El Correo de Burgos

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La realidad nos tiene que dar una patada en estómago de vez en cuando para mirar hacia ella. Esa imagen vale más que mil palabras con el niño que parecía dormir boca abajo en la arena. Cuenta una historia que no ha hecho más que empezar. Habla de puertas que se cierran cuando se llama a ellas con miedo y quienes estamos al otro lado no queremos escuchar. La historia está hecha de guerras que empujan a la gente a moverse a otras fronteras y no cambiará nuestro mundo en esto porque va con la condición humana. Cada vez las viviremos más cerca. Algunas duran un día y otras, toda una vida. Estar en esa parte de la bola azul donde cada mañana se abren los supermercados y las escuelas, nos acostumbra a creer que no puede ser de otra manera. Pero a tiro de piedra, matan por un chusco y unos litros de gasolina. Un planeta desequilibrado desde todo punto de vista que juega a la ruleta rusa. En nuestras ciudades se respetan los derechos humanos y reglas del juego que están escritas para ser cumplidas. Hay una relación directa entre esfuerzo y resultado en casi todas las cosas. Tenemos tiempo para luchar por nuestras ilusiones e incluso conseguirlas. Rodeados de nuestra gente querida a veces nos permitimos el lujo de fruncir el ceño por contratiempos estúpidos que parecen quitarnos el aire. No nos falta el pan ni el agua o una manta de noche. Quejarse en este sentido, puede tentar al diablo y hacer que se fije en nosotros para quemarnos con su rabo encendido. Somos unos señoritos que pudimos haber nacido al otro lado de esa frontera donde hay tanta, sin razón. El azar nos puso en una país soleado y rodeado de mar. Pero son momentos malos para abrir las puertas a quien trae maletas llenas de dolor y habrá que albergar durante años. Darles techo y pan. Calor y curar sus heridas, que son como las nuestras. Desde el primer día, gozarán de los mismos derechos que nosotros reconociendo que no están en condiciones de cumplir las mismas obligaciones. El pequeño Aylan es la llave maestra que abre las conciencias de las gentes de bien y al mismo tiempo, la ocasión de oportunistas que hacen de él su bandera. Cuidado con los falsos profetas. El mundo está muy revuelto y la aldea global cada vez se vigila más a sí misma. Nada sucede en una punta sin que se sienta casi de inmediato en la otra. Todo avanza a una velocidad de vértigo y los hechos van por delante de los presentimientos. Seguirán las barreras pero en este milenio viviremos el desaparecer de las fronteras.

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