El Correo de Burgos

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LA VIDA SE APRENDE a golpes. Y lo que es peor, sin capacidad de respuesta en el mayor de los casos. El destino, si es que existe, apuñala por la espalda, desgarra nuestras entrañas y se burla de quien no lo merece. Doloroso pero cierto, hay que aceptarlo, pues carecemos de potestad para marcar las reglas del juego.

En tan solo un segundo todo cambia, del futuro en común al recuerdo lacrimoso hay un camino muy corto, quizá demasiado. Lo que dura una llamada telefónica, por ejemplo. Todo se va al traste -por no decir a la mierda- y nada podemos hacer por evitarlo. O tal vez sí, porque afortunadamente gozamos de la posibilidad de levantarnos. Cuestión de voluntad, carácter y perspectiva, pero también de quien nos rodea.

Si escribo estas líneas, que me pesan y duelen, no es por mí. Empatía lo llaman, yo lo considero humanidad. El problema radica en que únicamente somos humanos cuando escuchamos el guantazo de cerca. Vale que hay sociópatas vacunados contra el dolor ajeno de su entorno, pero no es el tema que me ocupa en estos momentos.

No voy a entrar en detalles, puede que divague -con o sin sentido-, pero la pérdida de alguien siempre nubla la razón. El cerebro se detiene en una imagen fija que se intercala en una sucesión de acontecimientos imposibles de repetir. Tarde o temprano, y por supuesto sin olvidar, toca caminar con la vista al frente.

Hablar desde fuera es fácil, frecuente y molesto. No es mi intención opinar al respecto, mucho menos aquí. Lo que sí quiero que sepa -si me lee- uno de los destinatarios de este texto es que nunca le faltarán hombros en los que apoyarse ni piernas para sortear obstáculos. La familia no siempre es de sangre, lo sabes de sobra.

Tarde o temprano te levantarás y lo celebraremos, siempre estuvimos a las duras y las maduras. La amistad se demuestra principalmente en la tragedia, la tuya es nuestra y viceversa.

La suya también, qué duda cabe. Tan solo deseo que allá donde esté descanse en paz y nos espere con su eterna sonrisa.

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