El Correo de Burgos

LITERATURA MÚSICA, JUEGO y VIDA

Sueños de infancia, mañanas creativas

Los versos de José María Plaza en ‘La luna de Nueva York’ se disfrutan más en familia. Los niños descubren, los adultos reviven y la inspiración hace el resto. La poesía es magia si se dominan los trucos y para lograrlo hay que entrenar

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Publicado por
D.S.M.
Burgos

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La poesía es muchas cosas. Por ejemplo, «el atajo para llegar a donde ni siquiera habíamos planeado». También es «música», «juego» y «vida»; una expresión que emana del alma y que «se basa mucho en la intuición» porque jamás parte de un «razonamiento» previo. Puestos a teorizar sobre este género, cosa que a José María Plaza le encanta, podemos llegar a la conclusión de que «la poesía es el flashazo, la estrella fugaz que ilumina, de repente, una oscura noche, un camino largo que se nos está haciendo más largo». Y así hasta el infinito.

Reflexiona con acierto y pasión el escritor burgalés en el prólogo de La luna de Nueva York, que nada tiene que ver con la obra de Federico García Lorca aunque ambas compartan formato poemario. Su principal pretensión es potenciar la sensibilidad lírica desde la infancia, «aficionarles desde el principio» para que la chispa jamás se apague. La poesía, al fin y al cabo, se asemeja a un terreno en barbecho: «si no se cultiva se va perdiendo». Quizá se pueda retomar en la edad adulta, pero cuesta, y mucho, desprenderse de esa«especie de impermeable» cuya cremallera se cierra en banda.

¿Por qué la luna y no el sol? Catalina es la eterna compañera de la humanidad, «la ves desde cualquier parte» y se deja querer llena, nueva, en cuarto creciente o menguante. A Lorenzo, en cambio, cuesta mirarle de frente porque «te deslumbra». Aún así, noche y día comparten espacio en el libro, que toma Nueva York como enclave de referencia por su carácter «universal»y «cosmopolita». Y la luna, que «siempre está en el cielo», se convierte en el «elemento aglutinador» que «va introduciendo los temas».Días de la semana, meses del año, geografías, paisajes, las tablas del 2 y del 3... Y el parque, faltaría más. Está «muy presente» porque alimenta la inspiración en la narrativa infantil y, sobre todo, porque sus dos nietos «solo piensan» en jugar allí. Además, es probable que buena parte de sus primeros recuerdos se moldeen en estas áreas de recreo pueril que inexorablemente forman parte de «los mundos del niño».Tampoco podían faltar los animales, recurrente temática que «interesa mucho» a los más pequeños y que además aporta «mucho juego poético» a la hora de hilvanar versos que cualquiera es capaz de recitar, de pe a pa, décadas después. La boa que «se emboba mirando la rama con pinta de escoba», la jirafa que «alza la cabeza y le da pereza alzarla algo más», el burro con gorro -«¡qué barbaridad!»-, la pata y el pato que «duermen hasta la mañana»... La luna en Nueva York es el «reflejo» de lo que entusiasma a sus nietos y a cualquier chaval ansioso por conocer cada vez más mundo.

Cualquier edad es recomendable para adentrarse en esta obra que Plaza concibe para leer en compañía.Desde su conocimiento de causa, lo ideal sería que los más pequeños de la casa empezasen a escuchar este compendio de poemas -u otros que aborden sus intereses vitales- a partir de los «dos o tres años». Pero no basta con afinar el oído y aprenderse versos al dedillo de forma progresiva. Las ilustraciones de Pilar Hoces, magníficas desde el punto de vista estético y perfectamente integradas en los textos, constituyen un recurso imprescindible para «captar la esencia y la musicalidad» que el autor plasma sobre el papel.La letra no entra con sangre sino con cariño. En familia, la cultura se transmite de generación en generación y, además, facilita la «comunicación» entre padres o abuelos con sus hijos o nietos. Partiendo de esa base de sólidos cimientos, Plaza sugiere un ejercicio a medio y largo plazo para que el incipiente lector desborde su imaginación. ¿Cómo? Mediante un ejercicio de escritura creativa completando aquellos poemas que concluyen con puntos suspensivos para que cada uno determine su propio final. Al más puro estilo ‘elige tu propia aventura’.El acercamiento «natural» de los niños hacia la poesía también debería implementarse en los centros escolares. Su propagación «básicamente depende del profesor», sostiene Plaza con cierta esperanza porque últimamente percibe «una mayor sensibilidad» en el ámbito educativo. También en las editoriales, que aunque a marchas forzadas también apuestan, cada vez más, por un género que hace no mucho parecía condenado al ostracismo. Sea como fuere, se antoja «necesario» que «los niños lean y aprendan poemas» valiéndose de esa «memoria prodigiosa» que tarde o temprano se acaba llenando de conceptos mucho más banales y menos útiles para el infinito desarrollo de su siempre poderosa imaginación.

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