El Correo de Burgos

Creado:

Actualizado:

Una vida con vistas es poco común. Ver más allá del mismo borde que define nuestra existencia es complicado cuando la necesidad te tira del pantalón y te dice que te centres en lo que toca, bregar con el día a día, ganarte el pan para pagar los gastos, pocos o muchos, qué más da. Todos, sin embargo, echamos de vez en cuando una mirada furtiva para saber qué se cuece y solemos girar el rostro tristes, incluso consternados, pues la mayoría de las veces el panorama es poco alentador. Los medios de comunicación ejercen de ventanas más o menos uniformes a ese horizonte poblado de otras vidas con sus propias claraboyas. Las redes sociales también y suelen, de hecho, ampliar la perspectiva de los primeros, cargadas como están de primeras personas en singular.La llamada crisis de los refugiados centra hoy el paisaje al que nos asomamos desde la baranda con pasmo. Tengo dos hijos y confieso que he estado a punto de llorar como una idiota en más de una ocasión ante la pantalla de la televisión o del móvil al asistir a la huida masiva de familias sin más equipaje que la esperanza de dejar atrás el horror. Para toparse con otro. Con nosotros, sí, los civilizados europeos, el avanzado mundo occidental, ese que les cierra la puerta en las narices a los que tan solo piden acogida, una mano tendida que no encuentran porque está ocupada firmando decretos que levantan vallas a su alrededor y negocian con ellos como si fueran pura mercancía.No es la primera vez que esto pasa, ni solo el desplante se puede atribuir a políticos 'encorbatados' de corazón inerte. Hace poco, muy poco, Ceuta y Melilla ocupaban las mismas ventanas. Antes fueron las mil y una historias de inmigrantes que llegaban al otrora próspero país que por casualidad habitamos. La miseria empuja tan fuerte como la guerra. Bien lo saben nuestros antepasados. Pero la memoria es frágil y muchas veces incapaz de disuadir a la lengua que acusa, al párpado que cae, al rostro que gira...No les diré nada que no sepan o puedan saber a golpe de clic. Solo que desde el poyete de mi ventana -bajo la que cuatro pequeñas manos tiran de mi pantalón y se convierten en ideal excusa- también percibo rayos de sol en lontananza. Algunos llegan desde estas mismas tierras para los de allá remotas, incluso deseadas. Llegan encarnados en gente corriente que hace sus maletas y salta al otro lado de la pantalla y tiende su mano y acerca un pedazo de pan o una manta, y relata al mundo lo que ve sin ir más lejos, lo que ocurre a sus pies mientras los del otro lado jugamos en el parque o escribimos un puñado de líneas en su honor y pensamos, con cierto alivio culpable, que no todo está perdido.

tracking