La perversión del lenguaje y el poder de la imagen «de lo particular a lo universal»
El nuevo ciclo expositivo del Centro de Arte Caja de Burgos reúne, hasta el 19 de enero, a Eduard Arbós, Linarejos Moreno y Nacho Martín Silva. Historia, cine y feminismo convergen en diferentes plantas bajo un mismo espacio
De siempre se ha dicho que una imagen vale más que mil palabras. Y seguramente sea cierto, salvo excepciones que rompan la regla. El lenguaje, por sí solo, también permite alterar la realidad; moldearla, retorcerla, dotarla de inexplorados significados o vaciarla de contenido. El lenguaje, nunca exento de valor aunque la imagen tenga más fuerza, puede hacer mucho bien o servir a fines espurios. O convertirse en arte, desde múltiples prismas abiertos a la reflexión, al servicio de quienes atesoran la sensibilidad suficiente para el deleite.
De esto trata, grosso modo, el nuevo ciclo expositivo del Centro de Arte Contemporáneo Caja de Burgos (CAB). Los tres invitados (Eduard Arbós, Nacho Martín Silva y Linarejos Moreno) comparten, hasta el 19 de enero, una profunda inquietud por los usos, limitaciones y potencial del lenguaje. Cada cual desde su propio prisma, apelando a diferentes formatos y disquisiciones plásticas. Con obras de antaño, nunca antes mostradas en espacios de esta índole e incluso expresamente creadas para la ocasión. De todo un poco y mucho de todo bajo un hilo conductor perfectamente tejido por Javier del Campo, que de hilar fino -valga la redundancia- sabe un rato.
De arriba a abajo -lo mismo daría el orden-, en la primera planta, Eduard Arbós nos recibe con Languaje is a virus. Tal y como reconoce el propio autor, perder completamente la visión de un ojo le sumió en una severa crisis tanto artística como existencial. Se apartó del oficio durante un par de años, pero acabó llegando a la bendita conclusión de que «tocar fondo da una libertad brutal cuando uno vuelve a afrontar el trabajo».
Cualquier estará de acuerdo con Arbós cuando dice que «hablar del dolor directamente es muy complicado». Lo que él hizo fue buscar «subterfugios», que no es tarea sencilla, sin alejarse del arte. Abrazó la figuración y supo plasmar con maestría, negro sobre blanco, su dura experiencia personal. Del tirón, sin puntos ni comas, trazó su propio relato aun siendo consciente de que «no se podía leer». Lo suyo, en realidad, era un cuadro. Pura «relación entre texto e imagen».
Máscaras antigás como símbolo de asfixia dentro de una realidad que, como bien comenta Javier del Campo, «responde a la lógica del conflicto». He aquí la perversión del lenguaje, abstracta a la par que contundente, a través de «códigos velados para la mayoría pero asumidos por todos». Y como refuerzo, o más bien capricho por necesidad, Language is a virus al cuadrado de la mano del séptimo arte. Una película, ajena a cualquier convencionalismo, que sutilmente se encomienda a cut-up del maestro William Burroughs.
«De lo particular a lo universal». Así concibe Arbós la creación artística y Nacho Martín Silva, residente temporal del CAB en la planta -1, lo secunda con todas las de la ley. En su caso, lo que pretende con Historia pintada de la historia de la Historia (delicioso galimatías) no es otra cosa que distanciarse de su propio trabajo hasta «no entenderlo completamente».
Martín Silva viaja en el tiempo para reconstruir el espacio, reúne fragmentos que por sí solos valen su peso en oro y concibe un todo que se sobredimensiona como por arte de magia. Eso con cada una de sus obras, donde convergen escenarios tan dispares como una clase de Anatomía en el Buenos Aires de los años 20 -tomando como referencia la famosa Lección de Rembrandt- o la reparación de unos tapices evacuados del Museo del Prado a Valencia para evitar su bombardeo por parte de las tropas franquistas durante el golpe de Estado contra la Segunda República.
Es probable que Martín Silva no pretenda una enmienda a la totalidad. Lo que sí busca es desgranar los «pilares de la sociedad contemporánea», escarbando en el pasado, con especial «interés» en la consolidación de los principales objetos del conocimiento humano. De esta forma, su obra ayuda a vislumbrar cómo «se han traducido en imágenes» y cómo, en tantísimas ocasiones, «son capaces de confundirnos».
La historia, por mucho que la escriban los vencedores, está llena de matices. El «pequeño detalle», al que el artista presta una atención desbordante, sugiere y atrae; seduce e invita a cultivar el ojo crítico. Siempre a través de «situaciones inquietas, incómodas y extrañas respecto a la imagen pintada». Y bajo un formato de tal envergadura que, hasta la fecha, era «imposible» de exponer en cualquier otro sitio que no fuese el CAB.
Ya en lo más profundo, en la planta -2, De hierro y leche parece subyacer esa lucha de clases que todavía existe por mucho que se niegue. El silencioso lenguaje de las fábricas, sus depurados trabajos manuales y las luchas obreras como telón de fondo sientan las bases de una instalación que compagina, con total acierto, los «impulsos de la producción y el capital» desde una perspectiva netamente humana. Partiendo de esa premisa, Linarejos Moreno juega con materiales «rígidos» y «pegados al cuerpo» para conformar un escenario henchido de conciencia social.
Sostiene la autora, y no le falta razón, que «es importante hablar desde el arte de determinadas necesidades sociales». Entre ellas, la vehemente resistencia de tantas y tantas mujeres que, a lo largo de los siglos, alzaron la voz para no quedar eternamente relegadas al segundo -o tercer- plano de la historia. De ahí su particular introspección, bajo el título Sobre pintura y ecofeminismo, que se nutre de rayos ultravioleta para iluminar un doble espacio -público y privado- sustentado sobre lo que Moreno denomina «arqueología de las piezas olvidadas».
De hierro y leche muestra, aparte de obras consagradas y alguna que otra prácticamente inédita en España, una poderosa sorpresa expresamente concebida para esta exposición. Y constituye, sin duda, el mejor epílogo posible para un recorrido en el que cada «declaración de intenciones» brinda al espectador, tal y como resume Del Campo, «numerosas posibilidades de lectura».