El Correo de Burgos

ENTREVISTA

«Pagaría por jugar al baloncesto»

Helder Da Silva, capitán del Montur, se quedó en silla de ruedas con 29 años, ahora, con 42, va a jugar la Eurocopa ‘B’ con Portugal

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Burgos

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D. RIVAS PACHECO / Burgos

Helder Da Silva estuvo un año y dos meses en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. En el centro, las mañanas estaban programadas para la recuperación física, pero las tardes estaban libres de actividades. Y en esos ratos muertos es donde el capitán del Montur El Cid comenzó a jugar al baloncesto en silla de ruedas. Ha pasado una década desde entonces, y se ha convertido en un referente del conjunto burgalés. Por eso, ahora, va a debutar en una competición oficial con su selección, Portugal. Así, desde el 20 de agosto, esta concentrado con sus compatriotas para preparar la Eurocopa ‘B’ que se celebrará desde el 4 de septiembre en la República Checa.

Pero en una galería de la memoria, se guarecen esos primeros instantes tras el accidente en motocicleta. «No perdí el conocimiento, pero tampoco me enteré de lo que había pasado», como narra el deportista, «y cuando estaba en recuperación mi familia me decía que volvería a andar, pero yo ya sabía que me mentían». «Así que decidí que antes de desmoronarme y venirme abajo, prefería tirar para adelante», como argumenta Da Silva. Por eso, el baloncesto aparecía como una distracción de la mente durante las tardes en Toledo. Porque, como explica el líder del equipo local, «nos juntábamos cuatro o cinco en la cancha, con sillas de calle y una pelota, y mirábamos desde ahí la altura de la canasta. Al principio, sólo pensábamos en lo lejos que estaba el aro, pero hacíamos cuatro tonterías con el balón, y un chico pensó que podíamos formar un equipo». Y esos momentos también eran como una cinta de meta que rasgaba la rutina, porque, como cuenta Da Silva, «allí dentro, los días no tenían 24 horas, sino 36, y empecé a jugar al baloncesto por aburrimiento», como explica el capitán del Montur El Cid. Tenía 29 años, y un accidente con la moto le sentó en una silla de ruedas hace 13. «Los primeros cuatro meses los pasé acompañado por mis padres, pero pronto los mandé para casa». Porque, como narra, «mi madre me ayudaba en todo: yo quería coger el mando de la televisión y ella me lo acercaba. Así que tuve que recordarles que quien estaba en recuperación era yo, y tenía que saber apañármelas por mí mismo».

Selección portuguesa

Por eso, la convocatoria con la selección portuguesa es un premio merecido. Cuando cruce la frontera el viernes hacia Lisboa, se olvidará del fútbol y las motos, los deportes que antes le apasionaban, porque su mente estará ocupada por el baloncesto en silla de ruedas. Una disciplina humilde en Portugal, porque como cuenta el jugador, «ellos no son profesionales, sino que realizan este deporte para desconectar y demostrarse a sí mismos que pueden practicarlo aunque casi no tengan dinero ni para la equipación necesaria. En España, en cambio, es distinto porque aquí los equipos tienen más nivel. Están formados por los mejores jugadores del mundo, y se mueve mucho dinero». Y, en esa plantilla, Helder Da Silva se juntará con los tres compatriotas que compiten en la liga española. Los mismos que le recomendaron a Inés López, entrenador lusa, que se fijase en el capitán local para reforzar al conjunto nacional. Aunque, eso sí, el deportista tuvo que superar las pruebas de selección y destacar sobre otros 43 aspirantes, antes de entrar en la lista definitiva de doce jugadores. Entonces, con la plaza en la escuadra conquistada, atravesará en coche la frontera, con la silla que usa para jugar -con las ruedas diagonales hacia el suelo, en vez de perpendiculares, para ir más rápido- cargada en el maletero. Y se concentrará con un plantel con «mucha ilusión por hacer algo grande en la Eurocopa».

El viaje de la migración

Por eso, seguro que su madre recortará las noticias de los periódicos que hablen de su hijo, como ha hecho hasta ahora. Porque, con esta vuelta a su patria de nacimiento, Da Silva recorre a la inversa el camino de la migración de sus padres.   Con los colores rojos y verdes en su zamarra recordará esos pasos que marcaron hace cuarenta años sus padres para buscar una vida mejor. Aunque la primera en venir a Burgos fue la hija primogénita, la mayor de diez hermanos. Entró a trabajar en una casa, y fue la guía para que la familia viniese a la ciudad cuando el deportista tenía cinco años. Su padre era peón de obra; y su madre se ocupaba de cuidar a los ocho niños que vinieron hasta España. Dos más, en cambio, se quedaron en Portugal.

El baloncesto en silla de ruedas es también una herramienta para escaparse de la compasión ajena. Porque, como explica el portugués, «el público cuando viene a los partidos nos ve con ojos de pena, pero luego se da cuenta de que en el campo jugamos duro, nos hacemos faltas, que no nos afecta ir en silla de ruedas para darlo todo . Y se supera esa imagen de piedad». Además, como expone el capitán del Montur, «también sirve para no estar solo, porque cuando vives en Toledo hay 600 personas como tú, pero llegas a Burgos y sólo hay cuatro o cinco. Por eso, el equipo de baloncesto es como una familia, porque pasamos fines de semana juntos viajando, y muchas horas en los entrenamientos». Por esta razón, como él sentencia tras estas palabras, «pagaría por jugar al baloncesto».

Aunque es una disciplina que exige mucho físicamente. Así, las lesiones abundan; por ejemplo, en el caso del jugador local, que tiene que jugar infiltrado por el dolor que siente en el brazo, «porque no descansa: si quiero moverme tengo que usarlo para impulsarme», como relata. Aún así, esa actividad intensa es señal de independencia, algo básico para la recuperación después de un accidente. Por eso, critica la sobreprotección que ve por parte de los padres en los chicos de la escuela del Montur El Cid. Pide, incluso, que las familias no les cohíban, que les den más libertad. Y, por ello, los chavales le dicen a Da Silva que sea su entrenador, para que el baloncesto sea algo más que un entretenimiento, una distracción. Pero, por ahora, el primer paso está en Lisboa, donde el jugador se dará a conocer por toda Europa. Y, seguro que cuando salte a la pista, en los primeros momentos, se acordará de la migración de su familia. Y, también, de sus dos hijos, Jonathan y Mayca, cuyos nombres lleva tatuado en el brazo izquierdo.

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