El Correo de Burgos

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Violines para una tarde de cuento

Crisol de Cuerda Tradicional anima la tarde de agosto en Arlanzón y apura una octava edición que concita a 130 alumnos de todo el mundo

La llegada a las calles del pueblo se celebró con frenesí musical y alegres bailes-Israel L. Murillo

La llegada a las calles del pueblo se celebró con frenesí musical y alegres bailes-Israel L. Murillo

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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El Crisol de Cuerda Tradicional es una cita de cuento, un pequeño reducto donde la música es la reina, donde suenan chelos sin pajarita y bailan los violines en chanclas, donde la guitarra aúlla a la luz de la luna y el acordeón y las aguas dulces del Arlanzón retozan juguetones al atardecer. Crisol de Cuerda Tradicional es un encuentro para gozar del ritmo con libertad y sin partituras, con una dulce espontaneidad en clave de sol, un lugar donde compartir el ritmo con niños que apenas se han quitado el chupete y señores que han vivido ya siete vidas, para aprender de quien más sabe y de quien acaba de empezar...

El encuentro ideado por Javier Ortega y Blanca Altable y en el que embarcaron al violinista escocés Alasdair Fraser hace ocho años está más vivo que nunca. 130 músicos llegados de Australia, Inglaterra, Francia, Estados Unidos, Finlandia, Argentina, México o España apuran una semana mágica en la granja escuela de Arlanzón, que ayer protagonizó el ya clásico pasacalles desde el viejo molino hasta las calles del pueblo.

Aplaudieron las vecinas apostadas en la calle Rivera cuando vieron llegar a la serpiente multicolor de músicos ascender por la orilla del Arlanzón capitaneados por Fraser, cogieron sitio los lugareños en la terraza del bar para no perder el paso. Iba a comenzar el espectáculo. Y lo hizo con embaucadores bailes, con alegres melodías para una tarde de verano que tenía pinta de alargarse sin fin por las calles del pueblo y que había empezado a la hora de la siesta en el viejo molino.

Allí, a eso de las cinco y media, eran pocos los que se atrevían a retar al sol con sus violines, chelos u acordeones -el instrumento introducido este año como novedad-. Una chelista lo hacía en una de las aulas habilitadas, otros preferían leer a la sombra y hacer cucamonas a las ocas que habitan el lugar, alguno acariciaba el violín a la orilla del río y las había que preferían echar unas risas antes de juntarse a la hora convenida.

Que llegó, y que propició la salida de los músicos de sus escondites, y que a una nota de Alasdair Fraser giraron las miradas hacia él cual moderno Hamelín que guiaría a todos los músicos hacia el pueblo. Conjuraron al Crisol de Cuerda Tradicional con una estremecedora melodía como si de un nuevo credo se tratara y todos encaminaron su andar hacia el río...

Atravesaron el pequeño puente, sortearon zarzas, esquivaron cardos, resbalaron con sus chanclas en los guijarros del camino, pasaron el río de nuevo y en un recodo apareció el pueblo. Sonríen victoriosas Paula, Laura, Laida y Karla, cuatro adolescentes que suspiran por este campamento de verano, que confiesan que viven todo el año por él, que hasta tienen forradas sus habitaciones con fotografías de los momentos vividos en años anteriores. «Es la mejor semana del verano», suelta una y enseguida le corrige otra, la más grupi de todas: «¡Es la mejor semana de todo el año!».

Vienen de Pamplona, Amurrio (Álava) y Madrid, se conocieron en él hace tres años y ya no conciben su verano sin la banda sonora de violines, sin las dianas que tocan casi de madrugada la gaita y el cuerno, sin las clases intensivas, sin las comidas comunes en el comedor, sin el asombro que les produce el virtuosismo de los profesores que por allí pasan, sin los conciertos espontáneos a cualquier hora y en cualquier lugar, sin las confidencias al arrullo del violín... Y buscan la fórmula que convierta a Crisol de Cuerda en su País de Nunca Jamás.

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