El Correo de Burgos

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NO HACE mucho nos hemos despertado con la noticia de que en el complejo petrolífero de Ayoluengo en la Lora, aquella comarca burgalesa que en los años sesenta abrió sus entrañas y sacó a la luz el preciado oro negro, se había acabado la concesión y que había una empresa que estaba dispuesta a retomarla por treinta años más. La noticia de por sí ya era lo suficientemente atrayente, sobre todo por lo que tiene de sugestiva y por la posibilidad que planteaban sus nuevos concesionarios de que se pudiesen retomar las extracciones que se hicieron en un principio. Casi ocho mil barriles diarios.

Especulé con una concesión fructífera que efectivamente revirtiese a la zona un dineral que la hiciese la más rica de España, pero no la más rica, sino la más asquerosamente rica de todo el país. Mi delirio me llevó a que la comarca podría pedir la independencia. Sólo necesitaba buscar en sus ancestros unas ideas autonomistas y un hecho diferencial que la desempatase del resto de sus vecinos provinciales y estatales. (Que hecho diferencial podría ser más relevante que estar forrados). Las dudas, en última instancia, se dirimirían por medio de un referéndum en el que los trescientos vecinos del pueblo se manifestasen sobre el derecho a decidir y luego votar la separación del resto de España. La Lora sería como Lesoto en medio de Sudáfrica.

Ni siquiera como hipótesis podría valer, ni mucho menos ocurrir ya que la Ley es clara: solamente el pueblo español en atribución de las facultades que le proporciona la Constitución y por medio del procedimiento plasmado en ella puede proceder a tales referendos. Así, el resultado fuese el que fuese, sí sería vinculante. Por eso, es inviable pensar que una Comunidad Autónoma por muy rica y diferente que pudiera ser de las otras, pueda plantearse una escisión unilateral del resto de España.

No, señores, no. Si obedecemos la ley debe ser toda la ley. No perdamos el oremus. No basta con movimientos más o menos independentistas para olvidar que la Ley lo es todo, que existe una Constitución que nos da soporte legal a todos. Kant decía que cada persona llevaba un imperativo moral en su interior, aunque ese imperativo nunca nos pueda llevar en contra de la Ley.

No hace mucho el Tribunal Supremo absolvió a un hombre que había robado cuatro euros. Parece desmedido, pero lo cierto es que ese hombre no había cumplido la ley y por eso se le juzgó y en primera instancia se le condenó. En consonancia si el gobierno catalán incumple la ley, en la misma medida se le deberá juzgar.

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