El Correo de Burgos

FESTIVAL TRIBU

Plátanos con mucho arte

Los árboles del céntrico paseo se convierten en soporte para la treintena de creadores participantes en esta propuesta que crece en este tercer año e invita a echar a volar la imaginación y a jugar, pero también a la reflexión y a la reivindicación

En ‘Expolón’ no faltó un homenaje a Ignacio del Río.-Raúl Ochoa

En ‘Expolón’ no faltó un homenaje a Ignacio del Río.-Raúl Ochoa

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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Sempiternos e impertérritos habitantes del Espolón, personajes siempre de una obra coral, pocas son las ocasiones en las que los viandantes se paran en cada uno de los plátanos entrelazados que le dan fama mundial. Una de esas excepciones se produce desde hace tres años en el marco del Festival TriBU. La intervención artística Expolón ya es un clásico del cierre de este encuentro multidisciplinar y ayer consiguió que un año más los árboles del céntrico paseo tuvieran su minutito de gloria.

Una treintena de creadores, número que crece edición tras edición, algunos en parejas y cuartetos, convirtieron el Espolón en un museo de arte contemporáneo al aire libre con propuestas juguetonas, reivindicativas, para imaginar, para admirar, para reflexionar, para investigar, para...

En un pintor de bata embadurnada y ojos saltones reinventó Sergio Rodrigo Andrade uno de los que muchos flashes recibió. Todos quisieron hacerse una foto con el árbol pintor, que, ajeno al revuelo, plasmaba en el lienzo una vista del propio paseo.

Como un imán funcionó igualmente la propuesta del Equipo Dex-Conectadas.

Si el año pasado, Nati Soriano y María Jesús Parada acercaron las aguas del Mediterráneo y los campos de Castilla, este han desovillado la bovina y trazado la ruta de la lana que antaño unió Alicante y Burgos. «Además hacemos un guiño al mundo femenino», apostillan ambas encantadas con el punto de color y alegría que los rayos de sol brindan a la intervención.

La tienda hippy de Sara Martínez, el monstruo rosa de Juan Ángel Saiz Manrique o la televisión de cartón conectada a la savia del árbol de Diego Alonso también dieron para interpretaciones variopintas.

Grandes y pequeños conjeturaban sin miedo. Las lentejuelas plateadas de Carla Viejo para unos eran un vestido de noche y para otros un extraterrestre y las tiras rojas que Ramiro Clemente enroscó por las ramas podían ser los restos de una fiesta de Nochevieja o un arcoíris monocolor.

Esa desbordada imaginación infantil pretendía acariciar una vez más Igor Torres con su propuesta con peluches, muñequitos y otros cachivaches. «Es una alegoría de la infancia y de las raíces», resumía.

Lugar hubo para ondear banderas. Ana Peser volvió a tirar del hilo reivindicativo. Si en años anteriores lanzó una posible solución a la corrupción de los políticos con sus sogas y tiró de las orejas a los que no ven los peligros de la deforestación, esta vez pone su lupa en la alimentación y como si de un suelo resbaladizo se tratara avisa: Cuidado con lo que comes.

Una defensa de las energías renovables parecía realizar Rachel Merino y en advertencia contra los peligros del fracking para la despoblación y la memoria de los pueblos tornaba la intervención de Edu Eri y Álvaro Thälmman. Con zoquetas, hoces, arados y tenazas oxidadas, viejas cribas y tablas de lavar, cencerros en desuso... colgados advertían de lo que ya escribió Miguel Delibes: Un abandono de siglos ha provocado la marginación de los pueblos de Castilla, perdidos entre los surcos como barcos a la deriva.

Hilo directo entre ciencia y arte tendieron cuatro arquitectos, Carmen Francés, Nuria Jorge, Delia Izquierdo y Tomás Francés, con «sus estructuras espaciales geométricas que tienen la capacidad de estar en equilibrio en sí mismas», en palabras de la primera.

Algunos miraron a la propia naturaleza de estos árboles.

Raquel Luengo echó a volar y se topó con el canto de los pájaros -y no precisamente con los creados por Manuel Martín Machado-, su lenguaje, y realizó un paralelismo con el humano. «Para relacionar uno y otro he hecho letras de alpiste completamente comestibles y biodegradables», comenta la artista salmantina residente en La Coruña con una A y una L aún en la mano. Y nunca tantos caracoles treparon por el tronco de estos árboles como los que lo hicieron por obra y gracia de Alfredo Alonso.

Las avionetas de Mónica Jorquera, los corazones de Gadea Esteban, las huellas dactilares de Ana Daganzo, la galería de cuadros de Damián Hernández, el osito de peluche de Néstor Alonso, el arte reciclado de Miguel Moradillo, el mar tejido de Pedro Pablo Gómez Valdazo, las fotografías sobre madera de Laura Albo, los más de dos rombos de Ateepeec, la mirada de Gabriel Rodrigo y la del Proyecto Pisto...

Expolón convirtió un año más El Espolón en el paseo con más arte de la ciudad y en él no podía faltar un guiño a quien tantas veces reflejó esa luz en sus lienzos. E Ignacio del Río se quitó el sombrero.

MinitriBU, la felicidad de la familia que canta y baila unida

Una manada de caballos sin crin y con dos patas recorre la sala Acto del Centro de Arte Caja de Burgos (CAB). Se supone que ese trote debe sonar musical y si lo hace o no poco importa cuando quienes lo intentan se divierten como niños aunque no todos lo son. La Escuela Integral de Música es la responsable de este particular País de Nunca Jamás y el MiniTriBu su marco. Los cuatro talleres programados colgaron el cartel de completo. Éxito total. Y no solo por el número. La cara de alegría, lengua fuera incluida en algunos, con la que los participantes abandonaban las clases lo decía todo. Pequeños y grandes. Porque la propuesta era familiar. Así lo vivieron Mónica y Chema con sus hijos, Sara (8 años) y Gael (3 años). Cuenta la mamá que se inscribieron atraídos por lo bien que la primogénita se lo pasa en esta academia de la que es vieja alumna. «Ella sale siempre muy feliz y ahora no nos extraña nada que sea así. Hemos comprobado que es muy divertido... y muy cansado», dice Mónica y asiente su marido. Como si nada, en cambio, está Sara. Toca el violín, canta mejor que un jilguero y ayer desveló que el piano está en sus pensamientos. En los de Gael solo aparece la flauta y un puñado de canciones. «Creemos firmemente en que los niños si se divierten, aprenden. Lo primero que deben hacer es emocionarse. Luego llegará la teoría, la lectura y la escritura», sentencia el director de la Escuela Integral de Música, Juan Ignacio Alonso.

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