El Correo de Burgos

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HACE POCO charlaba con un buen amigo que se quejaba de lo difícil que es viajar con cierta tranquilidad en transporte público últimamente. Entre la pareja de niñas que comparten la música de su móvil con todo el pasaje; la señora que habla por teléfono a más decibelios de los que el oído humano es capaz de soportar; el señor maleducado que entra chillando porque tiene prisa; el que masca chicle con la boca abierta –ese siempre se sienta a mi lado, por cierto-; el que huele mal; el niño que no deja de llorar; los novios adolescentes con ataque hormonal y la que saca el bocadillo de chorizo inundando la estancia con su olor, el viaje puede convertirse en un suplicio, sea cual sea tu destino.Mi amigo me decía que es una cuestión de respeto, que ya no hay educación y cada uno va a lo suyo. Yo, que soy más catastrofista, más bien creo que los soportes sobre los que se asienta la sociedad se están tambaleando ante una crisis global que se ha llevado por delante los valores morales que inciden en las relaciones interpersonales y conforman la calidad de una sociedad.Valores que han dejado de apreciarse y ya no se tienen en cuenta y que, a mi juicio, son la principal causa de la crisis social actual en la que, estando en el momento de mayor acceso a la comunicación, somos incapaces de comunicarnos. Así, al igual que cambia la forma de relacionarnos, sustituimos la comunidad por el individualismo, el ánimo de compartir por la competitividad, y la solidaridad por el todo vale y cada uno va a lo suyo, sin importarle los demás.Todo agravado por la pasividad social adoctrinada por los programas basura y las redes sociales que intentan imponer un pensamiento único, vulgarizado y fácil de manipular. Y son malos tiempos para dejarnos manipular. Por eso creo que alguien debería atreverse a gritarle al mundo que se está equivocando. El momento para cambiar es ahora. Aún no es tarde para recuperar los valores perdidos y poder volver a disfrutar del viaje.

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