Verano sin festivales, jardín sin flores

D.S.M / BurgosSon como esos primos del pueblo a los que uno visita en verano. Se cuentan las horas para verles y se les añora una vez que arranca el curso y la rutina otoñal se instala en nuestras vidas. Los festivales de música son, para mucha gente, como de la familia. Se alaban sus virtudes, se critica sus defectos y, sobre todo, se llora su pérdida cuando nos dicen adiós.La cochambre que en 1975 invadió la capital sentó un precedente, una cultura festivalera que durante las décadas siguientes se instaló y propagó por toda la provincia. El rock se hizo fuerte, y muchos jóvenes comenzaron a organizar, de manera amateur e intuitiva, toda clase de eventos con la música y la fiesta como protagonistas.-Más información en la edición impresa-