El Correo de Burgos

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Concierto en zapatillas de casa

La música de The white witch se cuela en el salón de una vivienda particular en una actuación íntima

The white witch, en el concierto del jueves.-Israel L. Murillo

The white witch, en el concierto del jueves.-Israel L. Murillo

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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Bailan botellines, suenan risas, los bolsillos se rascan y los músicos templan nervios entre cajas, pero el escenario es un salón particular, el patio de butacas son sofás, sillas de comedor y taburetes de emergencia y una elegante y cálida lámpara sustituye a los grandes y fríos focos. Érase una vez un concierto en el salón de una casa. Un piso del número 6 de la calle Bailén se convierte en sala para la actuación de The white witch (La bruja blanca), formado por Ignacio Monterrubio (piano) y Zuriñe Benavente (voz), que, a punto de cumplir un año, ya ha orquestado varios encuentros de este tipo, en los que la intimidad es la nota original.

Minutos antes de la hora, mientras Ignacio y Zuriñe se preparan en una habitación, en el salón ya aguardan los primeros asistentes. Javier, María y Ricardo entonan el cuerpo con una cerveza o un vinito en la mano. Son profesores de la Escuela Profesional de Danza, donde estudia la cantante.

Les propuso la cita y los gustó. Los dos últimos, ella de Sevilla y él de Madrid, llevan poco más de un mes en Burgos y ven en esta velada una oportunidad de iniciar su vida social. Es su primera vez y llegan con todas las expectativas y con ganas de sorprenderse con la música. «Es un privilegio», dice María, mientras Ricardo confiesa sentirse «súper contento porque por primera vez me siento integrado en la ciudad». No necesita ese capote Javier. Afronta su segundo curso a orillas del Arlanzón y, aunque madrileño, dice sentirse ya burgalés.

Mientras los tres profes apuran la cerveza la hermana de la artista, Iasone, y la madre, Coro, se esconden. Dicen que ellas no cuentan, pero lo hacen. Dejan preparado el tentempié en la cocina, hablan con unos y con otros y, durante la actuación, cámara en mano, se convertirán en auténticas grupis. Ellas ya saben de qué va esto. La experiencia no es nueva para ellas.

Porque no es la primera vez que The white witch organiza un concierto íntimo. El primero que dieron como dúo tuvo este formato. Fue en diciembre en un salón de Donosti para mostrar su trabajo -tienen un disco de versiones, Bigarren Iluntzean, y en primavera grabarán uno propio-.

Después llegaron bares y otros espacios, pero, confiesan, estas actuaciones son especiales. «Son experiencias que se hacen más en los países del norte de Europa, donde están más acostumbrados a tener vida en casa, aquí somos más de la calle», destaca Monterrubio y observa el mágico ambiente que se crea cuando empieza la música.

Nada que ver con el bullicio que se vive minutos antes. Suena el ding-dong y aparecen Juan Carlos y Magdalena, primo y tía de Ignacio. «Como me han contado que cantan muy bien vengo con mucha ilusión por verles», se ríe ella, que los verá por primera vez, y que, a juzgar por su cara después, no la defraudarán. Sin dar tiempo a cerrar la puerta, llega más familia. Son la cuñada y tres sobrinos de Ignacio.

De repente, el tiempo apremia, el jaleo se disuelve y artistas y público ocupan posiciones.

Los músicos dan la bienvenida a todos, Zuriñe se disculpa porque tiene la voz fastidiada, pero asegura que lo dará todo (no miente) y se arranca con la primera canción, Vivir contigo.

Nada más empezar la segunda, el timbre otra vez. Es Inmaculada. Llega apurada, se ha enterado del concierto a través de Manolo, el de la parroquia, acierta a decir antes de hacerse hueco en el sofá, bajo la foto con la iglesia de Villandiego, el pueblo del anfitrión, Félix, tío del pianista, encantado de prestar su pequeño salón para el evento.

A él no le ha costado, pero no a todo el mundo le gusta esa irrupción de desconocidos en su intimidad. Los músicos lo saben como también que seguro que hay mucha gente dispuesta a hacerlo. A esos les dice Ignacio que no duden, que si tienen un salón en el que entre un mínimo de 15 personas se animen: www.thewhitewitch.eu.

La música sigue, la magia se ha hecho en el salón, aunque aún volverá a colarse el timbre. Aparece algún rezagado. Es otro profesor del Conservatorio y un amigo. Buenos pagadores, antes de quitarse el abrigo dejan su donativo en la caja dispuesta para ello. Son 5 euros y es una manera de comprometer a la gente a garantizar su asistencia.

Pasan las canciones y Zuriñe se va soltando, la acústica no puede ser mejor, el público, entregado. Todos se encuentran como en casa.

Terminará el concierto y llegará el momento de picar algo, charlar, reír, criticar, conocerse... «Nosotros como músicos buscamos esa intimidad, no queremos que sea una cosa de llegar, tocar e irse. Nos gusta ese aspecto más social, de hablar con la gente que te va a ver, que pueden ser familiares y amigos, pero también desconocidos, con los que cambias impresiones y se produce un enriquecimiento mutuo que en otros ambientes no se puede dar», anota Ignacio.

A las doce, cual cenicientas, se quitan las zapatillas de casa, se calzan las botas y abandonan el salón. Hasta la próxima.

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