El Correo de Burgos

Entrevista a Pedro Olaya

«Nunca me he traicionado»

‘Los viejos tiempos, cuando éramos los dueños del mundo’ regresan impetuosos en el nuevo libro del escritor, que suma la octava muesca a su revólver tras ‘Continental Blues’ (2011), ‘Caballo loco’ (2008), ‘Indianápolis’ (2005), ‘Autolesión y otros relatos’ (2005), ‘El Septentrión’ (2002), ‘Grandes éxitos’ (1999) y ‘Pierde mejor’ (1995)

Pedro Olaya.-Raúl Ochoa

Pedro Olaya.-Raúl Ochoa

Publicado por
A.S.R.
Burgos

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Se pone las botas, se ajusta la hebilla del cinturón, se coloca el sombrero y escupe con rabia, desencantado y desilusionado. Sigue sonando una canción de Gram Parsons. Pedro Olaya se reencuentra consigo mismo en el Lejano Oeste en La luz no sabe doblar esquinas (Editorial Huerga & Fierro), su último poemario, si así puede llamarse, el octavo de su trayectoria. Lo presentará el viernes en el Museo del Libro en un acto orquestado por la librería Espolón en el que la editora Charo Fierro, el poeta Ricardo Ruiz y el periodista Rodrigo Pérez Barredo acompañarán al autor, más él que nunca en estas páginas. Vuelve a la infancia y siempre me encuentro a un niño desvalido buscando a su madre, se recrea en la memoria, da la mano muy fuerte a la soledad aun sabedor de su perfidia, persigue al paso del tiempo, sopesa la verdadera amistad, se reafirma en su condición de eterno buscador de atardeceres y a la vez respira la luz y la ceniza.

Pregunta- ¿Cómo es el cowboy que cabalga por La luz no sabe doblar esquinas?

Respuesta- Es un cowboy que ya no cabalga, está pensando y mirando a este mundo que le supera, que no comprende, que le parece absurdo, ridículo y hasta apocalíptico. Ya ha dejado el caballo y observa, reflexiona y ordena viejos papeles. Ha vuelto a los comienzos, a cuando era niño, ha retrocedido al lugar donde empezó todo.

P.- ¿Es más apremiante que nunca el paso del tiempo?

R.- Sí, mucho. Me sentía obligado a escribir este libro por ese paso del tiempo, por tantas pérdidas. Siempre he sido un encajador, pero la lucha de cada día ya empieza a resultar delirante y aquí es ya algo obsesivo. El cowboy regresa a los lugares donde ha nacido, esa primera parte del libro es la que más me gusta y a la que di más importancia, está en el origen, es el génesis de todo, se pregunta y encuentra respuestas. La segunda parte no me gusta, estuve a punto de eliminarla, es demasiado brutal, pero al final decidí ser fiel a mi palabra, y la tercera es más tranquila.

P.- Pero esa segunda parte es la que más peso tiene en el libro. ¿Significa que Pedro Olaya es más brutal que nunca?

R.- No sé si brutal, pero sí necesitaba decir las cosas. Veo que la amistad, el amor, el idealismo, que han marcado toda mi vida, declinan, pero en mí siguen vivos, con una presencia importante, que quizás sea la que permeabilice esa brutalidad de la segunda parte. Nunca me he traicionado a mí mismo y de ahí esas conclusiones.

P.- ¿Sigue creyendo en la amistad?

R.- Tengo mis dudas y es la mayor sorpresa de mi momento existencial.

P.- ¿Por qué?

R.- Soy una persona que no pide a la vida nada, no tengo vida social y no me interesa, simplemente sigo trabajando en mis libros, en mis proyectos, y a la gente cada vez le molesta más todo. Como digo en el libro, nadie puede conservar su soledad sin llegar a hacerse odioso tarde o temprano y me siento un poco reflejado en lo que escuchaba a los músicos que entrevistaba, que se sentían tremendamente solos, ahora me pasa algo similar.

P.- La soledad se pasea como una gran señora. ¿Cómo se lleva con ella?

R.- La soledad es muy mala, muy dañina, hay que saber gestionarla bien, si no te puede llegar a afectar a niveles insospechados, a tus propios cimientos, pero sí sucede que llega un momento en el que te das cuenta de que igual siempre has estado solo y lo otro han sido figuraciones e ilusiones cerebrales que no eran reales. Después de Continental Blues me quedé sorprendido del panorama que existe en la gente que está cercana a mí.

P.- ¿Por qué?

R.- Porque hay envidia.

P.- La mejor prueba de que la envidia es universal es que se manifiesta hasta en los pobres alienados, en sus breves intervalos de lucidez. ¿Ha sido envidioso?

R.- Jamás, nunca lo he sido, he sido una persona muy afortunada, no comprendo lo que es la envidia, nunca he sentido sentimientos de reproche.

P.- ¿Y se ha sentido envidiado?

R.- Muchísimo, pero con malicia, por puro daño, y además me ha dolido, la envidia me hace daño.

P.- Hablando de dolor: Y pienso entonces que fue hermosa la vida, y acaricio en mi pecho las heridas del tiempo. ¿Cuáles son esas heridas del tiempo?

R.- Hay tantas... Jamás pensé que mi madre moriría tan joven y que yo pudiera sobrevivir y hacer la cantidad de cosas que he hecho y también lo ingenuo que he sido siempre. El futuro solo nos sirve para saber lo ingenuos que fuimos en el pasado.

P.- ¿La pérdida es un fantasma imperturbable?

R.- Cada día es una pérdida, las decepciones, los desencuentros, incluidos los que yo también haya podido producir en ciertas personas... Yo siempre he estado solo y si alguna vez me he sentido acompañado luego he visto que era falso, que nunca lo he estado, pero siempre he seguido hacia adelante, siempre he tenido fe en mí mismo, nunca me ha preocupado lo que dijeran de mí porque siempre me han criticado, desde que cogí una guitarra, desde los 16 años, porque siempre he ido a contracorriente, pero llega un momento en el que no puedes más.

P.- La que nunca le decepciona es la música...

R.- La música es un lenguaje superior, el literario le llega a escasos kilómetros, la música es lo más grande que existe, sin ninguna duda. Hablar de música es una confesión.

P.- ¿También hay más memoria que nunca?

R.- No soy una persona melancólica, pero sí tengo sensibilidad. Siempre pensé que era una bandera y me he dado cuenta de que es un problema, en la medida en que pasa el tiempo me hace más daño. De niño te cuentan cosas de lo que tendrás y serás de mayor, que aprenderás a relativizar, que tomarás actitudes que te harán sentirte bien, pero es falso, es al revés, cada vez va a más. Quizás el paso del tiempo hace que hagas las paces contigo mismo y te asumes y aprendes a ponerte en el lugar de los otros, a no ser tan egoísta, pero la sensibilidad está ahí, cada vez soy más nervioso, tengo una misantropía más exacerbada, pero soy muy fiel a lo que hago.

P.- ¿Ha sido egoísta?

R.- Por supuesto, todos lo hemos sido. Es una sensación que hay que intentar eliminar. Cuando alguien me ha pedido favores, he hecho todo lo que estuviera en mi mano por esa persona, pero nunca ha sido bien agradecido. Yo soy lo que digo, cuando escribo y cuando hablo, pero la gente no es así, la gente habla un lenguaje cifrado que no concibo, ni comprendo ni me interesa.

P.- ¿Y es humilde?

R.- Mentiría si dijera que cuando publiqué mi primer libro no sentí vanidad, el primero y tal vez también el segundo, pero puedo afirmar que ahora no sé lo que es la vanidad; la humildad, sí, porque ya no pretendo nada, el libro hace todo, yo ya no los apoyo, sobre todo a raíz de Indianápolis. Ha pasado una década y la situación es muy parecida, ahora un poco peor.

P.- ¿A qué se refiere?

R.- Ahora sé de sobra que nadie lee, a nadie le interesa la cultura en este país, y que no me cuenten historias de falta de tiempo u otros problemas, porque si no pasa es porque no hay interés. Estoy harto de oír a la gente decir que no lee y ver en la comisura de sus labios una sensación de desprecio y de orgullo.

P.- ¿Qué lee?

R.- Literatura actual no leo nada porque es una porquería. Los libros de poemas que se publican ahora son absolutamente impublicables: feministas retrógradas, jóvenes soberbios y autores prepotentes. Yo empecé a los 17 años y hasta los 32 no publiqué. Ahora, por hacer un símil, solo quieren pagarse el disco sin hacer conciertos previos.

P.- ¿Y entonces qué libros están en su escritorio?

R.- Sobre todo releo muchísimo. No concibo la vida sin la lectura. La música y la lectura son vasos comunicantes. Ahora leo mucha filosofía e historia, he vuelto a Nietzsche, a Heidegger, a Schopenhauer..., y literatura americana como Cormac McCarthy, aunque se haya puesto de moda.

P.- Oigo el mundo. Se oye pasar la vida. ¿Qué le dice la vida a ese cowboy?

R.- Que llega un poco tarde, que va entendiendo el extraño mecanismo de la existencia.

P.- Éxitos y fracasos, victorias y derrotas corren por estas páginas al trote. ¿Cuáles han sido las unas y las otras en su vida?

R.- Jamás pensé que llegaría donde he llegado, de conocer a la gente que estoy muy orgulloso de tratar, del respeto que me tiene esa gente, de los músicos, del trato que me dan, tanto dentro como fuera de España.

P.- ¿Cuál ha sido el fracaso?

R.- Dedicarme a la literatura. Que nadie se dedique a ella, que vivan. A mi admirado Aleixandre le preguntaron una vez si prefería vivir o escribir y él contestó: ‘sin duda, vivir’. Corroboro las palabras del poeta.

P.- Ahí está la luz...

R.- Ahí está. Cuando tenía 7 años, en el pueblo de mi madre vi un atardecer, una nube roja, un cielo malva, azulado, me quedé parado en la bici asustado de la pura belleza. Me he dado cuenta de que si la luz la poseí ese día ya es mía, es tuya siempre, de ahí que sea un buscador constante de atardeceres. Por eso la luz que veo ahora la he poseído siempre.

P.- ¿Vamos que aún no está todo perdido?

R.- No, en absoluto, porque si la luz la has tenido, tus ojos la han visto, es tuya. Siempre te va a emocionar.

P.- Lección cotidiana de comedimiento: pensar, aunque solo sea un instante, que un día se hablará de nuestros restos. ¿Qué quiere Pedro Olaya que se diga de sus restos algún día?

R.- Aquí hay una persona que adoraba el pedal-steel guitar.

P.- ¿Siente que le acecha la muerte?

R.- Por supuesto, en un primer momento es solo una palabra, luego se convierte en una especie de ente y ahora la veo con rasgos físicos.

P.- ¿Y cómo es?

R.- Bastante tranquilizadora. He hecho tantas cosas en esta vida, que qué más puedo hacer, pues descansar ¿no?

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