El Correo de Burgos

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NECESITAMOS de vez en cuando, sentir los ancestros que llevamos y los demonios también. Mirar al fuego de la hoguera y notar su calor en la cara. Algo que nos junte en masa y haga que olvidemos el yo frente al grupo. En la medida que el lenguaje usado en las reglas del juego es, más simple, mayor es la capacidad de congregarnos. La muchedumbre puede trascender al lugar y ser un clan global unido por una circunstancia aceptada de mutuo acuerdo. Desde hace 25 años nos privaron de sentir en abierto los combates de boxeo en nuestra España. Se cerró la pequeña pantalla a este deporte que por lo visto, embrutecía a quien lo veía y no podía escapar del contagio violento. Fue el ministro Solana y algún que otro indolente. Como no podía ser de otra manera, un país civilizado tiene que alejar las malas prácticas televisivas y la sangre restañada en las cejas. Pero por más que prohibieron esta ventana, recuerdo en blanco y negro a José Legrá, Pedro Carrasco y al Potro de Vallecas. Aunque siempre oí contar en boca de mi padre al gran Paulino Uzcudun. Sensaciones de adolescente que no se embruteció por esta maldad y pasó de puntillas. El escenario se ensancha en la medida que la tentación por escuchar ese dinngg de la campana sigue sonando igual que siempre. El boxeo no es otra cosa que el timbre metálico que corta en trozos la agonía de los dos púgiles que se exhiben a calzón y pecho descubierto. Sin trampas. Cara a cara. Tiene de mágico que atrae a espectadores tan heterogéneos como el agua y la miel. A quién no le gusta mirar cuando el uno derrota al otro por la fuerza. Despojados de toda razón y regresando al principio más primitivo que anida en nosotros. Quizás, mirar de reojo el cuadrilátero es una terapia de grupo que libera adrenalina y bilis que llevamos dentro. Babel donde las lenguas se confunden, Sodoma y Gomorra se repiten hoy en el Grand Garden Arena deLas Vegas. Floyd Mayweather Jr. venció por decisión unánime al filipino Manny Pacquiao. El Boxeo guarda lo cruel en la derrota que duele más que el gancho en la mandíbula, cuando el jurado da por puntos la victoria a quien llena más la bolsa que hay que repartir entre muchos. Así ha sido también esta vez. El combate del siglo, una gran mentira que esperábamos oír y la decepción de no sentir un KO como los de antaño. Márquetin, pomada y redes sociales, necesitan contar de trompetas bíblicas que sentimos todos y se repiten como el paso de los cometas. La derrota y el éxito nos atrae y aleja. Nos agrupa. Nos envenena.

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