El Correo de Burgos

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CADA VEZ el tiempo vuela más rápido, esa sensación la tenemos todos. Cada 31 de diciembre hacemos el repaso mental del año ya agotado y en el fugaz instante de las campanadas se nos abre el nuevo cuaderno en blanco. Este 2016 ha sido especialmente fugaz o así me ha parecido. Los meses se me han escapado entre los dedos por más que me prometí agarrarlo como hace el náufrago a su tabla. Esto mismo pretendo ahora, seguro de que el 2017 se me escapará también y correrá aún más. Qué largos eran aquellos veranos, de chaval, y qué poco duran ahora. El mantel con baño de teflón no se mancha con el vino ni regresan los amigos perdidos por el camino. Sobre todo, aquellos a los que se olvida. Nochevieja entrañable y mágica que para mi es el epicentro de la navidad. El último día, la última hora que te da oportunidad de reconocer tus miedos, fracasos y fuerzas que aún te quedan por la cuenta que te tiene. Una vez más, afortunado quien tiene la suerte de sentirse en esa cena y a la vez, hijo porque es felicitado por sus padres, padre porque es felicitado por sus hijos, hermano porque tus hermanos vienen a cenar, y esposo porque tu santa te aguanta sin que uno encuentre explicación. Al instante se ha roto el silencio de la plaza que deja ver las cinco torres de gamonal, inundada de chavales con petardos que levantan bordillos. Esta vez, acompañado de mi padre Plácido, hemos saludado a viejos amigos de cuadrilla suya y mía. De la suya solo quedan él y otro bravo que conocieron el Burgos donde los contratos se hacían de palabra. De la mía quedamos casi todos y Dios quiera que así siga siendo y que lo más de quirófanos sea, para cambiar alguna que otra cadera. Desde aquí a todos mis amigos y gente de bien que me rodea en el día a día, fuerte abrazo y que esta pequeña columna que tiene el privilegio de salir hoy, sea el WhatsApp de respuesta a las decenas que me llegan con imágenes y músicas de color. No he cumplido ni la mitad de las tareas que me propuse en el curro. No he cumplido ni la mitad de los abrazos que me prometí dar a mis cuatro hijos. No he cumplido ni la mitad de los besos que imaginé compartir con mi mujer. Tampoco he tenido un minuto para mí. Rosi, mi señora y confidente insiste en que he de ser hombre moderno y aprender a pádel, golf, hacer bicicleta y bajar mi barriga. Qué razón tiene y qué poco caso le hago. Reconozco que todo esto es mi pecado y hago de esto una confesión. Un guiño para aquellos que me leéis entre líneas, en especial para Oliva, mi madre que no se pierde ni una.

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