El Correo de Burgos

«Me siento culpable de haber traicionado a mi familia, pero si no lo hago no soy fiel a mí mismo»

El hispanista y biógrafo desgrana en Burgos algunos de los más jugosos entresijos de su propia vida, reflejada en ‘Un carmen en Granada’ / Criado en una «secta» metodista, Lorca se convirtió en su «vocación»

Ian Gibson, durante su conferencia en Burgos invitado por la Fundación Círculo.

Ian Gibson, durante su conferencia en Burgos invitado por la Fundación Círculo.SANTI OTERO

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El crimen no ha prescrito porque nunca llegó a cometerse, pero hay que ser tremendamente valiente -y honesto con uno mismo- para reconocer públicamente que, de niño, era un «asesino en potencia». Es lo que tiene una infancia de todo menos idílica. A Ian Gibson (Dublín, 1939) le tocó nacer en el seno de una familia metodista, «lo más puritana posible», donde casi todo era tabú. Lo comprobó cuando vio a su madre dando el pecho a su hermana pequeña y alguien le apartó abruptamente de la puerta.

Esto y mucho más relata el hispanista irlandés en Un carmen en Granada, Premio Comillas 2023. Y no dudó en dar buena cuenta de algunos de estos episodios vitales que casi nadie se atrevería a plasmar por escrito con fines editoriales. Invitado por la Fundación Círculo y con el auditorio de la calle Ana Lopidana rozando el lleno, Gibson desgranó jugosos detalles con esa mezcla de «humor» y «amargura» que impregna su propia biografía. De entrada, no le dolieron prendas al rememorar el «odio» que sentía hacia su madre y hacia sus hermanos, de los que pretendía deshacerse porque «quería ser el número uno y no me hacían caso».

Como es lógico, abordar los traumas de un periodo que se presupone feliz para el común de los mortales no es plato de buen gusto. Y aunque mucha gente de su entorno le animaba a desnudar su alma a modo de «catarsis», lo cierto es que a día de hoy todavía tiene «pesadillas». Básicamente, porque aquel niño que se preguntaba constantemente «dónde está la libertad» aún busca esa sensación de liberación. De momento, lo único que tiene claro es lo siguiente: «Me siento un poco culpable de haber traicionado a mi familia, pero si no lo hago no soy fiel a mí mismo».

De aquellos primeros años al imperativo abrigo de una «secta», Gibson pasaría a compartir el «dolor» que genera el amor imposible -o no correspondido- a través de Antonio Machado. Por aquel entonces, ni siquiera sabía lo que era una metáfora. Tampoco intuía, ni de lejos, que tiempo después Federico García Lorca se convertiría en su «vocación».

Prácticamente imberbe, todavía en su país natal, el futuro historiador descubrió «lo que era una imagen poética» gracias al Romancero gitano de Lorca. Lo adquirió en 1957 junto al Ulises de James Joyce, «prohibido por la Iglesia irlandesa». Y así, bajo cuerda como con el maestro granadino en la España franquista, empezó a vislumbrar un prometedor horizonte en Andalucía.

Como si el destino le estuviese susurrando al oído, Gibson acabó rematando en Granada. Y quedó prendado, de la ciudad en general y de sus viviendas típicas con jardín secreto en particular. «No hay postal en el mundo comparable con un carmen», aseguraba durante su charla junto a Alfredo Bol, profesor de la Universidad de Burgos (UBU), antes de encomendarse a Lorca: «La peor soledad del mundo es estar en un carmen sin amor».

Ian Gibson junto a Alfredo Bol, de la Universidad de Burgos.

Ian Gibson junto a Alfredo Bol, de la Universidad de Burgos.SANTI OTERO

Con la seguridad de «la Policía no podía hacerme daño por ser extranjero» aunque a la vez consciente de que «por la noche cualquiera te podía dar una hostia», decidió tomarse un «año sabático». Dejó a un lado su tesis doctoral y se puso a investigar la muerte de Lorca. Salía de madrugada en busca de testimonios y los acabó encontrando. Tuvo el honor de compartir conversaciones inolvidables con amigos íntimos del poeta y, al mismo tiempo, ahondar en el asesinato a manos de unos «indeseables» bajo el mando de Gonzalo Queipo de Llano, «el mayor criminal de Andalucía».

Lo suyo le costó publicar aquel libro. En España era impensable y en Inglaterra «nadie mostró el menor interés». Cuando lo consiguió, gracias a la exiliada y parisina editorial Ruedo Ibérico, la obra acabó traduciéndose a 14 idiomas. Y fue censurada por la dictadura en el 72. Y ganó el Premio Internacional de la Prensa en Niza que le catapultó como investigador y biógrafo, su gran pasión. El resto, como todo aquel que le conoce sabe, es historia. O memoria histórica, mejor dicho.

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