra literaria hay personajes de por sí interesantes y otros no. En todo hay un peligro, la literatura siempre corre riesgos, pero es el tratamiento lo que marca la diferencia.P.- ¿Si Bernardo Atxaga fuera pintor sería paisajista?R.- Si hiciera diez cuadros, cinco serían retratos, cuatro paisajes, que pueden ser los de Malévich, Friedrich o Picasso, ahí entra el tratamiento, y uno sería geométrico.P.- ¿Por qué esos cinco retratos?R.- Un pintor se pone a prueba ante temas eternos o que están en toda la tradición. Si haces un retrato que tiene algo que signifique para la gente después de siglos y siglos de retrato es que eres bueno.P.- ¿Cómo sería el paisaje del País Vasco ahora?R.- La gran suerte de los vascos es que hemos pasado por una crisis tremenda. Cuando me reúno con amigos escritores y les digo que saquen su foto de la escuela y las comparamos con la mía, la mía tiene cárcel, muerte, hay de todo. Hemos pasado esta tremenda crisis y tras ella veo que un gran sector se ha quedado sereno y ve con indiferencia a los sectores soliviantados. Ahora la gente vuelve a la propia vida, a mirar otros problemas, a fijarse en la pobreza... Ha habido una crisis y ha dejado a un buen sector de la sociedad en muy buena disposición para vivir y para afrontar el futuro, mientras que otras partes de España no han tenido ese escarmiento. De la crisis se aprende mucho y en ese sentido el País Vasco está mucho mejor.P.- Es autor y cotraductor, junto a su mujer, Asun Garicano, de este volumen...R.- Esta vez hemos trabajado a relevos y ha sido una experiencia diferente.P.- ¿Cómo es traducirse a uno mismo?R.- Algún día tengo que escribir sobre eso, aunque no sé si podré porque es una experiencia intransferible, es algo muy difícil de explicar. La primera traducción debe ser rapidísima para olvidarte del original porque es muy duro estar en la página 1 y ver que tienes 450 por delante, en ese momento parece que no sabes ni vasco ni castellano, porque son, además, dos lenguas muy distintas. Después trabajas sobre ese tocho como si fuera el original, tachas, lo deformas, lo quitas o, como en este caso, cambias los dos últimos capítulos, que no se parecen en nada. Son dos versiones.Pasa el tiempo rápido a la sombra de las acacias, Bernardo Atxaga es un carrete sin fin. Recuerda, comenta, recomienda y lanza una última perla, una idea que le llegó en Atapuerca, cuando escuchó el hallazgo de los restos de una niña que sobrevivió porque los demás le dieron de comer. «Me interesó mucho ese sentido de humanidad traducido en amor y afecto porque demuestra que está en la naturaleza humana, existieron los nazis pero también quien dio su vida por los demás, el hecho de aceptar el bien no le hace a uno menos duro», observa y anota que algún día publicará ese texto del que adelanta el inicio: El cielo estaba oscuro hace 700.000 años...

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