El Correo de Burgos

JAVIER SIERRA / ESCRITOR Y PERIODISTA

«Somos quienes somos por perseguir lo invisible»

El ganador del Premio Planeta 2017 visita hoy el Museo de la Evolución Humana de Burgos para presentar (a las 20.15 horas) ‘El fuego invisible’, una novela sobre la construcción del mito del Santo Grial

Javier Sierra-SANTI COGOLLUDO

Javier Sierra-SANTI COGOLLUDO

Publicado por
J. TOVAR
Burgos

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Javier Sierra visitará esta tarde el Museo de la Evolución Humana de Burgos para hablar de El fuego invisible (a partir de las 20.15 horas), novela en torno a la construcción del mito del Santo Grial con la que ganó el año pasado el Premio Planeta.

Pregunta.– Lleva el mito del Santo Grial al Museo de la Evolución Humana, y uno se pregunta si en algún momento de la historia al ser humano no le dio por ir en busca de lo oculto.

Respuesta.– No, no. El ser humano es lo que es gracias a que se ha dedicado a perseguir lo invisible, lo que no era capaz de ver. El resto de especies de este planeta se guían por la información que reciben a través de sus sentidos, en cambio el ser humano se mueve por lo que cree que puede haber, por su sistema de creencias además de por las evidencias. Eso nos hace singulares; nos hace evolucionar.

P.– Lanzarse a explorar el mundo tendría que ver con esto, con el querer ver qué había más allá de los confines dibujados en unos mapas con extrañas criaturas.

R.– Sin duda. El misterio nos hace ir hacia adelante. Y es curioso: todo lo que no conocemos nos asusta al tiempo que nos atrae irremisiblemente. Eso llevó a nuestros ancestros, en el Paleolítico, a utilizar el fuego para adentrarse en las tinieblas de las cavernas.

Algo ocurriría en la mente de aquellos hombres que, allí dentro, en lo más profundo, inventaron el arte. Ahí está la metáfora de lo que somos, en esa imagen de un hombre explorando con el fuego. En tiempos modernos la exploración se hace con el fuego de la razón, pero nos seguimos metiendo en todas las cavernas que podemos.

P.– Sostiene que el mito del Grial se acuñó durante la formación del Reino de Aragón con la intención de reforzar los ánimos de los reyes...

R.– Hoy lo llamaríamos propaganda. Entonces era un elemento narrativo fundamental. En unos reinos al borde del abismo era necesario insuflar la certeza moral de que las suyas eran tierras sagradas, con elementos importantes de la tradición cristiana. Sin eso, aquella gente no tendría el valor para defender su territorio.

Los mitos no son inocentes, no son historias para entretener. Pensamos en ellos como si fueran cuentos antiguos intrascendentes. Es un error. Los mitos eran el cemento sobre el que se armaba la estructura social. Pensemos en los reyes o en los papas. Su existencia se sustenta sobre mitos.

P.– Cómo asiste a la controversia que se levanta hoy en torno al Grial, frente a quienes dicen que el auténtico está en León, o en Valencia, o en Inglaterra...

R.– Asisto con una perspectiva antropológica. Lo observo con mucho interés y me maravillo de cómo algo que se gesta en el siglo XI sigue generando todavía debate. Me parece fantástico. Me sirve para explorar mucho sobre la naturaleza humana y para confirmar, por enésima vez, que necesitamos creer para avanzar. A veces es mayor la necesidad de creer que la de saber.

Eso nos define: nos movemos más por nuestras creencias, como sociedad, que por las evidencias. Lo vemos todos los días, incluso en clave política. El conflicto de Cataluña tiene que ver con la creencia, no con la evidencia. Esto se estudiará en los años venideros: cómo han construido su propio mito.

P.– En esa dialéctica entre el creer y el saber, qué papel juega un periodista y escritor como usted.

R.– Mi papel es el de hacer pensar. No quiero convencer de nada, ni sustituir un dogma por otro. Quiero que el lector se dé cuenta de lo relativo que es todo y que tome decisiones en función de eso. Trato de enfrentar al individuo con esos interrogantes, con esos enigmas. Lo valioso es dar herramientas para poder discutir en torno a eso.

P.– En sus novelas, como en El maestro del Prado, por ejemplo, advierte de que los grandes enigmas forman parte de nuestra cultura. ¿Cuántos hay por descubrir en Castilla y León?

R.– Los hay. Yo, por ejemplo, me inicié a la espeleología en tierras burgalesas, y ahí hay historias de cuevas no exploradas, con pinturas sin estudiar. Me parece muy interesante. Y es un enigma: por qué hay arte ahí, qué llevó a los sapiens a hacer esas pinturas.

Y hay más historias. Recuerdo un incidente que fue secreto militar durante muchos años en Quintanaortuño: el aterrizaje de un ovni, visto por unos soldados de la academia militar en enero de 1975. Me he detenido muchas veces en ese descampado, en medio de la nada. También en Valladolid hubo avistamientos, que fueron estudiados por el dominico Antonio Felices.

P.– Un día se cansó de formular preguntas para las que no hallaba respuesta. Cuál le hubiera gustado revelar.

R.– Tuvo que ver con el salto que di del periodismo a la literatura. El periodismo me legitima para hacer preguntas, pero cuando quieres dar respuestas entras en un terreno delicado: de repente comienzas a ser parte, dejas de ser objetivo y entras en el terreno de la especulación. En un momento me sentí constreñido, impedido para avanzar. En la literatura encontré la posibilidad de expandirme, de encontrar esas respuestas, fueran o no acertadas.

Luego descubrí que la literatura nació para dar respuesta a aquello para lo que la razón no alcanza: la primera ‘novela’ de la que tenemos constancia es La epopeya de Gilgamesh, de hace 5.000 años. Es la historia de un rey mesopotámico que, teniéndolo todo, se da cuenta de que va a morir como el resto de sus súbditos, por lo que emprende un viaje para exigirles a los dioses la inmortalidad. Esa narración trata de dar respuesta a la pregunta de por qué vamos a morir. Yo no pretendo hacer literatura de evasión. Yo, como esa literatura primordial, quiero resolver lo que la razón no puede.

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