El Correo de Burgos

ARTE / NUEVA TEMPORADA EXPOSITIVA DEL CAB

Corteza, pile y carne

El juego de máscaras de Parsec!, la belleza «terrible» de lo efímero atrapada por June Papineau y el imaginario místico de Juan Vallejo, ‘Réquiem’ mudo incluido, protagonizan el nuevo ciclo

Juan Vallejo muestra el Réquiem que exhibe en el nivel -1.-ISRAEL L. MURILLO

Juan Vallejo muestra el Réquiem que exhibe en el nivel -1.-ISRAEL L. MURILLO

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L. B. / BURGOS
Burgos

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De capa en capa, explorando el significado más profundo de cada una de ellas. Así puede el visitante adentrarse en la nueva temporada expositiva del Centro de Arte Caja de Burgos (CAB) que acerca tres nombres propios de aquí y allá, tres reflexiones, tres propuestas dispares, en fondo y forma, con raíces entrelazadas. «Somos la corteza, la piel y la carne. Nos complementamos perfectamente», afirmaba satisfecho con la revelación uno de los protagonistas al término de la presentación.

Se reía el zamorano Antonio Feliz de su apostilla, que coronaba la enumeración de puntos en común de su apuesta -en realidad la de Parsec!, su alter ego-, la de la suizo-americana June Papineau y la de Juan Vallejo, el acento burgalés, con vocación universal, de este ciclo. Javier del Campo, director de Arte de la Fundación Caja de Burgos, se encargaba de tejer al vuelo el hilo conductor de estas muestras que convergen en «la atracción por el detalle», la puesta en valor «de lo que se oculta», la «pasión por la belleza», el «componente espiritual» y la naturaleza como inspiración...

De uno en uno, los artistas desnudaron su intención. Parsec! abrió la ronda bajo el gran mural que atrapa las miradas de los que se adentran en el nivel -2. Con Masquerade se cuela bajo techo el trabajo del autor en el exterior, «en contacto con la realidad», como artista urbano devoto del medio rural. Aprovecha la ocasión para reflexionar sobre «los protocolos de ocultación social y personal» a partir de la máscara y su doble naturaleza: «Como culto y como cultura, arquetipo y prototipo, es algo que contiene el legado de los antepasados pero también se encuentra en el comportamiento social presente, a través de los modos del lenguaje, los gestos, las expresiones...». Así, su muestra combina elementos más clásicos que evocan la Grecia antigua o la tradición asiática con series «más simbólicas que hablan de la mascarada social», relató el autor.

Escaleras arriba, de mural a mural, la Doble espiral de Vallejo toma el nivel -1 y «por arte de bilocación» lo inunda de su imaginario místico, ese que entre 1971 y 1972 y después en 2013 volcó en el monasterio de San Pedro de Cardeña, primero sobre la bóveda de la escalera imperial y después en las galerías de la hospedería, donde plasmó la serie Pecados Capitales. La espiral es el camino que enlaza aquellos proyectos y el que, encarnado en una intervención multidisciplinar, se puede contemplar en el CAB hasta el 24 de septiembre. Aquella experiencia es el origen de esta con la que, como siempre, el burgalés busca «zarandear» al espectador, interpelar a quien contempla sus creaciones, presentadas como «tormentosas, que refieren sin tapujos deseos ocultos» de los monjes desfigurados que giran en el lienzo.

Mención especial merece su Réquiem, una suerte de traducción pictórica de esta pieza en un centenar de dibujos de gran formato que pretendía acompañar de «cualquiera de las grandes interpretaciones que de ella se han hecho», explicó. Fue Del Campo quien sugirió sumergir la obra en el silencio. Y así se presenta, mudo, un Réquiem «surgido del gesto y del arrebato» cuya presencia «atrapa y atemoriza».

Sobrecoge también la visita al nivel 1, donde la oscuridad se hace luz para subrayar la obra de June Papineau. ¡Chopo viejo! Has caído parafrasea a Lorca para contar la no historia de un álamo «de características únicas y sobresalientes» que la artista encontró derrumbado en la ribera del Ródano. Allí, cautivada por la belleza «terrible» de lo efímero se gestó el proyecto que disecciona la lucha por una supervivencia imposible. Sus dibujos minuciosas y las ‘pieles’ rescatadas de aquel árbol -como «máscaras mortuorias» que juegan con los vacíos de la sala y que Papineau identifica como Goyesques en alusión a los trabajos del aragonés-, dan fe de aquel momento en el que se propuso anotar «la fugacidad» de una vida.

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