El Correo de Burgos

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LA PRESENCIA de referentes, eternos o pasajeros, constituye un elemento motivador en el día a día. Pero también causa frustración, pues uno se infravalora a sí mismo ante la grandeza de los hechos y palabras de quien admira. Existen dos clases de referentes. Los generales, sean históricos, culturales o políticos; y los concretos, mucho más cercanos y pertenecientes al ámbito familiar o doméstico. Sirvan estas líneas para hablar de tú a tú con el responsable, al 50%, de mi irrupción en este mundo, de mi pasado y mi presente.

A estas alturas del texto -y de la película- confío en que sepas que hablo de ti. Lo sé, la sinceridad a la hora de expresar emociones no es mi fuerte, al menos contigo. El bloqueo es recíproco, en algo nos teníamos que parecer.

Intentaré romper el hielo. En primer lugar, agradeciéndote que a base de sudor, jornadas laborales interminables y noches en vela te hayas desvivido por camuflar las espinas y regar las rosas a lo largo de nuestro camino vital.

Siempre lo diste todo y no siempre te correspondí. No de la manera que tú esperabas. Quizá por ello me he sentido infravalorado respecto a ti, porque eres grande en lo tuyo, mientras que lo mío está por ver.

Ambos sabemos que nos encontramos a las puertas de una nueva etapa, complicada pero ilusionante. Requeriré de tus consejos y experiencia, aunque has de ser consciente de que me tocará tomar mis propias decisiones y ‘apechugar’ con lo que venga.

Amén de los consejos de padre, me gustaría conocer mejor a la persona de la que me enorgullezco cuando surge la ocasión. Puede que en ocasiones refunfuñes -de puertas para fuera o hacia dentro-, y ten por seguro que seguiremos discutiendo de política. De fútbol menos, pero no dudes que atacaré a tu querido Real Madrid a la mínima ocasión. Bromas aparte, si de algo estoy completamente seguro es que mi referente familiar por antonomasia se convertirá, de aquí a muy poco tiempo, en el mejor abuelo del mundo.

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