El Correo de Burgos

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Dejaremos para otro día la razón por la que Sergio Leone, eligió el Valle del Arlanza para rodar la mejor de los western americanos. En aquellas semanas de hace 50 años, la lluvia era música de Ennio Morricone y santificó el cementerio de Sad Hill, hoy conocido en el mundo entero y al que ya se apuntan excéntricos ilustres para enterrar sus huesos. Salas vio pasear las espuelas de Clint Eastwood por la taberna, acompañado de Lee Van Cleef y Eli Vallach. Sólo de imaginar aquello se le ponen a uno los pelos como escarpias y los dientes largos ante lo aburrido del panorama de nuestra tierra burgalesa y castellana. Hay quien dice que el viejo Clint ha confirmado su visita a pesar del secreto que guardan con cinco llaves. Haremos lo imposible por besar su mano y jugar a ser extras en el clip que se ruede. David, Sergio y Diego, tres testarudos que clavan en círculos concéntricos las 4.000 cruces desaparecidas, al tiempo que provocan las mentes dormidas a través de redes sociales. Hacen falta locos visionarios como estos, para de vez en cuando saltarse las reglas y protocolos turísticos de la pobre escena cultural maniatada y torturada por la burocracia institucional y cortedad de miras. Suena bien una ruta cinematográfica del recuerdo, con tal de atrapar algún que otro euro o dólar en el bolsillo. Veremos el apoyo que reciben de la Excma. Diputación, Turismo y Junta de Castilla y León. Hagan apuestas. Eso sí, como El Bueno aparezca el próximo año, sin el feo y el malo, no faltará ningún gerifalte que se vista de cowboy a su lado.

Vendrá Clint a Burgos City y tomará whisky en la taberna, quizás en cafetería Espolón, con vistas al río. Demasiado remozada. Una visita rápida al MEH donde no hay búfalos sino pelo en los lomos de nuestros antepasados de Atapuerca. A esas horas le picará la barriga y en lugar de fríjoles, la manida morcilla de Burgos. Calles nuevas, avenidas, rotondas, miradores en el Castillo y Catedral sin vidrieras. Una ciudad que ya conoció en el 66 en la que nadie mandaba aún. Tan sólo, los vientos del este, que entraban por Villafría y salían por donde se esconde el río. Vendrá en tren que no echa humo a la estación de ferrocarril, donde nada más apearse volará su sombrero. No esperarle en el aeropuerto, para entonces quizás cerrado. Verá unos depósitos en la ladera sur que hacen daño a la mirada. Gente por las calles y ojalá, Jorge Villaverde le dé una vuelta por Villalonquejar para contarle que estamos vivos. Se marchará y dirá de nosotros eso, Burgos, ciudad de paso.

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