El Correo de Burgos

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Nada más gratificante hay en la vida que llorar de alegría, a moco tendido y con la piel de gallina. Puedo contar con los dedos de una mano el número de ocasiones que he tenido la oportunidad de experimentar tan placentera sensación, pero la de hace 12 días quedará registrada por siempre en mi memoria. Jamás olvidaré tu primer llanto, el primer soplo de aire que marcó tu llegada a este mundo tras abandonar el cálido refugio que te brindaba el vientre de tu madre, nuestra compañera, que al igual que yo se mostró incapaz de contener las lágrimas al contemplar semejante milagro. Porque más allá de la sangre, de las horas de dolor por su parte e impaciencia por la mía, tu nacimiento nos llenó de luz. Dejamos de ser dos para que tres se conviertan en uno, pura matemática vital donde el amor todo lo impregna y el presente bien pudiera eternizarse. Tengo desde entonces el 3 de agosto tatuado en el corazón. Pase lo que pase, no habrá láser capaz de borrar la tinta que dicha fecha ha extendido por cada hueco de mi alma. Imposible olvidar el día en que floté en lugar de caminar, cuando mi teléfono móvil parecía estar a punto de estallar a causa de tantas llamadas y mensajes de quienes ya te amaban antes de nacer. Cada abrazo, felicitación o emotivo sollozo me ayudó a comprender definitivamente que mi nueva y única misión eres tú. El objetivo es tan simple como complicado: tu felicidad. Como primerizos que somos, los temores y las dudas nos acompañarán a lo largo de nuestro recorrido en común. Con aciertos y errores, pura ley de vida, pero siempre con la convicción de que tus sueños -compartidos o no- serán los nuestros. Trataré de aconsejarte, que no aleccionarte, para que afiances una serie de pautas que te ayuden a forjar tu propio destino. De igual manera que yo he comenzado a aprender de ti desde el minuto cero. Y lo que me queda, pequeño maestro, pues de tu inocencia y curiosidad innata se pueden recuperar

valiosas lecciones que vamos desdeñando con el paso de los años. En estos momentos, eres nuestro único tema de conversación. Podemos pasar horas observando embobados cada gesto, cada movimiento, cada suspiro mientras duermes… del tirón o no. Jamás el cansancio de las noches en vela fue tan agradable, aunque a veces frunzamos el ceño entre bostezos. Nunca es tarde para valorar el Carpe Diem, así que bienvenido y no tengas prisa por crecer. Aunque sea por una vez, haz caso de tu ‘viejo’.

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